La guerra de Ucrania ha disparado las facturas del gas y de la electricidad. Como se ha comprobado en estos días, en el Consejo Europeo ... no hay una visión común sobre cómo hacer frente a esta escalada, más allá de permitir que cada Estado miembro afronte el problema con soluciones a medida, ante la disparidad de situaciones nacionales. Parece que no hay más puntos de encuentro entre los países partidarios de intervenir el mercado de la energía (España, Italia, Portugal y Bélgica), y los favorables a dejar que el mercado funcione y compensar a los consumidores y las empresas en momentos críticos como los que atravesamos (principalmente, Alemania y Holanda).
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Sin embargo, existen dos consensos europeos de fondo sobre la política energética, que siempre debe pensarse a largo plazo. Por un lado, hay que poner fin a la fuerte dependencia de Rusia, que pone en peligro la seguridad energética del continente. No puede hacerse de modo inmediato, pero el canciller Scholz es muy consciente de que éste es el camino. España podría almacenar y regasificar hasta un tercio del total de las necesidades europeas, pero la falta de interconexiones con Francia le resta la oportunidad de hacer en estos momentos una gran contribución a la seguridad europea.
Por otro lado, la transición energética no se ha puesto en cuestión, ni durante la pandemia ni tampoco ahora. La Unión Europea mantiene su compromiso con el proceso de descarbonización de la economía. Ante la sucesión de crisis de los últimos años, el llamado 'green deal' se entiende como una manera de abordarlas para ganar el futuro. Solo Europa tiene planes creíbles para llegar a 2050 con una economía de cero emisiones netas de gases de efecto invernadero, en contraste con Rusia, China y la India, que han ido retrasando sus compromisos, y ya hablan de 2060 o incluso 2070. En Estados Unidos, una vez superado el terrible negacionismo climático de Donald Trump, el presidente Biden ha utilizado su poder ejecutivo para tratar de ir tan lejos como la UE. Pero no consigue el apoyo del Congreso a su plan de infraestructuras, que incluye sus principales medidas de lucha contra el cambio climático.
La gran pregunta de la política energética sigue siendo cómo encajamos los planes a corto plazo y las respuestas a las emergencias, con los planes a largo, en los que nos jugamos el futuro del planeta. En nuestro caso, reconozcamos que sin instituciones europeas no seríamos capaces de levantar la vista y diseñar políticas más justas y sostenibles, es decir, pensadas para salvaguardar los intereses de las futuras generaciones.
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