La marea naranja del Euskaltel-Euskadi
El gran proyecto ciclista de Miguel Madariaga originó una oleada de aficionados del equipo vasco que llenó con su color y sus ikurriñas las cunetas, sobre todo, de los Pirineos
Durante sus primeros años, el reloj del equipo Euskadi sólo cronometró la angustia. Era frágil, vivía de prestado. Nació en 1994 y hasta agosto de ... 1997, hasta que la firma de telefonía Euskaltel se atrevió a meter 27 millones de pesetas en ese maillot, permaneció en una incubadora. Tiritando. Sin abrigo. Con deudas. Miguel Madariaga sostuvo el proyecto hasta elevarlo al UCI Pro Tour. Como miembro de esa élite mundial pudo debutar en 2001 en el Tour, la carrera por la que había nacido. Ahí surgió algo que continúa, la marea naranja de sus aficionados.
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Llegar al Tour no fue fácil. «Vivía de favores. No lo volvería a hacer. Fue por masoquismo. Por ignorancia. No sabía todas la dificultades que íbamos a encontrar. En aquella época la angustia era constante», recuerda Madariaga cuando evoca los primeros pasos de aquella modesta escuadra. En el ciclismo, vivir sin una empresa detrás es un milagro. Y claro, el del equipo Euskadi comenzó en Lourdes. Por allí pasó una etapa del Tour de Francia 1992. En una terraza, cerveza en mano, Madariaga charlaba con José Alberto Pradera, diputado general de Bizkaia. Madariaga conducía una escuadra amateur, el Beyena. Pradera era un hincha del ciclismo. La barra de aquella brasería estaba ocupada por ciclistas y auxiliares del PDM neerlandés. El uniforme del éxito. Y surgió la pregunta: «Miguel, ¿sería posible un equipo vasco?». Induráin era el monarca del inicio de la década. Soñaron a dúo con reunir a los mejores corredores vascos en su maillot. Pero en ese sueño entraron a tientas. Hubo tropezones.
La crisis más grave data de 1995. «Estuvimos a punto de cerrar». Casi se cerró la persiana. «Me lancé a una aventura y por poco acabo en la cárcel. José Luis Bilbao (diputado general de Bizkaia) me salvó». La deuda del equipo con Hacienda llegó a las Juntas Generales. «Alguien pidió allí que el responsable lo pagara». O sea, Madariaga. Mediante un crédito puente, Bilbao permitió al conjunto ciclista mantener la respiración. Aunque a duras penas. En 1997 apenas quedaban trazas del sueño. El equipo agonizaba. Mediada la temporada, los sueldos dejaron de llegar. En eso, apareció Euskaltel, que sacó a flote el proyecto. La firma de telefonía figuró ya en septiembre en el maillot de la Vuelta a España.
El nudo estrangulaba menos. Aun así, Laiseka tuvo que rescatar al equipo con su victoria en la cima de Abantos, en la Vuelta 1999. «Si no gana Roberto... Ninguna victoria fue ni será tan importante», compara Madariaga. Luego, en 2001, llegó el debut en el Tour, el acceso al sueño fundacional... Y la victoria, otra vez, de Laiseka en Luz Ardiden. La cumbre. La marea naranja invadió las cunetas de la ronda gala. Sobre todo, en los Pirineos, convertidos en lugar de vacaciones de julio para los seguidores vascos. Junto a los campeones de ese inicio de siglo aparecía siempre una cremallera de color naranja que se abría a su paso.
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Mayo y Zubeldia
Las voces que impulsaron a Laiseka sonaron también en la nuca de Iban Mayo cuando venció en uno de los grandes templos del Tour, en Alpe d'Huez, en 2003. En aquella edición, el corredor de Igorre y Haimar Zubeldia estuvieron a altura de los dos mejores, Lance Armstrong y Jan Ullrich. Nunca el Euskaltel fue tan protagonista de la Grande Boucle. Ya en 2011, el conjunto naranja agarró su tercera victoria de etapa. Samuel Sánchez eligió el mismo lugar donde todo había comenzado en 2001, Luz Ardiden, para levantar los brazos.
Dos años después, en 2013, el proyecto se vino abajo. Euskaltel abandonó el ciclismo y Madariaga se quedó casi solo al frente de la Fundación Euskadi. Perdida la categoría, se cerró el acceso al Tour. Pero fue allí, en la ronda gala y ya en 2017, cuando todo rebrotó. El 22 de julio en el Vélodrome de Marsella, Mikel Landa perdió por un segundo el tercer lugar en el podio final. Aquella mañana, mientras preparaba esa contrarreloj, se había preocupado de un asunto pendiente. Le habían dicho que la Fundación Euskadi, su cuna, estaba en peligro de desaparición. Así que llamó de inmediato a Madariaga. «¿Es cierto, Miguel, tan mal está la cosa?». Sí.
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Quedaron para verse en Murgia cuatro días después del Tour. Reunión de amigos. «En veinte minutos estaba todo pactado», recuerda el técnico de Lemoiz. Madariaga le cedió a Landa la gestión de la entidad. «No podía mirar para otro lado mientras esto se hundía», dijo el corredor alavés. Landa salió al rescate de un proyecto naranja que ya ha regresado a la Vuelta a España. El Tour, de momento, parece inalcanzable.
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