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Arraiz ultima los detalles para recibir al pelotón
En unas horas, los ciclistas de La Vuelta echarán una mirada al Bilbao panorámico desde este monte antes de aterrizar en la Gran Vía
Cerca de las 13.00 horas, la gente comienza a fluir al monte Arraiz. Dos cicloturistas cruzan la meta del puerto y al enfilar Kobetas, ... uno le dice al otro: «Es una bajada de miedo». El suelo está ligeramente húmedo todavía, aunque el sol aparece y desparece a intervalos. Todos miran al cielo, a la espera de lo que ocurrirá a la tarde, cuando el escenario no tardará en llenarse, con jóvenes que aún no han empezado las clases y adultos que han terminado la jornada laboral. Las cervezas comienzan a asomar en los vasos de plástico. «No hay mucho espacio en los arcenes, pero buscaremos algún hueco para ver a los corredores», indica un muchacho que acaba de llegar arriba. El bullicio va asomando lentamente, aunque a primera hora de la mañana todo estaba vacío. Sólo los funcionarios se tomaron la molestia de estar presentes, para impedir el acceso de turismos al muro del Arraiz, esa subida explosiva, con rampas de más del 20%, que La Vuelta deberá coronar esta tarde, cuando todavía queden siete kilómetros para la meta de Bilbao.
«Llevo a un periodista. ¿Le dejan pasar?», pregunta el taxista en la curva donde arranca el 'muro' del Arraiz, esa subida explosiva, con rampas de más del 20%, que deberá coronar La Vuelta a eso de las cinco de la tarde, cuando todavía queden siete kilómetros para la meta de Bilbao. «Lo sentimos. Ya está cerrado», responden los agentes de la Policía Municipal. Son las nueve de la mañana y la estrecha ascensión al puerto de tercera categoría, una tachuela de 2,2 kilómetros, suficiente para romper piernas, ya está cerrada al tráfico. Solo la pueden utilizar los vehículos de los restaurantes de la zona y los de la carrera, ocupados en la señalización. Camino del alto, los estrechos arcenes están vacíos, en medio de prados y viñedos, con la panorámica de Bilbao al fondo. La subida a pie hasta los dos restaurantes del lugar, el asador Arraiz y Casa Galicia, lleva unos veinte o veinticinco minutos. Un paseo útil para hacerse idea del trabajo encomendado a los ciclistas. Arriba empieza a llover. Los hosteleros lo están disponiendo todo para recibir a los aficionados, mientras suena 'Cars and Girls', de Prefab Spout, y aparca un camión de helados. «No sabemos lo que nos espera», comenta una de las empleadas, mientras pasa un trapo por las mesas de la terraza.
Apenas un cicloturista, protegido de la lluvia con un plástico, ha subido a esas horas. «Veremos si sale el sol», le comenta un conductor al pasar junto a los restaurantes. La música mejora por momentos, con The Records y Brian Ferry, como telón de fondo. El cielo se abre y asoma un rayo de luz. Uno de los operarios de La Vuelta, que está instalando señales y pancartas, observa al informador como diciendo: «Qué haces tú aquí a las nueve y media de la mañana, si los ciclistas pasan a las cinco de la tarde». A lo lejos se escuchan el mugido de una vaca y los ladridos que responden a su mensaje aparentemente lastimero.
Ese escenario rural, la hierba fresca y húmeda, los perros de las fincas muy fijos en el solitario reportero y su ordenador, es lo que buscan los responsables de La Vuelta, que están imitando los recorridos de las pruebas ciclistas belgas. Una tendencia que se observa en todas partes y que parece, a los ojos de los legos en ciclismo, un guiño a los senderistas y aficionados a la bice que se despliegan por montes y carreteras comarcales durante los fines de semana. De hecho, a las diez de la mañana, los primeros comienzan a parecer por el Arraiz, con toda la impedimenta montañera, botas y bastones de marcha, shorts y mochilas. Justo entonces comienza a sonar REM, grupo del agrado de los prejubilados que a diario asoman por el Arraiz. «Ya he encontrado sitio», asegura el conductor del camión de helados, que espera hacer caja por la tarde. «Parece que va a levantar el día», se alegra el cicloturista madrugador.
Todo está preparado para una gran tarde, aunque los corredores de La Vuelta tal vez no sean de la misma opinión. Pavés, senderos asfaltados a última hora, caminos casi de gravilla, subidas surrealistas, 'muros' como el del Arraiz, cualquier recurso es válido para atraer audiencia en televisión, clics en Internet, mientras los corredores pelean camino de la meta. Los tiempos cambian y los trazados evolucionan al gusto del consumidor. A las puertas de Bilbao el pelotón de La Vuelta se adaptará a ellos. Aún no se sabe lo que pasará en la meta, aunque los entendidos creen que en el Arraiz va actuar la guerrilla de los gregarios, los que no esperan nada de la clasificacón general. Quien llegue arriba con unos pocos segundos de ventaja, posiblemente ganará la etapa, aseguran todos los expertos, porque los favoritos no se van a romper las piernas por tan poco beneficio.
40 empleados a tope
Para que todo se vea perfecto antes de que pasen los corredores, muchos trabajadores se afanan a contrarreloj para que todo este listo. Como por ejemplo las vallas publicitarias. Desde las 10 de la mañana, en Arraiz hay 40 empleados para fijar la publicidad. 21 días de «duro trabajo» -señala Alberto, uno de ellos- que merece la pena «porque también vemos España».
Cuando pase la carrera les toca recoger. A eso de las 19 horas. Y nada de dormir en Bilbao. Van directos a la próxima meta. Esta vez, los Machucos.
A pesar de la previsión, luce el sol en Bilbao. «Al mediodía llueve, ya veras», pronostica Rodrigo.
Hay pocos aficionados en la subida. Por ella pasean Koti y Emilio, dos vecinos de Betolaza. Se conocen bien la zona y saben donde ponerse. «En una herradura donde veo dos partes de la ascensión » , explican. Pero no están del todo contentos. «Esto sólo lo limpian porque pasa la carrera, sino...», se quejan.
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