Jon Rahm se corona rey del golf en Irlanda

Incluso sabiendo del radio de acción del jugador de Barrika, no había demasiadas pistas para apuntar a su triunfo. Cierto es que Robert Rock -en trance durante la jornada del sábado al punto de batir el récord del campo- no arrancó bien y parecía más concentrado en no dejar escapar su plaza para el The Open -había tres en juego para los mejores sin ella entre los diez primeros- que en litigar por un título que siempre le quedó grande. Pero su compañero de partido estelar estaba con la recortada esperando en la esquina, dispuesto a no compartir la recompensa. Era un Rafa Cabrera excelso en la primera vuelta, concentrado, recto, sublime en la lectura de las distancias. Descerrajaba birdies como quien esparce semillas y camino para su hoyo 5 ya viajaba solo en el vagón de primera, con sus rivales escalonándose a su estela y Jon Rahm a cuatro golpes.

Para que la reacción del vizcaíno fuera eficaz necesitaba que el grancanario tropezara. Y le ayudó a hacerlo. La pasada semana ya se refirió antes de la jornada final a las posibles fuentes de tensión para los rivales, bien jugando el mismo partido o yendo por delante y haciendo que los decibelios de sus aciertos encendieran las alarmas en los grupos que llegan por detrás. Este plan B fue el detonante. Convencido de poder repetir la brutal segunda vuelta del sábado, Rahm emuló a la tribu Tohono que habita el desierto de Sonora, cerca de su residencia en Scottsdale (Arizona). Es famosa por saber interpretar y seguir las huellas de sus presas. Con paciencia, sin mostrarse hasta estar seguros de que la captura será efectiva.

De tal guisa actuó Rahm. Según se acercaba al ecuador de la jornada, su excitación crecía. La mantenía controlada porque conocía los riesgos. Como un error infantil que le llevó a emborronar la página 3 de la guía dominical. Birdies al 5, primero de la semana a esa bandera, 7 y 9, también capturado el trapo por primera vez en Lahinch, y el 10. Seguía su ritmo de caza, cada vez más oculto entre la maleza, recortando pasos. Pero colaboraba para que fueran las ovaciones que recibía las que tradujeran sus rugidos ahogados. Olía a sangre, aún no sabía si de una o varias presas porque Cabrera Bello se quedó sin monedas de recompensa y pasaba de pantalla como un autómata.

Había llegado la hora. Manos firmes desde el tee, buenas aproximaciones y la velocidad medida con tacómetro en los greenes. El jugador completo, modélico. Cuando llegaba a la alfombra no veía ni una arruga entre su bola y el agujero. Los pares 5 le esperaban con los brazos abiertos, su gran despensa en Irlanda en las tres ediciones en que ha intervenido. La secuencia en el 12 este año era de birdie-birdie-birdie. Pero quería más. Se dejó un putt lejanísimo, de doce metros, para eagle y lo clavó como si usara herramientas de orfebre. La marabunta reaccionó y Cabrera Bello se dio por aludido y bloqueado. Tenía al vizcaíno ya a su rebufo y no aprovechó la bola de gracia que le brindó en el 13.

Rahm se atragantó tras su eagle en el hoyo más sencillo del campo. Un bogey al 13 que le pudo costar caro. Pero Cabrera viajaba ya descarrilado y repetía segundo traspié seguido en el 11, que fueron cuatro de seis hasta el 15. Jon se puso líder en el 14 y con tres birdies más cerró el paso al resto de aspirantes al trono irlandés, el de su reino.