Habrá que parar para que eche la meada». La frase, pronunciada con el rigor castrense habitual por un edecán del Cuarto Militar de la Casa ... de Su Majestad el Rey durante una larguísima jornada en Barcelona, me vuelve a la cabeza cada vez que asisto a ese maratón de actos públicos, mítines, visitas, encuentros con militantes a pie de barra («¿otra cañita, camarada?»), paseos por barrios, comercios y agrupaciones que conforman la columna vertebral de cualquier campaña política. ¿Cómo lo hacen? ¿En qué momento pararán para tener un alivio? ¿Quién programará el 'pistop'? ¿De qué modo controlan y limitan nuestros candidatos el número de cafés, tés, refrescos y botellines de agua y el momento de su ingesta para alejar las urgencias?
Parecerá cuestión baladí, pero imaginen a ese candidato arrebolado y en pleno ardor semántico y argumental arremetiendo contra sus adversarios en un debate televisado... pero con la vejiga a reventar y concluyendo la algarada de forma abrupta para salir de tapadillo en busca de un mingitorio.
Nuestros candidatos varones no están aún en edad prostática (pienso en un debate Biden-Trump) y las candidatas, como en general las mujeres, (que por eso copan las consultas urológicas con problemas de estreñimiento y cistitis) es sabido que son de muchísimo aguantar. Así que, también en este campo, son flexibles.
O sea que, por favor, seamos indulgentes con ellos cuando les veamos sentados en primera fila del mitin con el botellín de Solares en la mano escuchando al líder, con la pierna cruzada y la sonrisa amistosa. Vaya a saber usted por lo que está pasando ese hombre (o esa mujer) si se ha saltado la parada.
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