Afirma la sabiduría popular que hay días en que uno no está para nadie. Sería el caso de la Scuderia Ferrari aplicado a esta temporada ... en que su gente daría lo que fuera para evitar comparecer en público, ahorrándose excusas y dejando de puertas para adentro el análisis del despropósito que supone el desempeño del SF-25. Este bólido se diseñó sabiendo que estaría Lewis Hamilton al volante y de algún modo debía adaptarse al pilotaje del siete veces campeón mundial, que llegaba a Maranello al loor de multitudes. Pues bien, ni una ni otra circunstancia se han dado porque el coche no puede disgustar más al británico, que a día de hoy es discutido por propios y extraños.
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Hamilton ha defraudado a buena parte de sus nuevos compañeros de trabajo, que se preguntan por qué se le ha fichado ahora y no hace cuatro años cuando aún mandaba en pista. Su primera intervención en el briefing previo al Gran Premio de Australia -estreno del campeonato- dejó perplejos a los presentes porque apenas pronunció palabra cuando se esperaba de él un torrente de impresiones acerca de los pros y contras de su montura. Los técnicos ferraristas habían trabajado durante cuatro años con Sainz y Leclerc, y la clarividencia del madrileño suponía un acicate para que el monegasco también se esforzase por valorar el comportamiento del monoplaza durante los entrenamientos libres de cada gran premio. Con la abundante información recibida de uno y otro los ingenieros afinaban la configuración del coche para calificación y carrera, haciendo del Ferrari un bólido competitivo.
Al día de hoy los del Cavallino viven una situación diametralmente opuesta y no encuentran el momento de despedir una campaña que cerrarán sin comprender el comportamiento de Hamilton. Las altas esferas del equipo viven las vacas gordas de una magnífica gestión del marketing ferrarista -impulsada sin duda por la enorme influencia pública del astro inglés-, pero los que trabajan a pie de pista sufren las consecuencias de una evidente falta de liderazgo. El SF-25 sólo se muestra cómodo cuando rueda pegado al asfalto y resulta un tormento para los pilotos en cuanto se le elevan mínimamente las cotas de la suspensión, como ocurrió en Hungria cuando se aumentaron las presiones de los neumáticos del coche de Leclerc en su último pitstop y los milímetros de altura ganados lo volvieron inconducible. Hacer cientos de kilómetros forzando la cercanía del monoplaza al asfalto supone un riesgo enorme para la integridad de un elemento vital como el fondo plano, y aunque las nuevas suspensiones estrenadas en Bélgica trataron de enmendar el entuerto apenas han resuelto nada.
El año pasado la Scuderia pescó en el garaje de Mercedes y se hizo con los servicios del propio Hamilton, además de Jerome D'Ambrosio y Loic Serra. El primero era la mano derecha de Totto Wolff y su marcha dejó perplejo al ínclito jefe de la estrella plateada, que en la misma tacada también perdió a su piloto fetiche y a uno de sus técnicos de relumbrón. Todos eran pilares de una escuadra que sigue mostrándose competitiva a pesar de su ausencia, y muy a su pesar han cambiado la inercia ganadora de los de Brackley por la vorágine catastrofista instalada en Maranello. Una más en la dilatada historia de los italianos.
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