Jon Rahm se ha ganado con creces el papel de líder de varios miles de vascos, aficionados a un deporte curioso, importado desde Gran Bretaña ... como el fútbol, centrado en golpear una pequeña pelotita a lo largo de cientos de metros para meterla en un pequeño agujero. Un deporte que aunque siempre se ha identificado con las élites, en realidad siempre ha dado sus grandes figuras entre personas humildes, normales. Lo más alejado de la élite. Como él, el nuevo líder de 17.493 vascos.
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Sí, son 17.493 los vascos que tienen -tenemos- licencia de jugador de golf, en una actividad deportiva en la que está fichado desde el primero hasta el último practicante por una razón no menos chocante. En contra de lo que se pueda pensar a simple vista, el golf es un deporte peligroso. Las posibilidades de golpear algo o a alguien con la bola, un auténtico proyectil capaz de causar grandes destrozos, son elevadas. Y ello obliga a que cualquier persona que sale a jugar a un campo de golf esté federado y tenga por ello un seguro de responsabilidad civil a sus espaldas.
Una parte importante de esos miles de vascos aficionados a perseguir una bola con un hierro en las manos, los más jóvenes, estaban huérfanos de una estrella cercana, de un líder al que seguir, animar y a quien usar como referente. Los de edad más avanzada llegamos a este deporte con la referencia de José María Olazabal, otro tipo normal y sencillo de Fuenterrabia que hacía magia alrededor del green. Ya tenemos todos de nuevo el ídolo en activo que echábamos de menos.
Jon tiene la madera de los buenos líderes. Ha demostrado que se puede tener un temperamento fuerte, explosivo en algunas ocasiones, pero que al mismo tiempo se puede hacer gala de una educación exquisita. Esas maneras cuyos cimientos se adquieren en familia y se pulen a lo largo de los años entre maestros, asesores, espejos en los que mirarse, y un amplio catálogo de buenas y también malas experiencias. Apariencia fría, ruda a veces, con alma de chico grande con una longitud de onda que transmite bonhomía. ¿No es un magnífico retrato robot del vasco?
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Si hay que ponerle un pero al fenómeno Rahm es el régimen horario al que nos somete desde hace años en su periplo norteamericano, que a muchos nos obliga a llegar los lunes al trabajo con cara de haber dormido poco. En parte porque los partidos terminan de madrugada hora española y en parte también porque a ver quién es el que pilla rápido el sueño tras estar sometido durante más de cuatro horas a una tensión como la del Open de Estados Unidos.
Pero mereció la pena y no sólo por verle apretar el puño tras ese 'birdie' del hoyo 18 que le colocaba en cabeza de su primer grande. Haberle escuchado en ese momento de gloria y en la entrevista a una televisión norteamericana cómo se acordaba de 'Corti', nuestro compañero fallecido desgraciadamente víctima del Covid el pasado mes de febrero, fue... lo más. Hoyo en uno y a la cama con los ojos llorosos. Es lo que pasa con los líderes, que lo mismo te hacen felices que te hacen llorar.
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