Un domingo electoral
Hay que votar otra vez, por triplicado, y el día está automáticamente resuelto
Esta primavera ha habido algún domingo en el que no se nos ha convocado a las urnas y ha sido raro. Te quedabas en casa ... mustio, como sin plan. Por suerte, hoy hay que votar otra vez, por triplicado, y el domingo de este modo está automáticamente resuelto. Sales a la calle, compras el periódico, saludas a los vecinos por el barrio, vas al colegio electoral, votas, improvisas hipótesis chifladas a partir de la participación que percibes a tu alrededor y llegas por fin adonde siempre, a tomar el vermú, pero con una enorme legitimidad politíco-social. «Vengo directo de votar», le dices solemne a tu barman de referencia, pasando por alto el detalle de que el resto de los domingos del año, llegando al mismo lugar, no le explicas al hombre que de donde vienes directo es de la cama.
Votar está bien por lo de la fiesta de la democracia y por lo de frenar a las fuerzas del mal, o por lo de impulsarlas, según el gusto de cada cual. Ahora hay también una gente joven muy divertida que incluso se lleva a los padres o a los abuelos al colegio electoral, o eso dicen, y se ponen juntos a llorar frente a la urna, ellos porque ser un héroe en la primera línea de Twitter cansa mucho psicológicamente y los padres y los aitites y amamas porque tampoco será fácil sobrellevar lo de tener un descendiente tan tonto. En la versión publicada de estos ejercicios aparecerá sin falta el que ya es el sintagma más repugnante del idioma: «orgullo de».
Luego están las sorpresas electorales, que siempre entretienen mucho. Y se dan incluso antes del escrutinio, puede que hasta por la mañana. Un ejemplo: en las europeas de 2014 el obispo Iceta presidió una de las mesas en el colegio Félix Serrano. Yo me lo encontré allí de pie, tras la urna, con la sotana y la cruz, y pensé que había pasado algo muy gordo en el país. «Ay, madre. ¡La hierocracia!», me dije. Y giré sobre mis talones para cambiar con disimulo mi papeleta por una que, siendo igual de disparatada, no fuese al menos pecado. En las pasadas elecciones generales fue a Loquillo a quien le tocó presidir una mesa en Madrid. En cuanto empezó a circular la foto, alguien tardó dos segundos en ponerle un pie inmejorable: «Feo, fuerte y vocal».
Como es lógico, uno de los grandes motivos para ir a votar hoy es ver a quién te encuentras presidiendo la mesa. «Ojalá alguno de 'Mocedades', ojalá alguno de 'Mocedades'», así llevo yo desde que cumplí los dieciocho. Lo de participar en la elección del gobierno del municipio, la diputación foral y la comunidad europea también es importante. Esta noche estrenaremos consistorios, Juntas de Bizkaia y Parlamento europeo. Entre una cosa y otra, nos toca designar a un millar largo de cargos públicos.
A ver si salen buenos.
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