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El Manchester City y el Real Madrid empataron en su duelo de titanes en la Champions. Pero el combate entre sus dos estrellas más renombradas —Vinicius y Haaland— se saldó a favor del brasileño que no solo anotó un gol sino hizo valer sus mejores armas: velocidad, desborde, desparpajo. Haaland ya ha sido designado por algunos periodistas y aficionados como el heredero de Pelé, Maradona y otros futbolistas geniales que ocuparon el trono balompédico. Su fuerte es el gol: desde que llegó al City ha marcado 51 tantos en 45 partidos.
Entre los apodos, 'Terminator' es el que más gusta al coloso noruego. Con Cristiano Ronaldo en su retiro dorado en Arabia Saudí y Messi buscando un último contrato antes de colgar las botas, el público ya demanda otra rivalidad antológica que le haga vibrar, tomando partido visceralmente por uno u otro jugador. Los antropólogos dicen que segmentar el mundo dualmente, con dos entes opuestos —de similar naturaleza, pero antagónicos—, constituye una práctica universal. La psicología confirma que nuestra mente está configurada para clasificar el mundo en pares: noche y día, frío y calor, arriba y abajo, masculino y femenino, etc. En cualquier ámbito social, tendemos a la partición dual: derecha e izquierda en política, por ejemplo.
La creación de dos posibilidades antitéticas despierta nuestra individualidad: al optar por una, en detrimento de otra, experimentamos la libertad de elección y sentimos que juzgamos con criterio. Ello alienta también nuestro sentido tribal: los seguidores de dos rivales enfrentados crean algo así como una comunidad de fieles que se identifican con su héroe y con lo que representa.
Los políticos y militares de todos los tiempos han sabido sacar provecho de este rasgo arcaico: la adhesión al líder y el odio a su antagonista son proporcionales. Y así, Roma vivió sus primeras guerras civiles con ciudadanos dispuestos a dar su vida por Mario o Sila, por Julio César o Pompeyo. Claro que, normalmente, la sangre no llega al río. Pero pareciera que existe un impulso por participar en la violencia que se genera cuando dos personas rivalizan. Nos encanta posicionarnos, ensalzar a uno y denigrar a otro. Se crean incluso leyendas como la que afirmaba que un envidioso Salieri intentó envenenar a Mozart. A veces, las reacciones airadas de los seguidores de uno y otro son mayores que la supuesta enemistad entre los dos iconos. El deporte es un contexto magnífico para recrear estos dualismos y participar vehementemente. Saca tajada todo aquel interesado en avivar el fuego de la discordia. Se venden más periódicos deportivos y el aficionado se pega ante el televisor si va a presenciar un duelo entre Borg y McEnroe, Larry Bird y Magic Johnson, Alain Prost y Ayrton Senna o Mourinho y Guardiola. La popularidad del deporte en cuestión sube como la espuma. Con Mike Tyson y Evander Holyfield la gente empezó a hablar de boxeo. E incluso el atletismo despertó interés cuando uno podía posicionarse a favor o contra de Carl Lewis o Ben Johnson.
Para mantener la tensión, el espectáculo y el negocio, el fútbol necesita rivalidades como la que tal vez puedan encarnar Vinicius y Haaland. Más allá de sus dotes futbolísticas, hay otros elementos que les hacen propicios. Juegan en equipos poderosos, icónicos, que despiertan filias y fobias por igual. Ambos son jóvenes exitosos y millonarios. Pero pueden representar valores, ideales y sentimientos contrarios. El rubio Haaland parece un tipo educado, pese a su corpulencia y su instinto asesino en el área. Mientras el resto de compañeros arroja al suelo las sudaderas, él dobla la prenda con mimo y se la da en la mano al utillero, en un alarde de respeto. Por el contrario, Vinicius encarna al chico de barrio, arrogante, provocador, un tanto achulado. Sin embargo, la animadversión que despierta entre una parte de los aficionados y sus propios rivales puede desviar el debate hacia un dilema diferente: si la gente se deja guiar por prejuicios racistas o si el Madrid simplemente despierta envidia. No creo que su comportamiento sea premeditado, pero parecería inventado por algún publicista que siguiera la máxima de Salvador Dalí: «Lo importante es que hablen de ti, aunque sea bien».
La batalla está servida. Y la victoria no se dilucidará solamente por los goles y títulos que logren los contendientes, que tal vez permanezcan, incluso, un tanto ajenos a toda esta efervescencia.
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