Philipsen repite tras una caída que asusta a los favoritos
Landa y Mas quedaron cortados pero lograron enlazar, no como Bardet y Taaramae, que perdió el liderato en favor de Elissonde
El sol aplastaba el paisaje. La carretera, siempre recta, se clavaba en el horizonte. Todo confluía en dirección hacia esa meta invisible. Albacete era un ... espejismo. En este altiplano sólo el calor es capaz de aplacar el viento. Y el termómetro subía a 34 grados. La etapa más temida por el aire lateral deambulaba como hipnotizada por ese punto fijo clavado al fondo. Ningún favorito jugó al ataque; todos a la defensiva. Les pudo el miedo a perderlo todo si se abría la picadora de carne de los abanicos. Pero ni así acabó el día en calma.
Lo que no alteró el viento lo logró, de repente, una caída a 11 kilómetros del final provocada por ese miedo a perder la posición. Un roce, un enganchón y zas. El impacto abrió una zanja en la parte alta del pelotón. Libraron el golpe Roglic y Bernal. Cayeron otros en esa trampa: como Enric Mas, Valverde, López y Landa, que se levantó pronto y con la bici sobre los hombros salió de allí pitando. Enlazaron porque hubo tregua. Nadie quería sangre en Albacete. Quedó en un susto. Peor les fue al líder, Taaramae; a Mikel Nieve, vendado de codo a ceja; a Ion Izagirre, y, sobre todo, a Bardet, el más tocado. Para cuando el francés llegó a Albacete, Jasper Philipsen ya celebraba su segunda victoria de etapa al sprint por delante de Jakobsen en un podio que compartía con el nuevo líder, el galo Kenny Elissonde, ganador en 2013 en la cima del Angliru. Roglic le acecha a apenas 5 segundos en esta Vuelta que va hacia el final en repecho de Cullera.
Para los ciclistas, la Vuelta se mide como una cuenta atrás. Cada día que pasa es una ocasión menos. Pero hay que medirse. Si te escapas en una etapa, lo pagas durante un par de jornadas. Hay que pasarlas con las piernas en barbecho. Xabier Mikel Azparren se fugó en la segunda etapa y lo ha vuelto a hacer en la quinta, nada más salir de Tarancón, donde el calor ya aplanaba los ánimos del pelotón. El joven guipuzcoano nació en 1999, unos meses después de que Lance Armstrong ganara su primer Tour. Con él se montaron en la escapada otro de su añada, el alavés Oier Lazkano y uno aún más joven, del año 2000, el asturiano Pelayo Sánchez. Se repartieron buena parte de esta meseta plana como un plato que iba hacia la meta en Albacete. De nuevo, los tres equipos invitados, el Euskaltel, el Caja Rural y el Burgos, abrían la jornada laboral y cumplían su compromiso: labrar la tierra para que otros recojan el fruto.
Hay corredores que salen de la nada, por generación espontánea, pero la vocación de muchos tiene raíces familiares. Como Azparren, que es nieto e hijo de ciclistas. O como Lazkano. Uno de sus abuelos fue director de equipo y seleccionador alavés. En cambio, Pelayo Sánchez tuvo que seguir la rueda de un vecino. Con él se apuntó en el club ciclista del pueblo. Luego, eso sí, fue 'adoptado' por Samuel Sánchez, el campeón olímpico. Entró en su academia ciclista y aprendió el oficio hasta rozar el triunfo el año pasado en el Memorial Valenciaga. Los tres son debutantes en la Vuelta. Todo ojos y oídos. «Come, bebe y a rueda», me dice siempre Samuel, confiesa Pelayo.
Lazkano y Azparren son rodadores; Sánchez, un escalador. Son parte del futuro del pelotón español. Bajo un sol que agostaba los campos y las ganas de los ciclistas, mostraron sus nombres. La Vuelta los apuntó para recordarlos en próximas ediciones. Esta vez pedaleaban hacia una cita a la que iban a llegar tarde. Aunque ni así se rindieron. Cruzaron las Pedroñeras, campos de ajo morado. Siempre en una carretera sin curvas ni ondulaciones, pasaron junto a un océano de viñedos manchegos.
Y en La Roda, en el primer giro a la derecha del camino, se encontraron al fin con el viento. Lateral. Zurdo. No muy intenso pero peligroso. Lazkano habla su idioma. Tremenda potencia. Se ciñó a la derecha para que a los demás también les diera el aire. Explotó Pelayo primero y luego, Azparren. «Me he divertido», confesó el alavés, un dorsal hecho para grandes clásicas. «Seguro que más se han aburrido en el pelotón», soltó. Cierto. Por ese tramo de arenas movedizas, el grupo se pegó a la orilla izquierda, abrió la carretera para que todos encontraran refugio. Eso es como firmar la paz. Los favoritos se escondieron también una vez anulada la fuga.
«No cabemos todos»
Esa calma tensa saltó por los aires con la montonera que despertó la tarde con un brochazo de sudor frío. «No cabemos todos. Hay mucha tensión. Nunca sabes dónde puede llegar la caída», lamentó Landa, que tenía una ligera molestia en una mano. «Parece que no es nada». Salvó el tropiezo. Igual que el Movistar de Mas, López y Valverde. Detrás quedaba un reguero de heridos en otra recta infinita. «Ha habido un frenazo y me he comido al de delante», contaba Ion Izagirre. Taaramae, líder destronado que no ha dejado de caerse desde que viste de rojo, buscaba una bicicleta para seguir. Nieve, muy tocado, alcanzó la meta para subirse a una ambulancia sin casi poder caminar. Y Bardet, con el maillot acribillado, era remolcado por un compañero. Caricia sobre las mataduras que enrojecían su piel. «Esto es así», repetían a coro los corredores. El viento a veces no se presenta, pero la desgracia siempre está de guardia en este deporte.
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