Emoción amarilla
Virgina Knörr evoca la figura de su padre, creador del equipo KAS y artífice de la llegada del Tour a Vitoria en 1977, con la meta situada en la fábrica
Julio de 1977 y julio de 2023. Han pasado 46 años y hay una palabra que une estas dos fechas: emoción. Y también tiene un ... color, el amarillo. La llegada del Tour a Euskadi me hace recordar cada día aquella meta en Vitoria instalada en la fábrica de KAS el 3 de julio de 1977. Hoy me parece aún más increíble que un hombre, Luis Knörr Elorza, mi padre, lograse traer entonces el Tour a su ciudad y poder compartir un espectáculo deportivo excepcional y que el ciclismo internacional rindiese ese homenaje al trabajo y esfuerzo de un equipo que siempre estaba en las pruebas más importantes del mundo. No sólo hizo que el Tour entrase en Vitoria, su ciudad, sino que la etapa terminase delante de la fábrica. Y además ganó José Nazabal. ¿Se podía pedir más?
Fue un día redondo. Lo recuerdo caluroso, aunque no sé si era por la emoción o porque realmente la temperatura era alta. Allí, subida en el tejado de la fábrica, junto a mi familia y más personas de la empresa, para ver bien la llegada de la carrera, era como verla desde un helicóptero… alucinante.
Leo en el periódico estos días todo lo que el Tour moviliza. ¿Se imaginan ustedes una fábrica convertida en 'todo eso'? Unos pabellones reconvertidos en sala de prensa, con mesas llenas de máquinas de escribir (si hay algún menor de 30 leyendo este artículo, que consulte wikipedia para imaginárselas bien), con cabinas de teléfonos para poder enviar las crónicas, toda la fábrica y la Avenida de los Olmos transformadas en parking para la caravana del Tour, con los hoteles de Vitoria y alrededores repletos.
Y a ese equipo, su espíritu le hizo ganar etapas, pelear cada carrera, lograr premios de la montaña y por equipos. Y lo más importante, sus ciclistas impulsaron una afición que nos ha llegado hasta hoy, que se ha transmitido de padres a hijos y que va a disfrutar y llenar las calles y carreteras durante unos días.
Todos tenemos cosas de nuestros padres, gestos, gustos, costumbres… Yo tengo la suerte de haber cogido el testigo de su amor por este deporte. No, no es una afición sobre dos ruedas, es la otra afición, que estoy segura que comparto con muchos de ustedes: la que vibra con una carrera y que se sabe cuándo son las principales pruebas. Esa afición vivida desde niña en casa, cuando veíamos las carreras en la televisión o aita volvía de estar durante un fin de semana con el equipo en alguna prueba, para luego enseñarnos las películas que grababa desde el coche de carrera.
Mi padre y el ciclismo estaban estrechamente unidos, era pasión y le llevó a poner en marcha un equipo que fue único y probablemente irrepetible. Por eso, estos días oír a corredores nombrarle con tanto cariño y respeto me emociona. Sean Kelly, entre otros, se ha acordado de él recientemente en su visita a Vitoria. Quizás no sepa que en 1988, cuando ganó la Vuelta a España, aita estaba ya enfermo y lo quiso celebrar. Nos hizo abrir una botella de champán en casa para festejart el triunfo, aunque él no pudiese brindar.
De ahí, el equipo fue a correr el Tour de 1988, su última prueba. Aita falleció el 15 de julio, en plena carrera y eso también marcó la desaparición del equipo KAS. Hasta ese punto estuvieron unidas sus vidas.
Así que estos días vivo con emoción la llegada del Tour y todavía siento más orgullo, al reconocer, con la perspectiva que me da la edad, lo que logró mi padre, Luis Knörr Elorza. Que el Tour llegase a Vitoria, a Euskadi, y nos abriese también esa puerta para que hoy, 46 años más tarde, podamos volver a vivirlo en toda su grandeza. Disfrutemos del Tour, del amarillo y del que es para mí el mejor deporte del mundo.
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