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Imaginen plantarse donde haya que ir cuando has inventado un deporte y decirle al tipo que está tras la ventanilla que quieres fundar una cosa llamada fútbol. Y que, más allá de que hay un balón, que juegan 11 contra 11 y que un jugador ... llamado portero puede tocarlo con las manos y el resto no, añades lo que es ahora ese deporte. Una disciplina convertida en negocio, cosa normal, que pasó a ser negociete, cosa peligrosa, y apunta a mafia descarada. Un mundo donde las normas las cumplen los pobres de cartera y los ricos se pasan la ley por la entrepierna. Donde por un puñado de billetes vendes a tu madre y a la madre del resto. Ese es el panorama. Da igual que juguemos por aquí o por Alá. Lo vergonzoso gana a lo digno. No debe extrañarnos por tanto lo de Laporta o el esperpento de Arabia Saudí. Llevamos demasiado tiempo permitiéndolo. Por eso, si intentáramos fundarlo, nos mandaban para casa.
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Hablando con aficionados del Athletic y del Mallorca se confirma que este juego está podrido. No solo el rugby es más civilizado. Aceptamos como normal blindar una ciudad por un partido de fútbol y obviamos que cada año se juega la Copa del Rey de baloncesto, con varios equipos y aficiones en la misma ciudad, sin un puñetero problema. Nos escudamos en que todo empezó al dejar que los violentos ocuparan las gradas. O que tiene que ver con vicios adquiridos. Pero luego llevas el mismo balón a Arabia Saudí y resulta que los de allí se portan igual que los de aquí. Amedrentando a la afición que no viste los únicos colores que conocen. Total que gastas una pasta para ir a ver a tu equipo y te reciben como a un perro. Digo perro, porque a los camellos los tratan mejor. Estoy hasta el trigémino de la UEFA, la FIFA y la madre que los parió. Que se vendan es una cosa. O que nos vendan, porque lo merecemos por aceptar lo inaceptable. Incluido jugar donde no deberíamos y cobrando menos. Pero que te suelten que «en Arabia nos quieren» es un insulto a la inteligencia. Lo que nos lleva a la razón por la que el fútbol es macarra. No hay equipo sin gentuza. Y eso resulta inaceptable. Aquí meto a los clubes y a los impresentables de la Federación Española que no hacen nada. Porque sin salir de nuestra Liga tenemos pecados como para que nos quiten el derecho a ser deporte.
Estamos todavía con el tema Rubiales, sus piquitos y rascadas de genitales al puro estilo de Bardem en 'Huevos de oro', y llega Laporta con sus cortes de manga y su ristra de insultos que ahora dirá que los lanzó al viento y que no le pueden criticar. Ese señor ya ha protagonizado escenas similares en demasiados palcos. Incluido el de San Mamés, antes y ahora. Lo saben presidentes, directivos y aficionados que, dentro y fuera del palco, le vieron y escucharon insultar a jugadores, al árbitro y a todo aquel que se cruzó en su perdida mirada. Porque esa es otra. No es normal esa actitud. Pero no pasa nada. Si fuera el presidente del Amorebieta le prohibían acercarse a un campo de por vida. Pero como es de un club poderoso dentro y, sobre todo, fuera del campo se minimiza el asunto y aquí paz y después gloria. Solo les digo una cosa. Si mi Athletic Club tuviera un mandatario así, yo mismo lideraba una moción de censura. Aunque solo sea por mantener el honor del equipo. Pero no parece que vaya a suceder. Y no es lo único que está podrido. La Liga duerme en manos de quien todos sabemos. Si no se va todo al traste es porque somos legión quienes amamos este deporte. Y lo saben.
Utilizan nuestra pasión para desviar la atención. Pero la única realidad es que la permisividad con el FC Barcelona no sería posible con otro equipo. Y que se calle Joan Gaspart que debería revisar la historia de la Liga y las vergüenzas de cada cual. Que estoy seguro que las conoce aunque las niega. Y ya puestos, aunque no sea lo más grave en su haber, tuvo la jeta de decidir porque era el jefe del asunto por entonces que la final de Copa del Athletic frente al Barcelona se jugara en el Camp Nou. Y se quedó tan ancho, sabiendo que les superaríamos en asistencia. Estaba encantado. Si la bolsa sona... y encima jugando en su casa. Ni se ruborizó. Porque ese es el problema. No el de Gaspart, ni el de Laporta. Sino el del fútbol. Vendió su alma hace tiempo al diablo y, no contento, la realquila. Lo dicho, si ahora intentásemos fundar un deporte llamado fútbol, y contásemos cómo iba a ser, no nos dejaban ni entrar por la puerta.
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