La ley de un gigante
Zabaleta, uno de los mejores zagueros del siglo XXI, da una extraordinaria exhibición de poderío y anula con su superioridad a sus rivales
Se dirá que la final del Parejas tuvo poca historia, que es una palabra que en el deporte suele utilizarse como sinónimo de emoción, de ... intensidad en la lucha, de fragor en la batalla. Pero sería un error. Y es que claro que la final tuvo su historia. Lo que ocurre es que, en este caso, se trató de la historia de una exhibición, la que protagonizó un zaguero extraordinario, uno de los mejores del siglo XXI: José Javier Zabaleta. Aunque las apuestas no se decantaron ayer en exceso por ninguna de las dos parejas, los focos estaban puestos en él. Todo el mundo, hasta los catedráticos más heterodoxos, coincidía en que el resultado dependería del nivel que mostrase el pelotari de Etxarren. La txapela estaba en sus manos. Y no era una cuestión de desmerecer a los otros tres protagonistas sino de reflejar una realidad objetiva. Sencillamente, cuando Zabaleta se pone a jugar en su mejor versión, los demás pasan a un papel secundario, de espectadores en unos casos o de víctimas propicias en otro. Es lo que fueron Peña II y Albisu en la final de ayer en frontón Bizkaia.
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Se esperaba más de los guipuzcoanos, que comenzaron el partido muy animosos, con seriedad y ambición. Aunque el primer tanto fue para Elezkano II y Zabaleta, Peña II respondió con dos remates certeros y valientes. Al tolosarra no parecía pesarle la responsabilidad del debutante. Y tampoco a Albisu en su segunda final, ocho años después de la desgraciada que vivió con Pablo Berasaluze. En realidad, el más nervioso en esos compases iniciales era Zabaleta al que se le escaparon dos pelotas sin mayor veneno. No acababa de estar a gusto el navarro, un poco frío, como si necesitara todavía romper a sudar.
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El marcador se puso 3-6 y todo parecía indicar que la final iba a ser una lucha encarnizada. En otra situación, hablaríamos y escribiríamos de una lucha apasionante que haría saltar a los espectadores de sus asientos, agitaría las gradas con la electricidad de una tostadora encendida en la bañera, dejaría roncos a los corredores de apuestas y haría rugir a los coros de las hinchadas respectivas. Pero estamos en unos tiempos tristes en los que hasta las finales más esperadas tienen el ambiente de un partido cualquiera de entrenamiento. O de una elección de material. El vacío de las gradas es desolador, pero lo más duro es la falta de aplausos, el hecho de que los tantos se sucedan sin que nadie los celebre, como si fueran un trámite, poco más que el correr de los números de una lista de espera en la pescadería de un supermercado.
Sin apoyo
Este ambiente perjudicó a los derrotados. Es muy posible que con otro muy distinto, todo lo volcánico que se quiera, el resultado hubiera sido el mismo o muy similar, ya que, cuando se pone a jugar, Zabaleta provoca el efecto de un accidente atmosférico. Es una gota fría que te lleva por delante. Ahora bien, quizá en el aliento de las gradas, de sus vecinos de Tolosa y Ataun, Peña II y Albisu hubieran tenido un apoyo emocional al que agarrarse cuando la final cambió de rumbo por completo. Se puede decir incluso el momento exacto en el que sucedió. Elezkano había puesto el 4-6 con una volea perfecta a la pared. Tras ese tanto, Zabaleta hizo el 5-6 con un derechazo tremendo. Seguro que se sintió a gusto. Pocas sensaciones de plenitud hay más grandes que dar uno de esos pelotazos monumentales, perfectos en su colocación y violencia. Un fallo de Peña II en el ancho propició el 6-6. El 7-6 fue de nuevo un misil del zaguero de Etxarren. Y el 8-6, lo mismo. Definitivamente, había acabado su calentamiento.
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La pareja guipuzcoana se vino abajo con estrépito, sobre todo Albisu, que era el que podía sostener el partido en su duelo personal con su rival en los cuadros traseros. Peña II, realmente, poco podía hacer y, a base de no tener opciones, también se dejó ir. Lo del ataundarra fue triste. Impecable y poderoso durante todo el campeonato, no sólo no acertó a competir con Zabaleta sino que pareció consumido por un sentimiento de inferioridad que no le permitió levantar cabeza. El dato es demoledor. Desde el 3-6 al 22-7 final, los derrotados solo sumaron un tanto -el 14-7- y fue porque al navarro, en plena descarga de cohetes, se le fue a lo alto de la pared lateral una pelota desde el 2. De haber estado mejor dirigida y de haber sido el Bizkaia un frontón abierto, hubiera acabado en las calles de Miribilla y bajado luego rodando hasta San Francisco.
La superioridad de los ganadores fue tan absoluta que el desenlace fue rápido, como una ejecución sumaria. El 21-7 llegó de un pelotazo del navarro al rebote y el 22-7, de un fallo de Peña II. Elezkano se dejó caer en la cancha, boca abajo, abriendo los brazos, para celebrar su segunda txapela. Y Zabaleta, que conseguía su tercera, se puso a llorar de emoción. Lo cierto es que se hizo un poco rara esa imagen suya después de semejante ejercicio de demolición. Suelen serlo las concesiones sentimentales de los guerreros más poderosos e implacables.
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