Vario niños juegan entre los escombros de un edificio atacado con un misil en el distrito de Obolon s. garcía

«La guerra está ahí, pero la vida sigue adelante»

Kiev trata de recuperar la normalidad. Zonas recién bombardeadas, mercados y gimnasios luchan por sacudirse el estigma del conflicto

sergio garcía, enviado especial

Kiev

Domingo, 1 de mayo 2022, 00:19

Los niños juegan entre los escombros, sus bicicletas tiradas en el suelo, mientras los operarios municipales tratan de parchear la desolación absoluta que les rodea, ... de devolver algo de humanidad a este escenario tan siniestro. «Cuando estalló todo, una tortuga salió volando y cayó en el césped. Estaba viva», exclaman entusiasmados señalando una ventana del quinto piso que saltó hecha pedazos. Nueve alturas reducidas a un amasijo de hierros retorcidos y ventanas desvencijadas, el suelo cubierto de cristales.

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No hay luz ni agua, pero sí algunos vecinos, que se refugian como buenamente pueden entre los restos de lo que se resisten a no seguir considerando su casa. Todos recuerdan aquella madrugada del 14 de marzo, cuando un misil supersónico reventó esta fachada de Obolon, un barrio residencial de la periferia de Kiev, arrojándolos de la cama, destruyendo sus sueños y llevándose consigo la vida de dos personas. No es un lugar estratégico de esos que figuran en un mapa de operaciones y pueden cambiar el curso de una guerra. Está pegado a un campo de fútbol y a un colegio. También a un depósito de aguas que no sufrió daños. El misil impactó en el centro del bloque con precisión milimétrica.

A Mikola la destrucción le sorprendió durmiendo. En el piso estaban también su suegra y un hermano, «que seguían en shock cuando llegaron las asistencias». Nos lo encontramos saliendo de un hueco junto a la escalera, apenas tapado por una puerta arrancada de sus goznes con un letrero escrito a mano donde advierte a posibles merodeadores que no conserva nada de valor en su interior. Se alegra de que su mujer y su hija hayan sido evacuadas «para que no puedan ver la magnitud del desastre». Explica que el Gobierno les ha prometido una pronta reparación, pero basta con echar un vistazo alrededor para entender que hará falta algo más que buenos propósitos para devolver a estas familias un lugar digno donde vivir.

El día que cayó el cohete, prácticamente todo el vecindario recogió sus escasas pertenencias y huyó en tren en busca de un lugar donde sentirse a salvo. Forman parte de ese éxodo de 9 millones de personas que deambulan por Europa o realojadas en zonas seguras del país. Es el caso de la esposa y la hija de Denis, que continúan en Amsterdam a la espera de que la situación se estabilice. «Cuando llegaron los servicios de emergencia fueron piso por piso buscando supervivientes y echaron abajo las pocas puertas que habían permanecido en pie». También Denis ha puesto tierra de por medio. Ahora vive en Fastiv, un pueblo de la periferia donde el jueves estalló otro misil, esta vez dirigido contra una fábrica. La desgracia le persigue.

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Proyectiles y tulipanes

Obolon ilustra a la perfección el afán de las ciudades que no se dejan arrastrar por pensamientos funestos y hacen de sobreponerse a la adversidad su misión cotidiana. Uno camina por sus calles y ve a los vecinos desplazándose en metro, sorteando controles para llegar al trabajo, tomándose un café donde siempre. Como cada sábado, los granjeros de la región de Kiev han acudido al barrio con sus productos, «menos y más caros que de costumbre», explica Sergei señalando tomates y pepinos. Culpa del encarecimiento de precios a la ocupación «que se produjo cuando estábamos en plena siembra y a que muchos campos han quedado inutilizados por el riesgo a pisar una mina».

La vida vuelve a los mercados, que se llenan de gente que ha vaciado la despensa durante la Pascua. s. garcía

Lida hace balance desde su puesto de pescado mientras mira al cielo. «Solo espero que no bombardeen de nuevo, las ventas me dan igual». Acaban de terminar las fiestas de Pascua y la gente vuelve a comprar, «quizá en mayor número, se nota que muchos están regresando y facturamos más». La calle está llena de compradores, muchos de los cuales no renuncian a sus ramos de narcisos y tulipanes ahora que es temporada. «La guerra está ahí, pero la vida sigue adelante», sentencia con la resignación escrita en el rostro.

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Menos productos y más caros

La ocupación interrumpió la época de siembra y las minas han inutilizado grandes zonas de cultivo

Cerca de allí se levanta el centro comercial Retroville, cuya explosión dio la vuelta al mundo la noche del 20 de marzo, cuando un misil reventó el complejo de tiendas y oficinas. Las excavadoras han comenzado a trabajar esta semana, sacando escombros y chatarra de este escenario de pesadilla. Tanto es así que las cifras iniciales que hablaban de 4 muertos han quedado ampliamente desbordadas y alcanzan ya los 60, según fuentes oficiosas. El último cadáver fue descubierto el viernes, prensado bajo toneladas de escombros.

Igor es el propietario de las excavadoras que están despejando este infierno de vigas arrugadas y cables que cuelgan de los techos como gusanos sin vida. Agrupados en el suelo hay centenares de zapatos, que saltaron de sus estanterías por la detonación y ahora parecen huérfanos arrumbados sin remedio. En el exterior, los ingenieros siguen de cerca la evolución del edificio, monitorizando varios puntos para determinar si la estructura está herida de muerte o podrán abordar su reconstrucción.

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Maquinaria antigua

A 21 kilómetros de allí, en la orilla izquierda del río Dnieper, la vida vuelve a la normalidad. Hombres y mujeres de todas las edades tratan de marcar distancias con la desoladora realidad haciendo ejercicio al aire libre. Han elegido Kachalka, un gimnasio de la era soviética donde la guerra se antoja tan lejana que cuesta creer que esté llamando a la puerta. Aquí los deportistas son gente ruda, correosa, que sustituye la falta de medios con un entusiasmo contagioso, comunitario. Y sobre todo con dosis industriales de ingenio.

Tatiana se ejercita en el gimnasio Kachalka, con máquinas hechas de chatarra. S. garcía

No se imaginen un centro de alto rendimiento al estilo de la Castellana. Las máquinas datan de los años 70 y están hechas con material de desecho, chatarra procedente de carros de combate, de autobuses y camiones que hace ya mucho tiempo fueron retirados de la circulación. Cuerpos tatuados y musculosos que desafían el frío y la lluvia, un híbrido entre 'Promesas del este' y 'Danko: Calor rojo'. Auténticos atletas que han dejado el fusil o su trabajo en una consultora para golpear neumáticos con martillos pilones o adiestrarse en la esgrima del boxeo; que fortalecen pectorales, hombros y abdominales con máquinas que fueron en otro tiempo bielas, rodillos, poleas o los engranajes que hacían girar las orugas de los carros de combate. Nunca se hizo más con menos.

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Su alcalde, Vitali Klitschko, quince veces campeón del mundo de boxeo, ha sembrado la ciudad de parques y en todos ellos hay aparatos de musculación. Pero ninguno es como Kachalka. Lo corroboran Rustam y Dimitri, ambos empleados en empresas de seguridad y voluntarios en zonas destruidas, hasta donde llevan desde comida y medicinas hasta pañales. Una labor que les ha llevado a Chernígov, Irpín, Borodianka, algunos de los lugares más castigados por el Ejército invasor. Cuando están aquí se vacían por cada poro de la piel.

Ataque a población civil

Ni agua ni luz ni puertas... Un vecino deja escrito a los merodeadores que no esconde nada de valor

A su lado está Tatiana. 61 años, nacida en Pripiat, la ciudad habitada solo por el fantasma de Chernobil. «Ya fui evacuada una vez, no pienso volver a dejar mi hogar. Moriré en Kiev si es necesario». Su relato hiela la sangre: perdió a su marido debido a la radiactividad. «Formaba parte de los equipos de 'liquidadores', los que limpiaron todo aquel desastre aún a costa de sus vidas. Había un código de silencio y nadie sabía lo que estaba pasando, no es como ahora que con internet te enteras de todo», explica mientras ejercita los abdominales sobre un banco de madera ajado por la lluvia. Su corazón, por el contrario, parece de hierro.

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