El ertzaina que desafió al fuego para salvar una vida en Altube
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De maestro industrial de FP a investigador en la Ertzaintza
Marcial Moduga Alonso, casado y con dos hijos, nació en 1966. Pasó sus primeros años en las Escuelas Públicas de Trapagaran y se graduó como maestro industrial de Formación Profesional en la rama de Construcciones Metálicas, aunque nunca ha trabajado de ello. Con poco más de 20 años empieza a opositar a la Ertzaintza, cuerpo donde acumula ya tres décadas de ejercicio, primero como patrullero y luego como investigador (actualmente destinado en la unidad de Erandio). Volcado en las emergencias, imparte cursillos para extremar la seguridad en situaciones de riesgo.
Sus compañeros del centro de Emergencias de Txurdinaga lo vieron en directo a través de las cámaras de Tráfico, presos de una angustia como solo se siente por alguien querido y en peligro pero fuera de tu alcance. Marcial se arrastraba como podía por el interior del coche, con el salpicadero envuelto en llamas y el conductor debatiéndose, la pierna atrapada entre el asiento y la puerta. «Pensé que no iba a poder, que me tocaría vivir con el recuerdo de ese hombre abrasado sin haber podido hacer nada por ayudarle», desliza Marcial. Pero el coraje anida en los rincones más insospechados. El ertzaina no sabe de dónde sacó las fuerzas necesarias para, de un último tirón, salir de aquel infierno y traerse consigo a Benjamín. Quince, veinte coches pasaron por aquel punto de la N-622, a la altura de la gasolinera que hay dos kilómetros antes de Altube en sentido Bilbao. Nadie paró ni se acercaron tampoco desde el surtidor. Cuando finalmente llegaron dos agentes, Marcial y Benjamín yacían a 15 metros del coche en llamas. Exhaustos, pero vivos.
Marcial Moduga no olvidará jamás aquella mañana del 6 de febrero de 2020 cuando, circulando por la autovía en sentido Bilbao, vio el coche de Benjamín incrustado en la cuneta bajo un pórtico de mensajería de la Dirección de Tráfico. El agente, que estaba de baja, no lo dudó. Dio aviso a un compañero y también al 112 para decirles si tenían conocimiento de lo ocurrido. Fue entonces cuando vio salir humo del motor. Marcial decidió no esperar. Cruzó los dos carriles hasta la mediana donde se hallaba el vehículo siniestrado y comprendió de un vistazo que el tiempo jugaba en su contra.
«Quería aportar más. Ahora puedo hilar dos hechos aparentemente inconexos #a partir de identificaciones de patrulleros que no se conocen»
Apostar por la investigación
El conductor, de entre 50 y 60 años, tenía el cinturón suelto, el teléfono roto, estaba consciente y herido. No podía abrir la puerta, así que lo intentó por detrás. Cuando abatió el asiento pudo ver con toda claridad que el motor estaba en llamas. La desesperación nos inyecta fuerzas que a menudo ignoramos poseer. Sacó de allí a Benjamín (con quien el pasado enero habló a raíz de una conversación a tres bandas que propició este periódico), que en su fuero interno debía ver agotarse sus opciones. Apenas unos minutos después, el vehículo ardía por los cuatro costados.
Marcial se luxó el brazo haciendo fuerza y aquella tarde acabó en un ambulatorio con antiinflamatorios. Sus compañeros le comunicaron un mes después que iban a recomendarle para un reconocimiento, distinción que ya hicieron pública la Consejería de Interior y el departamento de Emergencias y de la que se le hará entrega previsiblemente en junio.
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La trayectoria de Marcial es la de un hombre corriente envuelto en situaciones extraordinarias. Nada en su entorno próximo permitía imaginar la deriva que iba a tomar su vida cuando, con 17 años, decidió hacer un curso de Primeros Auxilios. Estudiante en las Escuelas Públicas de Trapagaran y luego maestro industrial de FP por la rama de Construcción Metálica -faceta que nunca ha ejercido-, su familia siempre le transmitió la necesidad de lograr una estabilidad laboral: «En casa ya me tocó vivir alguna crisis», recuerda. También la idea de ayudar a alguien que no conoces sin esperar nada a cambio.
«Entorpeció nuestra labor durante décadas. Daba lo mismo un borracho que un atraco: había que vigilar siempre el entorno por si era una trampa»
La marca del terrorismo
Marcial empezó a opositar con poco más de 20 años. La suya es la décima promoción de la Ertzaintza, «la que más tardó en salir a la calle». De aquello han pasado 30 años y este hombre, fornido como el tocón de un árbol, las ha visto de todos los colores, primero patrullando uniformado y luego de paisano, en investigación y también como escolta. Cuando le felicitan por su comportamiento en Altube, dibuja una media sonrisa. Él sabe que no es la primera vez. «Aquel tipo con un hacha en Cortes que yo sabía a quién iba a matar, alguien que todavía hoy es ajeno al peligro real que corrió. O ese otro al que sus amigos querían quitarle el cuchillo que llevaba clavado y que aparté a empujones para que no lo desangraran».
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No oculta la desazón que le causa no poder ayudar, «como ocurre en determinadas situaciones de maltrato, cuando la víctima se convierte en aliada de su agresor, porque intuye que todo lo malo que le pueda pasar a él acabará actuando en su contra». O cuando asiste, impotente, a gente mayor en un entorno deteriorado, «auténticos Diógenes a los que, como les funciona bien la cabeza -y así lo acreditan su familia y los servicios sociales-, no les puedes ayudar. ¿Por qué si algo no va bien tienes que esperar a que vaya rematadamente mal?».
El agente no oculta que el miedo está siempre presente, aunque debes sobreponerte a él. Lo dice alguien a quien han intentado apuñalar dos veces: una en el Casco Viejo de Bilbao, cuando un tipo al que sorprendió robando un coche se revolvió contra él; otra en la calle Cortes, cuando tres compañeros fueron a identificar a un señor de 1,90 y 120 kilos sobre el que pesaba una orden de ingreso en prisión. «A veces hasta la actuación más rutinaria puede arruinarte la vida».
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El tiempo se encarga de arrojar luz sobre sucesos que preferirías no descubrir nunca. Como aquella vez que pasó por delante de un coche bomba en Bilbao, o esa otra en Barakaldo, cuando mi compañero y yo nos acercamos de noche a un bar que estaban atracando, mientras desde el interior nos apuntaban con una escopeta a la espera de que entrásemos. «Creo que tenemos un ángel de la guarda, y que el día que se vaya de vacaciones lo vamos a notar pero bien».
«Son una enorme responsabilidad, pero en este trabajo son el bastón al que te agarras para no perder la cordura»
«Los hijos ayudan a mantener los pies en el suelo»
Riesgos que no desean compartir con nadie, trabajo que estos hombres y mujeres se llevan a casa... y que explica que esta sea una de las profesiones que más castiga las relaciones de pareja, añade Marcial, casado y con dos hijos de 20 y 28 años, uno de ellos con discapacidad. También momentos de pesadilla, «como cuando hacía inspecciones oculares y levantamientos de cadáver, y tenía que comunicar a una madre la muerte de su pareja o de un hijo. No importa que lo hagas una o mil veces, hay cosas a las que uno no se acostumbra jamás y que te dejan cicatrices».
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Marcial vive volcado con el mundo de las emergencias, como demuestra el cursillo que acaba de impartir en Lérida a policías y militares de todo el Estado y que se resume en una máxima: «Quien acuda a situaciones de riesgo tiene que ser primero capaz de ayudarse a sí mismo». Marcial les enseña, entre otras cosas, a hacerse torniquetes, «porque un 30% de las muertes en enfrentamientos armados tienen que ver con hemorragias». Nunca se ayuda lo bastante, dice, aunque viéndole cualquiera lo diría.
«El 99% de los ertzainas se ven abandonados por sus responsables»
Marcial es un tipo comprometido, lo que no impide que sea crítico con determinadas situaciones que ve a diario en su trabajo y que no se resigna a aceptar. «No descubro nada nuevo, porque es una crítica recurrente de los sindicatos y lo vemos a diario. Es una frustración tremenda comprobar que ya en un momento u otro, el 99% de los policías se ven abandonados por sus responsables».
¿De dónde surge ese sentimiento? «Hablamos de un trabajo que exige unos recursos a la altura del cometido, pero también de una formación continua, que a menudo brilla por su ausencia. Debería ser obligatoria, aunque eso signifique sacar efectivos de la calle». Un ejemplo. «Carece de toda lógica que la Er-tzaintza controle las prácticas de tiro de la seguridad privada, y que quien lo hace lleve años sin disparar».
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