Ewan gana y Sagan es descalificado por embestir a Van Aert
El australiano suma su segundo triunfo y el eslovaco es castigado por apartar a Van Aert con el hombro
Ganó el ciclista invisible. Caleb Ewan. Tan pequeño. Es apenas una sombra. Se esconde, agachado, recogido en sus 165 centímetros de altura y sólo aparece para colocarse delante en el momento de la foto del día. La del que gana.
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Hasta la remontada cargada de pólvora de Ewan, el sprint era de tipos mucho más altos y visibles. Van Aert, el portento, se atrevió hasta con el viento en contra que soplaba desde la pancarta final en Poitiers. El aire le frenó pegado a la valla derecha. Sagan, que venía con los ojos cargados, renacido, de nuevo con la velocidad que tenía hace años, embistió contra Van Aert con el hombro para desbrozar el camino. Se jugó su cuello y, sobre todo, el de los otros. Mereció la descalificación con que le castigaron -relegado al puesto 85- y ni siquiera entró el primero. Van Aert, indignado, le sacó un dedo. Otro mal gesto.
Por su izquierda, el irlandés Bennett sacó todo su catálogo de velocista. Allí, en Poitiers, había vencido en 1978 su maestro, su vecino, Sean Kelly. Casi lo consigue. Cuando ya estaba a punto de morder la pancarta, le pasó una sombra, Ewan, el australiano con piernas de solomillo. Los cuatro primeros ocuparon el mismo metro. «En esos momentos de tanta adrenalina, hay que mantener la calma», aconsejó el vencedor, que en 2019 se llevó tres etapas y ya suma dos en esta edición.
Sagan no puede con Ewan. Tampoco con Bennett, que cada vez le saca más ventaja en el duelo por el maillot verde, el título que el triple campeón del mundo ha logrado en siete ocasiones. Y vive desquiciado. Ha pasado de cierta apatía a desbordar agresividad. Innecesaria. En el Tour de 2017 fue expulsado de la ronda por cerrar a Mark Cavendish contra las vallas. En realidad, su maniobra fue defensiva ante un rival que quería pasar por donde no cabía. Meses después, la Unión Ciclista Internacional (UCI) declaró «injusta» la exclusión del eslovaco. Tarde. Lo justo hubiera sido sólo descalificarle en aquella etapa, como en esta de Poitiers. A Sagan se le empieza a pasar su época. De sus grandes victorias hace ya tiempo. Agarrarse al riesgo no es la vacuna contra el declive. Es el remedio de los desesperados.
Caída y retirada de Ion Izagirre
También se le acaba el ciclismo a Mattieu Ladagnous, que lleva quince temporadas como ciclista profesional. Siempre ha estado ocupado. Al servicio de sus líderes. A este Tour no vino el velocista de su equipo, Arnaud Demare, y el candidato al podio del Groupama, Thibaut Pinaut, se ha venido abajo. «No es un ciclista para ganar el Tour», le ha sentenciado Hinault. Y así Ladagnous se ha quedado sin mucho que hacer en lo que resta de Tour. Tiene 35 años, vive cerca de Bayona y le encanta el rugby. Patada hacia delante. La decimoprimera etapa era la ocasión para ser libre. Y se fugó en el primer metro, en la orilla de Chatelaillon-Plage. A 167 kilómetros de la meta de Poitiers. Ladagnous se regaló ese homenaje delante del desfile de público que cada día le marca el camino al Tour.
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Acabaron con él dos de su especie, dos de los mejores gregarios del mundo, Tim Declercq y Thomas de Gendt. Belgas. Con el sol abierto de par en par, se colocaron al frente del pelotón. Declercq tiraba para el velocista Bennettt; De Gendt, para el misil Ewan. Declerq mide 1,90 y tiene espalda de nadador, perfecta para tapar todo el viento. «Es un esfuerzo de tres minutos, muchos son mejores que yo. Lo mío es tirar durante tres horas», apunta. Por eso le apodan 'el tractor'. Una máquina.
De Gendt es un escapista. El 'Houdini' del pelotón. Aprendió a fugarse de niño. Como en Bélgica no dejaban competir hasta los 12 años, cruzaba la frontera y corría en Holanda. Ha ganado etapas en el Mont Ventoux y el Stelvio. Y hace temblar al pelotón cuando se escapa. Es otra máquina capaz de estar horas a la misma velocidad de crucero. Además de ser un aventurero, vale para llevar en brazos al esprínter que le toque, a Ewan en este Tour. Entre De Gendt y Declerq archivaron el pobre Ladagnous, que por Saint-Maixent-l'Ecole estaba ya a tiro.
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En ese pueblo ganó Pablo Lastras en el Tour de 2003. Otro gregario de manual. Pidió permiso, un día para él, para ella. Ese día hubiera cumplido 62 años su madre, Rosa, fallecida cuatro meses antes. Ganó. Su regalo. En casa, en San Martín de Valdeiglesias, los vecinos tiraron cohetes. Emeterio, el padre de Pablo, albañil, andada en la obra. Al oír la detonación supo que que la fiesta era por Pablo. Por Rosa.
Esta vez la meta estaba algo más allá, en Poitiers. Y tras un día de cierta calma, regresó el estrés. Ion Izagirre se fue de lleno contra el muro de una casa. Incrustado. Con una clavícula rota, sangre en el rostro y fuera del Tour en un chasquido. El Tour es así. Y, pese a todo, hay quien le añade peligro de más, como Sagan. Su equipo, el Bora, quiso romper el sprint con la arrancada de Posltberger, al que siguieron Jungels y Asgreen, gregarios de Bennett. El Lotto de Ewan y el Cofidis de Laporte cerraron el hueco. Luego, en la recta final más larga del Tour, Van Aert se precipitó, Sagan pecó de codicia, Bennett casi emuló a Kelly y ganó Ewan, la sombra más veloz de este Tour en el que manda Roglic, con Landa y sus rivales al acecho ahora que vuelve la montaña y respiran aliviados los escaladores tras dos días de vértigo.
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