Isabel Preysler acaba de cumplir 70 años. El Photoshop tiene 20. La técnica del lifting facial unos 50. Y la llegada a España del bótox ... para uso cosmético ya va para los 18... Son datos objetivos que deberían acompañar invariablemente la noticia de cada nuevo aniversario de esta asombrosa mujer que lleva dos décadas aparentando veinte años menos. Intentar explicarlo por la única vía de la genética, la buena suerte o el regalito divino es como pretender hacernos creer que Walt Disney está congelado o que el velcro lo inventó la NASA. Veo que '¡Hola!' anuncia que la Preysler habla esta semana en sus páginas «a corazón abierto», así que me preparo para saber por fin quién la opera, a qué tratamientos se somete y cuánta pasta lleva invertida en ese físico deslumbrante que tanta admiración despierta...
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Comienzo a leer la entrevista a la espera de la pregunta fundamental: «Isabel, ¿realmente te ha compensado todo lo que llevas invertido en tu persona?». O por ponerlo en cristiano: «¿Te sale a devolver?». Porque, a ver, es evidente que a Preysler mantenerse incólume cual mano incorrupta de Santa Teresa le ha reportado pingües beneficios, pero ¿y el precio que habrá pagado por ello? ¿O acaso saltarse una ley tan severa y universal como la de la gravedad no implica algún tipo de condena? Sigo leyendo y nada. Preysler a lo suyo: los nietos, los exmaridos, y el día remoto en que la avioneta de su novio no pudo llevarla a tiempo al Polo Club de Manila... Por ella no pasan los años ni los virus (ni menciona la pandemia). A sus 70 sigue sin liberarse de esa imagen de famosa de un solo perfil (el fotogénico), de mujer en dos dimensiones, tan increíble que resulta inverosímil. Para verla en 'carne mortal', habrá que esperar quizás a que cumpla los 80.
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