Septiembre y el regreso a la rutina: el peligro de vivir en modo multitarea
Lejos de aumentar la productividad el 'multitasking' impacta en la salud mental, multiplica los errores y bloquea la creatividad, según los expertos
Jazmín Romero
Domingo, 31 de agosto 2025, 19:03
Después del parón veraniego, muchos retomamos septiembre con la sensación de tener que recuperar el tiempo perdido. Agendas que se llenan rápido, nuevos propósitos y el impulso de hacerlo todo a la vez. Esto se da porque vivimos en un momento en el que ser 'multitasking' es sinónimo de productividad.
Pero, ¿de qué manera nos está afectando este ritmo de vida acelerado, que no solo se manifiesta en el trabajo, sino también en nuestras vidas personales? Este comportamiento, conocido como multitarea, responde a la presión de ser más 'eficientes'. Sin embargo, profesionales de la salud advierten que vivir constantemente en este modo acelerado puede estar vinculado a un aumento de la ansiedad, el estrés y otros trastornos emocionales.
«El problema de la multitarea es tener abiertos muchos proyectos al mismo tiempo, como si en el ordenador tuviéramos decenas de pestañas activas y saltáramos constantemente de una a otra», explica la psiquiatra Julia Bilbao. Afirma que esto genera un enorme desgaste mental, porque trasladamos ese comportamiento incluso a la vida cotidiana: hacemos una cosa tras otra, sin poder concentrarnos al 100% en nada.
La profesional sostiene que el deseo de abarcar múltiples tareas no solo aumenta la probabilidad de cometer errores, sino que también compromete la calidad del trabajo y de todo lo que se hace. «Al cambiar constantemente de una actividad a otra, el cerebro no tiene tiempo suficiente para alcanzar un estado de concentración profunda, lo que repercute directamente en los resultados». A menudo creemos que estamos haciendo mucho, cuando en realidad no estamos completando nada de forma eficiente.
«Este estrés continuado no solo disminuye la productividad, sino que nos mantiene en un estado de alerta que, a largo plazo, puede desencadenar cuadros de ansiedad y depresión. Además, vivimos en un estado de agotamiento constante, lo que impide a nuestro cuerpo y mente recuperarse de forma efectiva», advierte Bilbao.
Cultura de la distracción
Este ritmo frenético se ve especialmente reforzado por la hiperconectividad constante en la que estamos inmersos. «Los 20.000 WhatsApp que tenemos, las redes sociales, o las pantallas alteran nuestra percepción de la realidad y la capacidad de conectar con el entorno», y añade, «ya no podemos siquiera estar en una cafetería, disfrutar del momento o mantener una conversación con amigos sin estar pendientes de las notificaciones».
Esta interrupción digital constante no solo afecta nuestra atención y la calidad de las relaciones, sino que también tiene consecuencias cognitivas: «La sobrepresión y la sobreestimulación tampoco son buenas para la memoria. Para poder almacenar información a largo plazo, necesitamos prestar atención y contar con un entorno de calma».
La falta de espacios vacíos y creatividad
Otro síntoma de quienes viven en modo multitarea es la dificultad para apreciar el silencio o el tiempo en calma. Alimentados por la estimulación constante de las pantallas, entramos casi en piloto automático, ocupando incluso los pocos espacios vacíos que nos quedan.
«Fíjate que, cuando estamos esperando en la parada del autobús, estamos constantemente revisando el móvil. Ya no somos capaces de descansar la vista, de observar el paisaje o simplemente estar en silencio. No damos espacio al aburrimiento, y precisamente por eso hemos perdido la capacidad de imaginar y crear».
Lo más peligroso de la sobreestimulación digital, señala la experta, es que las redes sociales inyectan al cerebro una falsa dopamina. «Los likes generan una sensación pasajera de bienestar que se agota rápidamente y a la que volvemos una y otra vez como mecanismo de escape frente al nerviosismo. Incluso, para muchas personas, se ha convertido en una forma de adicción».
A nivel físico, el cuerpo también acusa este estilo de vida. Dolores musculares generalizados, aumento de casos de fibromialgia, problemas digestivos como colon irritable o úlceras son cada vez más frecuentes. «Tener un ritmo de vida muy acelerado hace que el sistema digestivo esté constantemente en alerta, lo que favorece la aparición de estas patologías», indica la psiquiatra.
«A nivel cardiovascular, el aumento del estrés provoca alteraciones como la tensión arterial elevada, que puede derivar en complicaciones cardiológicas. También afecta al sistema inmunológico, debilitándolo. Hay personas que, como resultado, ven disminuidas sus defensas».
Malos hábitos
Además del ritmo de vida acelerado, los malos hábitos cotidianos también juegan un papel clave en el deterioro de la salud mental. Dormir mal, llevar una vida sedentaria o comer de forma desordenada son prácticas frecuentes que, aunque parezcan inofensivas a corto plazo, afectan directamente a nuestro bienestar emocional.
«El descanso, el movimiento y la alimentación son fundamentales. Dormimos mal, comemos apurados y ya ni nos movemos. Pero no hace falta ir al gimnasio todos los días, a veces es tan simple como bajarse una parada antes o subir escaleras. Movernos mejora la oxigenación del cerebro, libera endorfinas y nos hace sentir mejor», señala la psiquiatra.
La clave, según la experta, está en realizar pequeños cambios sostenidos en el tiempo, aunque cuesten. «El problema es que queremos resultados inmediatos. Pero si todos los días damos un paso, por pequeño que sea, a largo plazo el cuerpo lo agradece. Se trata de crear un sistema de vida que nos sostenga, no que nos exija más. Algo tan básico como levantarse con tiempo para desayunar tranquilo ya puede marcar la diferencia en cómo empieza el día».
Asimismo, es importante combinar momentos de socialización con espacios personales. «No se trata solo de quitar hábitos perjudiciales, sino también de añadir estímulos positivos: aprender algo nuevo, leer, pasear, rodearse de personas con las que se pueda hablar de verdad. Pero también darse espacio a solas y en calma para pensar, para identificar nuestros sentimientos».
Lo que bien llamamos meditación no se reduce a hacer un curso de mindfulness o yoga: «a veces basta con mirar la lluvia con una taza de chocolate caliente, o escribir, porque esto nos ayuda a tener claro lo que queremos en la vida. Un rumbo que genera una sensación de seguridad. Todo esto es salud mental, y nace en el silencio de casa, sin tanto ruido de fuera».
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