La tienda de Augusta, un agujero negro que lo devora todo
Cuando logras entrar después de soportar una cola kilométrica te ahogas entre una muchedumbre ávida de fundirse la tarjeta
Cada aficionado se monta su jornada en Augusta como quiere: solo, con amigos, en familia... Hay múltiples variantes y formas de seguir tras las cuerdas ... a los jugadores favoritos. Sin embargo, hay dos elementos comunes en el caminar de la inmensa mayoría de las personas que invaden estos días las riberas de las calles y los greenes en el templo del golf: no hay horarios para comer y beber y hay que ir 'obligatoriamente' a la tienda. En ambos casos hay que guardar cola. Los bares y restaurantes repartidos por el recorrido están a reventar y hay que armarse de paciencia y hacer un curso acelerado de estoicismo para no rendirse en las largas filas humanas que conducen lentamente a las barras. Pero lo de la tienda es asombroso. La gente asume que es parte del espectáculo y espera lo que haga falta –y lo que no hace falta– para visitarla.
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Está situada junto al sendero que conduce al tee del 1 y la hilera que se forma para entrar es de tal magnitud que el único cometido de numerosos voluntarios es asegurarse de que la multitud no invada el camino. Los eventuales compradores avanzan metro a metro y hablan para matar el tiempo de lo que esperan encontrarse dentro o de lo que les han encargado fulano y mengano antes de llegar al hall desde el que ya se puede atisbar el acceso a un comercio caótico y ruidoso. Cuando les dan el o.k. para recorrer los últimos metros aceleran el paso para llegar a los mostradores y desaparecen –literalmente– en una aglomeración de cuerpos y cabezas que parece tener vida propia y que crece con la posesión de nuevas almas. Ya no hay escapatoria. Sólo hay dos opciones en este agujero negro que lo devora todo: o gastar poco o mucho.
Y claro, como forma parte de la liturgia, este cronista y los dos colegas compañeros de viaje nos dimos una vuelta por este centro comercial 'made in Augusta'. Nada más entrar, nos perdimos el rastro y en el último instante nos miramos con ojos de resignación, conscientes de que ya sabíamos que íbamos a ser absorbidos sin remisión. A Alejandro le devoró la riada que corría hace la zona de ropa; Gerardo fue engullido por la corriente que se dirigía hacia el sector de viseras, toallas, guantes...; y yo emergí de repente en un remolino que me dejó en la que podríamos llamar área de 'souvenirs': tazas, vasos, cubiertos, termos, ositos de peluche, banderas, láminas, biberones, correas para perros, platos de comida para mascotas... La novedad este año es un inquietante enanito de jardín con un palo de golf que lo está petando.
El número de cajas para pagar es infinito. Los pitidos de las tarjetas componen una melodía especial, el sonido de una máquina de hacer dinero a velocidad endiablada. Si alguien preguntara dónde está la salida sin compra las carcajadas se escucharían desde Atlanta. «Sin compra dice, ja ja ja ja ja...». El ritmo es frenético. Hay que cobrar cuanto antes para dejar espacio a las personas que aguardan en la cola. Hay consignas en un edificio anexo para dejar los artículos y recogerlos al final de la jornada. La mayoría, sin embargo, se acerca a los aparcamientos y los deja en el coche. Las bolsas llevan el logotipo del Masters y son transparentes en una clara operación de marketing. Cuando las llevas el resto se fija casi sin darse cuenta en lo que hay dentro y le pica la curiosidad. La mirada del enanito es hipnótica: 'Ven a la tienda, ven, ven, ven...'.
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