El dictador turco Recep Tayip Erdogan amenaza con vetar el ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN. Lo cierto es que su política exterior ... ha oscilado locamente a lo largo de los años. Cuando Turquía era todavía una democracia, Erdogan planteó una política de: «Cero problemas con los vecinos», que implicaba la reconciliación con rivales tradicionales como Rusia, Grecia, Siria, Chipre ¡e incluso los kurdos! Erdogan parecía que iba a pasar a la historia como un gran estadista.
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La deriva autoritaria del régimen erdoganista, unida a circunstancias externas que escapaban a su control, llevaron al fracaso de esta política, que los graciosos parodiaban hablando de «Cero vecinos sin problemas», tras enemistarse Erdogan a la vez con casi todo el mundo, en un raro ejercicio de (falta de) virtuosismo diplomático. Erdogan solo ha logrado conservar buenas relaciones con Azerbaiyán, Georgia, Qatar y Ucrania.
Cuando Putin invadió Ucrania, Erdogan buscó una imposible neutralidad. Había vendido armas a Ucrania, pero permitió que muchos buques rusos llegasen al Mar Negro antes de aplicar estrictamente la convención de Montreux y cerrar los estrechos por completo a cualquier nave de guerra de cualquier país. Erdogan ha oscilado entre derribar en combate aviones de guerra rusos, y mostrarse amistoso para evitar represalias; entre rabiar por la intervención rusa en Siria y comprarles sistemas antiaéreos contrariando a la OTAN. Por eso se le considera un socio nada fiable, que actúa de forma hostil a sus supuestos aliados en casi todos los frentes.
Se puede comparar la política de la OTAN hacia Turquía con la política española hacia Marruecos: ningún gobierno español ha aceptado que el déspota marroquí es un enemigo irreconciliable, y que debemos asumir esa hostilidad estructural, sacrificando pequeñas comodidades a corto plazo para gozar de la ventaja estratégica de maniobrar libremente. Pero los españoles no somos más tontos que los demás, pues todos esos países que supuestamente tienen una diplomacia mucho más diestra que la nuestra, siguen sin reconocer que Erdogan es un enemigo y que debe ser tratado como tal. En vez de ello, se aferran al espejismo de que Turquía siga siendo nominalmente miembro de la OTAN, pese a todos los cortocircuitos geoestratégicos que eso provoca con los restantes socios.
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Puede que Erdogan acepte la adhesión de Finlandia y Suecia a cambio de que ambos gobiernos repriman y expulsen a los numerosos refugiados turcos, kurdos y sirios allí acogidos, o que Estados Unidos cambie su política hacia los kurdos de Siria y acepte entregarles aviones F-16. Pero si de verdad Erdogan intenta bloquear el ingreso, podría descubrir que esta vez ha tensado la cuerda demasiado. El impulso de integrar a Suecia y Finlandia es muy poderoso a múltiples niveles, de manera que Turquía corre serio riesgo de ser arrojada por la ventana mientras Suecia y Finlandia entran por la puerta.
En última instancia, mientras Erdogan esté al mando, Turquía nos será mucho más útil como auténtico enemigo que como falso amigo con derecho a veto en nuestros consejos.
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