Erik Jaka ha venido a revolucionar el nuevo orden pelotístico. Tras dar la campanada en el Manomanista, muy pocos confiaban en sus opciones en la semifinal del Cuatro y Medio y fulminó al bicampeón Joseba Ezkurdia ayer tarde en el Astelena de Eibar. El partido fue un auténtico tiovivo. Con vueltas y revueltas mareantes. La locura se cernió sobre la catedral.
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El príncipe de Arbizu fue destronado por el coloso de Lizartza. Y lo hizo a lo grande. Dando rienda suelta a su inventiva, a su estética, dibujando un juego a la velocidad de la luz y logrando un triunfo sonado por increíble que parezca. Su pelotazo estuvo lleno de intensidad y sufrió de lo lindo para contener los zarpazos de su rival, que vendió cara la derrota.
El arranque de la eliminatoria no pudo ser más favorable para sus intereses. Puso el marcador a su favor: 11-1. Bordó su juego. Mientras que el navarro estaba metido en la trinchera muy acobardado y sin ligar su acostumbrado repertorio demoledor. Sin embargo, se salió del acoso al que estaba sometido y fue limando distancias. Incluso se puso por delante: 13-16.
El partido aún tenía mucha miga y mucha corteza. No fue así. Sacó el cuchillo Jaka y colgado de una enorme nube de confianza, remate tras remate, se fue a 22 sin pestañear. El saque fue un factor determinante. Con un material de mucho tiro, el resto la mayoría de las veces hubo que hacerlo en las inmediaciones del cuadro siete, resultó a todas luces letal.
La primera semifinal disputada el pasado sábado en Miribilla entre Bengoetxea VI y Altuna III no tuvo color. El de Amezketa derrotó al navarro (22-12) en 53 minutos y 239 pelotazos. Tras un inicio titubeante del ganador -estuvo por detrás en el marcador, 3-7- desató una fuerte tormenta que desarboló a su oponente.
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¿Cuáles fueron las claves? El físico jugo un papel determinante. El navarro sabía que su puesta a punto y sus años le pesaban como una losa. Mientras estuvo fresco hilvanó un juego que dio al traste con el libreto de su rival. Pero cuando se divisaba el ecuador de la eliminatoria, se disputó un tanto largo y muy exigente.
Bailaron ambos de la pared izquierda al ancho a una velocidad de vértigo. Pelotazos bien articulados en todas direcciones y con la inspiración como principal argumento. El trote al que fue sometido Oinatz le obligó a pedir con urgencia el set de descanso para recomponer la figura.
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Fue un antes y un después. El de Amezketa activó su maquinaria ofensiva y su rival desapareció de la cancha. No volvió a escena y el protagonismo lo adquirió el que resultó ganador, que jugará su quinta final de esta laberíntica distancia. Partido con poca sustancia y poca chicha.
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