Una antigua profesora mía de inglés veía ciertas reminiscencias machistas en la diferencia con que los anglófonos denominan a la viuda (widow) y al viudo ( ... widower). «Hummmm...», rezongó aquella maestra nativa en el momento de referirse a esos dos términos. «Aquí tenemos cierta discriminación, porque en la lengua de Shakespeare la viuda es la viuda pero al viudo se le llama el que enviuda».
Confieso que mi pobre cerebro (tal vez poco dotado para la detección de discriminaciones por razón de sexo) no acertó a comprender del todo semejante matiz. De aquello hace ya tantos años que lo había enterrado en el olvido. Pero está claro que en esta vida no hay que dar nada por sepultado porque de esa tumba puede salir un fantasma mucho más aterrador. Y no precisamente hablando en inglés...
Es en mi propio idioma donde otros pedagogos (aún más paranoicos con el sexismo que aquella profe) acaban de decidir que viudo y viuda son términos obsoletos, ofensivos y patriarcales. Que a partir de ahora debemos decir 'cónyuge supérstite'. A mí lo de supérstite me suena a un híbrido entre 'superstar' y 'Loctite', el famoso pegamento.
Y si ya en su día me fastidiaba bastante que me llamaran «hija de viuda», no te digo nada si hubiera escuchado a mis espaldas: «Esta es una hija de cónyuge supérstite». Creo que me lo habría tomado como un insulto. Pero parece que la Ley Trans está decidida a cambiarle de sexo al lenguaje hasta dejarlo irreconocible e impronunciable. ¿No estaremos confundiendo libertad y respeto con travestismo verbal? Me consuela saber que supérstite procede de 'sutespers', en latín, superviviente. Y si hemos sobrevivido al horrísono 'poner en valor' también sobreviviremos al 'hije', al 'suegre' y al cónyuge gestante que parió al supérstite.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión