Periodistas iraníes sieguen el recuento de las presidenciales. efe

La farsa electoral iraní

Análisis ·

El sistema es una dictadura colegiada donde el estamento religioso monopoliza el poder y criba a los candidatos

Sábado, 19 de junio 2021

Las elecciones celebradas este viernes en Irán han sido una farsa descarada en la que ya ni siquiera se guardan las apariencias. El sistema iraní ... es una dictadura colegiada donde el estamento religioso monopoliza el poder. Sin embargo, por razones de mera eficacia, es necesario tolerar cierta autonomía de la administración civil. El funcionario al mando de dicha administración es el presidente de la República Islámica de Irán. El título oficial no debe dar lugar a confusión. El presidente no es el jefe del Gobierno ni del Estado. Es tan solo un funcionario al que la jerarquía clerical endosa los temas engorrosos de la gestión cotidiana, pero las instituciones eclesiásticas han de dar su visto bueno a casi todo.

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En teoría, el presidente y el Parlamento son elegidos por votación popular. Las instituciones eclesiásticas criban a los candidatos, eliminando a todos aquellos que sean contrarios al régimen, pero aun así, se suponía que existía un margen real para que la población expresase sus preferencias entre distintas opciones. Ese espejismo se desvaneció por completo en junio de 2009, cuando la victoria del candidato menos reaccionario de todos, Mir Husein Musavi, un seglar tecnócrata, alarmó tanto a los clérigos que estos recurrieron al pucherazo más descarado para elevar al poder a Mahmud Ahmadineyad. Parte de la población urbana se echó a las calles y las protestas se prolongaron durante semanas, pero les falto coordinación, liderazgo -Musavi era, en última instancia, parte del sistema- y también apoyos en las fuerzas de seguridad y la población rural, de manera que el estamento religioso pudo controlar la situación.

Doce años después, Musavi sigue bajo arresto domiciliario y los clérigos islámicos ya no se molestan en disimular. Los siete candidatos autorizados eran todos de signo inmovilista, aunque dos de ellos lo eran una pizca menos. Tal y como estaba previsto, el hoyatoleslam Ebrahim Raisi se ha alzado con la victoria, lo que tampoco ha sido tan difícil porque en realidad no tenía rivales y además es evidente que el recuento está amañado dentro de un sistema dictatorial, con ideología única obligatoria y control gubernamental absoluto de los tribunales y los medios de comunicación.

Si los clérigos hubieran sido un poco más astutos habrían alentado la imagen de un favorito ya determinado de antemano al estilo de 'El Tapado' en México durante la dictadura del PRI, y luego, habrían sorprendido a todos dejando que ganase otro candidato, engalanado con un discurso menos reaccionario. ¿Una hipótesis novelesca? No tanto, porque Raisi fue candidato en las elecciones de 2017 y el régimen le dejó 'perder' frente al candidato reformista moderado y actual presidente, Hasan Rohaní.

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La alternancia entre presidentes inmovilistas con otros de perfil más moderado y aperturista servía para fingir que existía una alternancia política y que el voto de la gente contaba para algo. Pero esta vez no se ha dejado ni siquiera el espejismo de una alternativa, Por eso la participación electoral ha sido bajísima, sobre todo en las ciudades, pero el régimen ya no teme que estallen grandes protestas urbanas, mucho menos en el campo, y da por segura la lealtad de la Policía, la milicia política y el Ejército. ¡No hay nada que temer!

Sin embargo, el creciente absentismo electoral indica que el régimen teocrático opera en el vacío, de manera que podría desmoronarse de repente por completo, incluso por incidencias en apariencia triviales.

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