Caleb Ewan gana en la meta de Sisteron la tercera etapa del Tour. Efe

Hay un cohete en el Tour, Caleb Ewan

El menudo australiano remonta como un meteoro y gana el sprint de Sisteron, en vísperas del primer final en alto, en Orcieres-Merlette

Lunes, 31 de agosto 2020, 18:37

Sisteron es un pueblo estrecho, entre la roca y el río. Así era su meta. Así iba a ser el sprint. Un hervidero de felinos ... tomaba posición ante la pieza. Sagan ha perdido fuerza y paciencia. El viejo cazador se precipitó. Bennett, el irlandés, ojos como linternas, creyó encontrar el camino al triunfo a un metro de las vallas. Es la distancia entre el miedo y el valor. Los 'culturistas' del pelotón lanzaban sus zarpazos cuando el más pequeño de todos, el australiano Caleb Ewan, apareció como un meteoro. Le llaman el 'esprínter de bolsillo'. De ahí salió. Zig, zag. Sorteó a Sagan al filo de las vallas, dejó atrás a Nizzolo y remató a Bennett, que ya pedaleaba con energía residual. Ewan, el ratón, recogió el premio en la ratonera de Sisteron. Ya tiene cuatro porciones de queso: las tres etapas de 2019 y ésta.

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De origen coreano y con apenas 1,65 de altura, Ewan desborda músculo. Parece un puño con los ojos afilados. Entró en el último kilómetro arrastrando sus errores. «He perdido dos veces la rueda de mis lanzadores», confesó. Con los planes rotos, toca improvisar. Y eso, en un sprint, significa «arriesgar». No dudó. Giró a derecha e izquierda, esquivó como un cohete a los que le precedían y, pegada la barbilla a la rueda delantera, mostró su sonrisa asiática frente a la bella Ciudadela de Sisteron, donde también sonreía el líder más querido en Francia.

Unas horas antes, en la salida, ya lucía el maillot amarillo de Alaphilippe. Como desde Hinault en 1985 ningún francés ha ganado el Tour, el país vive a la espera de un heredero. Y mientras llega, los aficionados tiran de memoria. Tan rica en el ciclismo galo. Pulsas una fecha y brotan las historias. Otro 31 de agosto, el de 1980, Hinault ganó el Mundial en aquel matadero que fue el circuito de Sallanches. Venía de un mal año. Rabioso. Determinado. Mandó por la mañana meter el champán en la nevera y luego, más que a ganar, salió a masacrar uno a uno a sus rivales. Por la noche, el champán cumplió su función en la fiesta por la medalla de oro.

Otro 31 de agosto, el de 2010, falleció el penúltimo ciclista francés que tiene el Tour en su palmarés, Laurent Fignon. Rebelde. Su coleta rubia, sus gafas de bachiller, su mala leche, su insolencia, su audacia. «Se ha ido el héroe del ciclismo», dijo en su funeral el exdirector del Tour Jean-Marie Leblanc. Y este 31 de agosto de la pandemia Francia disfrutaba con el liderato de Alaphilippe, que es francés a su manera. No vale para heredero de Hinault o Fignon. Ganar el Tour parece una cima excesiva para él. Da igual. Mientras a tantos corredores franceses les ha pesado la presión de ser los sucesores, Alaphilippe no ha gastado un kilómetro en pelearse con el pasado. Traza su camino.

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Mientras no gana el Tour, ya ha conquistado la Milán-San Remo, la Strade Bianche, la Clásica de San Sebastián y el premio de la montaña del Tour, donde tiene cinco victorias de etapa y el año pasado llevó dos semanas el maillot amarillo que ahora viste y que este martes defenderá en Orcieres-Merlette. Alaphilippe no espera. Es a él al que esperan los rivales en cotas como la de Eze el domingo. Aun así, pese a tener los ojos de todos pendientes de su nuca, ataca y se va. Pocos son capaces de tanto. Y, claro, Francia le adora. Su mosquetero. Perderá la guerra, pero no dejará de ganar batallas. Es un líder con magnetismo.

La desgracia de Pérez

Franceses son también los que se fugaron nada más salir de Niza. Cosnefroy y Pérez querían ahorrar puntos en la clasificación de la montaña. Recogieron su cosecha en un par de cuestas y se enfurruñaron entre ellos. Así que se pararon y dejaron huérfano al tercer fugado, el pobre Cousin. Ya goteaba el casco por los chaparrones. Cousin, uno de esos tipos que necesitaría afeitarse dos veces al día, siguió adelante. Siempre lo hace. Durante el confinamiento, cargó su bicicleta con mochilas y recorrió Portugal. En el fondo, camino de la meta de Sisteron, se encontraba a gusto. A solas con su bici y el horizonte. Como no iba a ganar, se dedicó a disfrutar del paisaje y de un buen recuerdo. Allí, en Sisteron, había ganado hace dos años una etapa en la París-Niza.

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Pero esta edición del Tour corre en sentido contrario. de Niza a París. A Cousin le cortaron la coleta a 15 kilómetros de la llegada. Peor le fue a Anthony Pérez, que tras pinchar en el sprint por una cima quiso enlazar en el descenso, chocó contra un automóvil de su equipo y se cascó una clavícula. Adiós al maillot de la montaña y al Tour, que siempre tiene el dedo en el gatillo del infortunio. Por eso, todos los favoritos se protegieron en la carretera que enfilaba hacia Sisteron. Eeste lunesQue se maten los velocistas, los felinos... y el ratón que cada vez les birla más trofeos. Ewan, el menudo. Menudo corredor.

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