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YVONNE ITURGAIZ
Txani Rodríguez

La escritora euskaldun que se alimenta de la luz del sur

Viernes, 28 de mayo 2021

Autora, periodista y profesora de escritura creativa

Desde pequeña Txani Rodríguez (Llodio, 1977) escribe y baila flamenco, se apuntó a las clases en el Centro Andaluz de Llodio al que iban sus padres. Al mismo tiempo aprendió euskera, perteneció a la primera promoción del modelo B en el pueblo. Licenciada en Ciencias de la Información, también empezó Derecho. En 1999 entró en Radio Euskadi, donde sigue colaborando. Escribe en EL CORREO y otros medios y es profesora de escritura creativa en el Ateneu Barcelonès y la asociación Alea. Ha publicado un libro de relatos, cuatro novelas y cuatro cómics en castellano y dos libros infantiles en euskera.

A Txani Rodríguez es fácil imaginársela leyendo a la orilla de un río con el frescor de la corriente en los tobillos, como la protagonista de uno de sus relatos. Su literatura está impregnada del paisaje del valle de Ayala, que se eleva tozudo sobre las fábricas de Llodio, y de la luz del sur al que regresa todos los veranos. Alfonso, gaditano atípico, «un hombre contenido que hablaba bajito», y Felisa, «medio canaria y medio malagueña, aunque no le gusta el flamenco», le regalaron algo más importante que una biblioteca. «En mi casa no había muchos libros, pero sí mucha admiración por la cultura y mucha ilusión por la educación que iban a proporcionar a sus hijos», recuerda. Alfonso cruzó el país «como tanta gente para trabajar en la fábrica de Aceros de Llodio, y se sacó el graduado escolar aquí». A su única hija la llamaron Sebastiana en honor a su abuela paterna, con un diminutivo «natural y muy andaluz» que ella pronto empezó a escribir con Tx.

La escritora y periodista perteneció a la primera promoción del modelo B en la escuela pública de Llodio. En clase «hicimos piña porque solo éramos quince, por lo menos cinco hijos de emigrantes. Era algo nuevo que generaba dudas» pero, «como todas las cosas que haces desde pequeño», aprendió euskera con facilidad y lo incorporó a su vocación. Se recuerda escribiendo «desde siempre. Es algo comunicativo, como al que le da por bailar». Se presentaba a concursos de cuentos y sus amigos le mandan fotos desde la biblioteca de Llodio, donde conservan las recopilaciones que publicaban.

«No recuerdo la fecha porque leía todo lo que caía en mis manos. Desde 'Pulgarcito' a 'La tierra de Alvargonzález', que me dio pesadillas»

«El día que leí mi primer libro»

Desde el principio aplicó la fantasía a su entorno más cercano para «pisar suelo». Imaginó, entre otras historias, las peripecias de una familia de cubos de basura. Era feliz leyendo tebeos de 'Pulgarcito' y buscando minerales en el monte con su padre, «aunque solo encontraba cuarzo». No es lo único que tiene en común con Irune, la heroína de 'Los últimos románticos', su novela más exitosa. La historia de esta joven solitaria y reflexiva, que sale de su burbuja y se implica en un conflicto laboral, se llevará al cine y se va a traducir al italiano y al turco.

Esta novela luminosa, teñida de esperanza, tiene su origen en una imagen un tanto áspera. A su pareja, Juan, que trabaja en una fábrica de papel, le mandaron un lote con servilletas para una cadena de comida rápida, sábanas para camillas de hospitales y papel higiénico industrial. «Son los tres vértices de un estilo de vida muy rápido. Me parecía un resumen de nuestra contemporaneidad y había algo que me ponía nerviosa». Lo cuenta con esa voz clara que habla bajito, y que probablemente no envejecerá. La misma que nos parece escuchar cuando Irune dice que «las casas deberían oler siempre a domingo por la mañana: café, pan frito, torrijas».

«Era todo un día de viaje, pero iba llena de ilusión y sigo igual. Donde más me gusta estar en verano es en el pueblo»

Los viajes al sur

Ella ha vivido lo mucho que una fábrica significa en la vida de la gente. De las pegatinas con las que los hijos de los trabajadores entraban gratis al cine a las movilizaciones por el cierre que les dejaban sin clase y quitaban el sueño a sus padres. Eso está en sus libros al igual que su inquietud por la naturaleza –«me da pavor que cambien los paisajes»– y «una especie de conciencia de la soledad». Se crió como hija única en los ochenta, cuando casi todos teníamos hermanos. Fue una niña «muy querida» que jugaba «al escondite y a hacer el cabra» con sus vecinos del barrio de Landaluze, aunque pasaba horas en su cuarto leyendo y escribiendo. De pequeña se apuntó a clases de flamenco en el Centro Andaluz de Llodio. «Allí se reunían los inmigrantes, al principio había ambientes separados. Los procesos de integración son complicados y el fuerte problema identitario que ha habido aquí fue un lastre», explica. Ahora, en cambio, «en el centro bailan muchas personas que no tienen nada que ver con Andalucía».

Le apasiona la danza. Tangos, alegrías... «el flamenco conecta con una parte de mí, con sentimientos que solo se activan cuando bailo». Porque puede pasar «muchas horas contemplando cómo se mueven las hojas de un árbol». Su Andalucía son los pueblos de sus padres, Estación de Gaucín y Jimena de la Frontera. Los carnavales de Cádiz y los montes de alcornoque. Una semilla que riega cada verano. El viaje en el 'Seat 124' de su padre, azul metalizado, resultaba «extenuante». Aun así, «no ha habido un momento de mi vida, ni en el tumulto de la adolescencia, en que no haya querido ir». De esas raíces habla en 'Agosto'. «No se había abundado mucho en la historia de los hijos de los emigrantes. Yo soy vasca y euskaldun, pero siempre he reivindicado mis orígenes andaluces».

«Murió de repente en 2009 y me dejó descolocada. Tenía una sensibilidad especial, recuerdo su orgullo en la presentación de mi primer libro»

La muerte de su padre

YVONNE ITURGAIZ

En las «torres de libros» que tiene en casa residen Fernando Pessoa, Natsume Söseki, Agota Kristof... viene de un club de lectura y en la mochila trae obras de Nabokov, Iban Zaldua, Aritz Galarraga, Iñazio Mujika Iraola y Almudena Sánchez. Se enorgullece de haber estudiado en la red pública, «que hace una labor muy valiosa. Toda la recepción de inmigrantes cae sobre sus espaldas, y yo estoy muy satisfecha de la educación que he recibido». De la escuela recuerda en especial a una maestra, Merche, quele regaló «una cartulina grande con recortes de prensa» de los concursos en los que la habían premiado. «Esos detalles animan de una forma poco predecible». Y del instituto a Ana García, una profesora «extraordinaria» cuyo criterio todavía le impone «casi como un examen».

El ambiente cultural de Llodio se animó a finales de los 90 con la Tétrada Literaria, las tertulias donde coincidió con Espido Freire antes de ganar el Planeta, Kepa Sojo y Amado Gómez Ugarte, entre otros. Como periodista, cuando entrevista a escritores intenta «que salgan del carril». Con sus colegas y amigos –Galder Reguera, Jon Bilbao y Katixa Aguirre, Pedro Ugarte, Iñaki Uriarte...– tiene un pacto de sinceridad absoluta si se pasan manuscritos. «Quiero saber si algo no funciona. Dice Luis Landero –¡y fíjate qué trayectoria tiene!– que la literatura no puede ser un oficio porque quien aprende a hacer zapatos puede reproducirlo una y otra vez, pero con una novela no sabes si vas a escribir otra o se te va a caer de las manos». Ha publicado en varias editoriales –la última, Seix Barral– y ha recibido cartas de rechazo, «algo muy común. A cada revés, hay que reforzar la confianza», asegura. A sus alumnos de escritura creativa les aconseja «que lean mucho, que se fijen en lo que leen y que escriban, porque encontrar la propia voz cuesta mucho y hay que insistir hasta que asome». Hasta que diga, por ejemplo, que «las cosas pasaron como pasan los trenes de mercancías: con un estruendo de velocidad anunciado desde lejos».

«En tiempos de crisis no espero cosas demasiado buenas de la gente»

«Suelo decir un poco en broma y un poco en serio que el pasado es imprevisible por cómo nos justificamos y alteramos los relatos, así que ¡imagínate el futuro!». A corto plazo «no pinta bien», asume Txani Rodríguez. «Parece que se avecina una profunda crisis económica, quizá también una transformación de nuestro modo de vida». No cree que la pandemia «nos vaya a transformar en positivo. Normalmente, los periodos de crisis son de mucha conflictividad y no es el momento de esperar cosas demasiado buenas de la gente». En lo personal, «intentaré volver a escribir una novela y poder dormir tranquila, eso resume que las cosas van moderadamente bien para mí y para mi familia». Tiene miedo a volar tras una mala experiencia en un viaje a Cuba, pero está segura de que volverá a coger aviones para cumplir sueños como conocer las islas de Japón.

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