Los dilemas de la OTAN
El presidente Biden visita hoy Bruselas, un claro gesto de apoyo a sus aliados europeos. Vladímir Putin ha conseguido revitalizar la OTAN, que se reinventaba ... poco a poco tras la Guerra Fría. En noviembre de 2019 Emmanuel Macron certificó su «muerte cerebral», un diagnóstico poco acertado como hemos podido comprobar en este primer mes de guerra en Ucrania, en el que se ha despejado cualquier duda sobre el propósito y la utilidad de esta organización internacional.
Biden tiene ahora buenas razones para ensalzar la unión conseguida ante la agresión rusa. No obstante, la Alianza Atlántica se enfrenta a tres dilemas que debe solucionar para seguir cumpliendo en el futuro su misión de garantizar la seguridad colectiva de sus miembros. El primero y más evidente es cómo evitar una fractura interna Este-Oeste. Los países vecinos a Rusia valoran más que nunca a la OTAN. Incluso Finlandia y Suecia podrían solicitar en algún momento el ingreso, una vez comprobados los estragos que causa el matonismo de Vladímir Putin. Pero la antigua Europa Occidental es más pasiva, desde la actitud de países que apenas contribuyen a la defensa colectiva a la de otros que prefieren organizar una defensa europea al margen del paraguas transatlántico.
Alemania va a ser el país clave para unir estas dos mitades de Europa, una vez ha abandonado su pacifismo histórico y se ha comprometido a fondo en el terreno militar. Los miembros del Este no van a mirar para otro lado por mucho que dure esta guerra, debido a su cercanía y al riesgo real de que Putin no se conforme con redefinir las fronteras de Ucrania.
El segundo dilema que afronta la OTAN es convivir con la manera de gestionar crisis y conflictos de Washington, que no utiliza a fondo los procedimientos y los órganos de la Alianza. Dado el enorme tamaño y capacidades de EE UU en el terreno de la seguridad, Joe Biden está más cómodo tejiendo una relación directa con los principales gobiernos europeos, consultando a diario con ellos y trasladando luego sus decisiones a la organización internacional, a pesar de que su naturaleza no solo es militar sino política. Finalmente, la gran pregunta sobre el futuro de la OTAN depende de que europeos y norteamericanos sepamos convertir la relación transatlántica en transpacífica. La relación con China es mucho más importante y decisiva para todos a largo plazo. El bloque occidental no ha sido capaz todavía de definir una estrategia de contención y cooperación con la superpotencia asiática. La guerra de Ucrania nos debe llevar a repensar tanto la seguridad europea como la global.
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