El bodeguero de Briones posa junto a una escultura. Maite Bartolomé

Miguel Ángel de Gregorio: «Entendidos en vino hay pocos; enterados, tela»

El bodeguero de Briones expone una filosofía basada en el respeto a la tierra, la vid y al viejo oficio de labrador. «Mi padre decía que los agronómos eran la peor plaga. Yo lo soy y le doy la razón»

gaizka olea

Lunes, 4 de junio 2018, 16:27

Miguel Ángel de Gregorio, nacido en Ciudad Real en el seno de una familia de «labradores» y afincado en La Rioja desde que era un niño, representa una voz atípica en el complejo mundo de la industria del vino. Su bodega Allende (Briones) es reconocida por sus vinos de alta calidad (Aurus, Mingortiz, Gaminde o Calvario, cuya añada de 2009 mereció el precio de la Asociación de Periodistas y Escritores del Vino), mientras que en Finca Nueva (Navarrete) produce caldos más asequibles sin perder de vista el 'toque De Gregorio'.

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Finca Allende

–¿Qué le lleva a ser bodeguero?

–Supongo que mi incapacidad social para hacer otra cosa.

–Pero ha sido profesor de agronomía, entiendo que alguna habilidad social tendrá.

–Yo acabé dando clases por accidente, no tenía vocación académica. Toda mi vida me he dedicado a la viña, hago vino como una necesidad para seguir cultivando la viña, que es lo que realmente me gusta. Quizá nunca he sabido hacer otra cosa. Lo primero que hicieron mis padres cuando nací fue llevarme a la viña, que es lo mismo que he hecho con mis hijos. Del hospital a la viña. La viña, el vino, no es un negocio, ni un producto de marketing, sino una forma de entender la vida.

–Es una forma de volver a la tierra de dignificar el oficio.

–Somos artesanos de la tierra, del vino. Es una cuestión de dignidad: mi padre, mi abuelo, mi bisabuelo... eran labradores, qué bonita palabra, labrador. Nos hemos puesto muy estirados y ahora somos viticultores. Soy ingeniero agrónomo, no me faltan los títulos, pero yo me presento como labrador.

–¿Cómo explicaría su filosofía a alguien que no entiende de vinos?

–Es algo tan sencillo como extraer el aroma de la tierra y trasladarlo a la copa; algo tan complicado como arrancarte una sonrisa.En el fondo somos humildes clowns, si ante una copa de nuestro vino sonríes, hemos hecho bien el trabajo; si no arrancamos una sonrisa de placer, lo hemos hecho mal.

La primera emoción

–El vino para recordar, no para olvidar.

–Efectivamente, para olvidar está el whisky. El vino es puro hedonismo y disfrute; como alimento, el chuletón o los yogures de fresa. La misión del vino no es alimentarnos, aunque lo haya sido: cuando iba al campo, mi abuelo se bebía un cuartillo de vino (el cuartillo no es el cuarto de litro, sino el cuarto de una cántara, cuatro litros) y jamás tuvo ningún problema hepático. El problema no es cuánto bebemos, sino nuestros hábitos. El vino fue un complemento energético para los hombres que iban al campo o a los Altos Hornos; bebían y no acababan cirróticos, porque gastaban energía. Cuando no necesitamos obtener energía el vino se transforma el arte y placer.

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–En torno al vino hay una corriente de explicar demasiado, que si los taninos, la acidez, la madera... ¿No hay demasiado ruido?

–La primera emoción es la que vale, lo demás son milongas. Los que estamos en esto nos empeñamos en hablar como los médicos para que no nos entienda nadie y quedar como los más listos. Y entendidos en vino hay pocos, pero enterados, tela. Lo más que se puede saber sobre un vino es si te produce placer o no.

–En su caso, el enólogo convive con el empresario. ¿Quién manda?

–Es complicado. Las discusiones entre el propietario y el enólogo... (mejor hacedor de vinos, las palabras que acaban en 'logo' me suenan a señores con títulos que no saben hacer nada. Mi padre decía que la peor plaga del campo son los ingenieros agrónomos. Yo lo soy y le doy le razón)... tengo esas discusiones permanentemente con mi jefe, que soy yo, y se impone el viticultor. La mayor fuente de sabiduría es la tradición bien entendida, el oficio, que es una palabra bonita que se ha perdido. Todos tenemos unos títulos académicos, pero ese hacer bien las cosas quedó sepultado debajo de esos mismos títulos, de la necesidad de abaratar costes...

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Cantidad o calidad

–Parece un fundamentalista de la viña.

–Yo no soy un integrista, sino que busco mantener lo que hizo grande a esta tierra, el tempranillo, el respeto a la tierra. Que producir no sirva para alimentar las macroplantas de embotellado para vender vino barato, porque eso no es Rioja.

–¿Menos es más?

–Rioja se hizo grande vendiendo garrafones en Bilbao y no podemos olvidar nuestra historia, porque nuestro vino era mejor que lo que venía de otros sitios.El mercado te respetará si te respetas, siempre habrá uno que vende más barato que tú. Si produces 12.000 kilos por hectárea en vez de 6.000 ganarás dinero durante un tiempo, pero serás sustituible.

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–¿Hay una corriente contraria a machacar a la tierra?

–La hay, pero es minoritaria, vas a contracorriente de las instituciones, de los consejos reguladores. Se subvenciona el arranque de viñedos viejos para plantar viñedos mecanizables más productivos pero, ¿dónde está la magia que te da un viñedo viejo? No te queda más remedio de ser un rara avis y seguir tu camino.

–Y lo de los premios...

–Lo llevo bastante mal. Hay una obsesión por el bolígrafo, aunque no me puedo quejar de cuando el señor del bolígrafo (se refiere, sin citarlo, a Parker y su guía) era alguien importante; en el pasado era un juez inapelable y ahora sólo se le da importancia en España y en Hong Kong.

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–Exporta gran parte de su producción.

–A dios gracias, me va mejor el mercado exterior que el español.

–¿Es porque saben más o porque saben menos?

–No lo sé. El británico es el que más sabe de vinos. Mucho más que el español, no más que el francés. ¿Que cuánto sabemos los españoles de vino?: 13 litros por habitante y año; en Francia, 55, e Inglaterra, 68. Los españoles hemos perdido el hábito de consumir vino y estamos por debajo de Rumanía, a la altura de Japón. Es raro que un francés no tome vino en la comida, mientras que en España comemos con agua.

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