«Solo le falta hablar». Es una frase utilizada a menudo por el dueño de una mascota para demostrar lo inteligente que es el perro ... o gato en cuestión. Hablar... Para la gente parlanchina (mi caso) no hay nada más terapéutico y liberador. Hablar por hablar. O hablar para ayudarte a pensar: mi deporte favorito. Creo que si tuviera el resto de los músculos del cuerpo tan tonificados como el de la lengua podría presentarme a unas olimpiadas. E incluso ganarlas. «Vosotros habláis todo el tiempo -me dijo una rusa en el transcurso de una ruidosa comida a la española-. En Rusia solo hablamos cuando tenemos algo que decir, como por ejemplo: pásame la sal». Supongo que se refería a la Rusia libre de los efectos del vodka, porque luego me tocó conocer a un ruso expansivo y bebedor que no callaba el tío...
Los adictos a la voz humana, no la de Jean Cocteau o Almodóvar, sino la voz que sale de la garganta en su sentido más literal, estamos de enhorabuena porque, en plena tiranía de la imagen, por fin una red social (Clubhouse) deja a un lado lo visual para rendir culto exclusivo a lo audible. Que exista una red en la que para comunicarse no haga falta posar metiendo tripa es desde luego un alivio.
Personalmente, sigo prefiriendo una conversación telefónica mucho antes que una sesión de FaceTime, donde todo el mundo está tan pendiente de su apariencia (y de sonreír para la foto) que nadie se concentra realmente en lo que dice. Siempre se ha afirmado que los ojos son el espejo del alma. No lo comparto. Para mí (y más en la era de las gafas de sol) el espejo del alma es la voz. No diré que no admita postureo, porque la voz se puede impostar, pero ese falsete es muy difícil de sostener en el tiempo. Al final, la voz siempre acaba cantando su propia verdad.
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