Tambores de guerra resuenan sobre Ucrania desde principios de diciembre, pero estamos a finales de febrero y la guerra no ha comenzado todavía.
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En circunstancias ... normales cuando el país 'A' pretende invadir a su vecino 'B' se busca ante todo el sigilo absoluto en los preparativos, y la velocidad fulminante en la ejecución. No se le concede a 'B' tiempo alguno para organizar su defensa. Tampoco se da amplio margen para que terceras potencias puedan pensarse con mucha calma si deciden acudir o no en ayuda de 'B'. Es mejor pillar a todo el mundo por sorpresa y ponerles ante el hecho consumado.
Puede suceder que el agresor confié demasiado en sus propias fuerzas, en la debilidad de su futura víctima o la pasividad de terceras potencias, pero aun así se busca siempre actuar cuanto antes. Así lo hizo Vladímir Putin para invadir Georgia en otoño de 2008, o más recientemente para respaldar al dictador de Kazajistán. El dictador ruso ya ha demostrado que es capaz de tomar decisiones rápidas y ejecutarlas con presteza. No es de los que empiezan y luego dudan, se detienen y se pasan semanas o meses deshojando la margarita.
Se habla de esperar a lo más crudo del invierno en el norte de Ucrania para que el barro se congele y los tanques y otros vehículos pesados puedan avanzar, pero no estamos en la Segunda Guerra Mundial, cuando la Wehrmacht descubrió que la mayoría de las carreteras soviéticas eran simples caminos de tierra. Hoy en día hay una densa red de vías asfaltadas y ferrocarriles que facilitarían el avance de un invasor. Y si el clima invernal es un estorbo, lo lógico hubiera sido esperar hasta finales de primavera.
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Por lo tanto, podemos albergar la certeza de que cuando Putin concentró unos 100.000 soldados cerca de la frontera ucraniana, estaba buscando únicamente un efecto intimidatorio. ¿Organizar una campaña de invierno por propia voluntad? Difícil asunto, aunque el invierno ucraniano sea mucho más suave que el ruso. Clima aparte, no tiene sentido reunir fuerzas, llevarlas hasta sus bases de partida y dejarlas a la espera indefinidamente. Las guerras de verdad no se preparan así.
El problema de tirarse un farol es doble: que tu supuesta víctima no se deje intimidar o que los demás vean el farol y decidan obligarte a jugarlo hasta el final, para dejarte en evidencia. Putin sufre sin duda el primer problema y no puede descartarse que esté sufriendo el segundo. ¿Cree de verdad Biden que Putin planea realmente atacar? En el fondo da igual. Putin necesita sacar algo en limpio de todo este embrollo y tiene que huir hacia adelante, con gestos como reconocer una independencia ficticia a Donetsk y Lugansk, elevando una apuesta que era muy alta desde el principio, quizás demasiado.
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Las potencias occidentales están actuando en la crisis ucraniana de forma mucho más enérgica y beligerante que en 2014. Putin probablemente no se lo esperaba, pero debería haberlo previsto porque son muchos años de continuos hostigamientos mediante espionaje, sabotajes informáticos, desinformación y desplantes diplomáticos que han ido generando un cierto rencor contra el dictador ruso. Pero el rencor no está compensado por el temor. Los gobiernos occidentales conocen muy bien las debilidades estructurales de Rusia y por lo tanto lo limitado de su capacidad militar real.
Putin corre ahora el grave riesgo de ver destruida su imagen de Macho Alfa, de carnívoro entre herbívoros, que ha construido para legitimar su caudillismo en Rusia. Por eso podría huir hacia adelante y atacar.
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