El almuerzo de la reina y el 'simpa' del alcalde
La visita en 1865 de Isabel II a Bizkaia trajo cola gastronómica. Una comida ofrecida en el Ayuntamiento de Portugalete se quedó sin pagar
Fue una estancia breve e intensa. Parece mentira que los escasas 48 horas que en 1865 pasó Isabel II en tierras vizcaínas dejaran tanta huella, ... pero 158 años después ahí siguen la bilbaína calle Príncipe (bautizada en honor al futuro rey Alfonso XII, quien acompañó a su madre en aquel periplo) y la famosa bilbainada que alegró los fastos: «Disen que viene Erreina visitan Bilborá, la prínsipe chiquito con ella venirá...»
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Cuenta la leyenda que los recipientes de grueso cristal que se usaron para iluminar las calles al paso de la monarca se reutilizaron después para servir vino y acabaron inspirando los vasos de txikito. Es un mito bastante sospechoso y casi con toda seguridad falso, aunque lo que sí es cierto es que la bandera de regatas más antigua de Euskadi también tuvo relación con la visita de Isabel. Se conserva en la cofradía de pescadores de Ondárroa y en ella se puede leer «Regata de Bilbao celebrada el 31 agosto 1865». Aquel mismo día –pero de 1839– se había firmado el Convenio de Vergara y con él, el fin de la Primera Guerra Carlista, así que aunque en 1865 no se cumpliera ningún aniversario redondo se aprovechó el viaje oficial de la reina para conmemorar aquel tratado de paz, visitar algunos de los escenarios clave en la victoria del bando isabelino y, de paso, entretener al pueblo llano.
Las tres diputaciones vascas, más todos los municipios por los que pasó la real comitiva, tiraron la casa por la ventana. Hubo recepciones, bailes, misas, regatas, cohetes, arcos de triunfo, banderines y aplausos por doquier, pero si hoy hablamos aquí de este episodio histórico es porque tuvo una sorprendente ramificación gastronómica cuyo descubrimiento no es para nada mérito mío, sino del portugalujo Aurelio Gutiérrez Martín de Vidales. El pasado mes de enero publicó en su blog «La vida pasa» un post sobre el almuerzo que aquel día de regatas se ofreció a Isabel II, una comida que no destacó por su originalidad o maestría sino porque el Ayuntamiento de Portugalete se marcó con ella un antológico «simpa».
4.820 reales
Gracias a Aurelio Gutiérrez y a su investigación en el Archivo Histórico de la Diputación conocemos el importe de aquella cuenta de la que nadie se quiso hacer cargo –4820 reales, un verdadero pastón–, el nombre de quien la reclamó –la fondista doña Margarita Izaguirre– y el recorrido judicial de un episodio que, entre chusco e indecente, retrata la escasa consideración que en aquel tiempo se tenía por la hostelería (más aún cuando su representante era una mujer) y además nos desvela los platos que se sirvieron a tan regia comensal. Sopa, gallinas cocidas, merluza frita y asada, sardinas fritas y escabechadas, barbarines, lubina, solomillo mechado, rosbif, chuleta, pollo asado, aceitunas, pan y vinos de Burdeos, Sauternes, Rioja y txakoli.
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Para ubicarnos en el espacio-tiempo hemos de saber, antes que nada, que la reina estaba veraneando en Zarautz y vino a Bizkaia apenas dos días con un calendario de actos muy apretado. Llegó en tren desde Andoain el miércoles 30 de agosto y se fue pitando el viernes por la mañana, pero le dio tiempo a ser recibida a bombo, platillo y txistu por las autoridades de Abando (donde estaba ubicada la estación de ferrocarril), cruzar el puente sobre la ría en loor de multitudes, volver a ser oficialmente recibida (esta vez por el alcalde de Bilbao), escuchar misa en la catedral de Santiago, dormir en el edificio del Instituto Vizcaíno, visitar el consistorio, el asilo de Misericordia y las ruinas del convento de San Agustín, rendir homenaje a los caídos en la guerra carlista... y hasta de ver las regatas. Éstas tuvieron lugar el jueves 31 entre la casa del Consulado en Las Arenas, frente al actual Puente Colgante, y el puente de Lutxana y fueron organizadas por la Comisión de Festejos que para todo este asunto de la visita real se creó en Bilbao.
La fonda de Margarita
Habida cuenta de que el recorrido de la regata se vería mucho mejor desde la margen izquierda, el alcalde de Portugalete don Máximo Castet ofreció a la comisión construir un templete en la plaza de la villa para que la reina y su séquito pudieran seguir la carrera, y ya puestos, agasajar a la soberana en el salón capitular del Ayuntamiento jarrillero con un ligero tentempié. Por cuestiones de agenda aquel sencillo aperitivo se convirtió a última hora en una comida en toda regla y el alcalde tuvo que pedir literalmente sopitas a la mejor fonda que por entonces había en el pueblo: la de Margarita Izaguirre. De por qué no se le pagó lo que se le debía y del circo que se montó por una sardina arriba o abajo hablaremos la próxima semana.
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