El sueño de Zelenski
En solo tres semanas de guerra Volodímir Zelenksi se ha convertido en un héroe global. Nadie hubiera adivinado hace unos meses que este actor cómico ... y productor de cine sería aclamado con tanta unanimidad en las redes sociales y en los parlamentos por encabezar una resistencia cívica admirable. De familia judía, educado en lengua rusa y licenciado en Derecho, fue elegido presidente de Ucrania con apenas cuarenta años, en un giro popular contra los intentos de Vladímir Putin de convertir a este país vecino en otro Estado vasallo. Se presentó a las elecciones para frenar la corrupción y europeizar la política y la economía, en un momento en el que peligraba la integridad territorial, tras la invasión de Crimea y la desestabilización rusa de las provincias del Donbás.
Una vez comenzada la guerra, se ha negado a abandonar Kiev y desde refugios improvisados ha hecho de la comunicación su mejor arma. A estas alturas, ha ganado la batalla del relato frente a la ingente capacidad que tiene Rusia de generar desinformación. Se permite incluso reírse del propósito de Putin de «desnazificar» Ucrania, al recordar a los miembros de su familia que perdieron la vida en el Holocausto. Como buen actor, vive la paradoja del comediante de Diderot, es decir, planifica y prepara con todo detalle cada escena en la que se dirige a los suyos y al mundo, interpretando un papel inolvidable, fruto de una estudiada puesta en escena. Nada más natural, como es lógico, que lo artificial y bien programado.
Zelenski utiliza todos los recursos retóricos posibles con el fin de emocionar y conmover a su audiencia. Vestido de soldado raso, remeda a Martin Luther King, «yo tengo un sueño», o a Winston Churchill, «no nos rendiremos» (veremos con qué frase se dirige a nuestras Cortes Generales, que esperan su discurso). Pero no es dogmático ni maximalista. Mientras reclama más apoyo occidental, admite que entiende la falta de un compromiso mayor de sus aliados, que no quieren deslizarse hacia una tercera guerra mundial, y acepta vivir en una situación muy precaria.
Le basta con conseguir a diario nuevas ayudas y seguir actuando unas horas más, yendo mucho más allá del deber de un presidente. Sabe lo que quiere, pero también lo que puede conseguir: está dispuesto a renunciar a una futura integración de Ucrania en la OTAN, pero no al objetivo de mantener unido a su país y retener autonomía suficiente para vivir en democracia. Ha conseguido la inmortalidad que da la gloria, mientras arriesga su vida sin pestañear, al menos delante de la cámara.
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