Una gimnasta sin límites: a sus 44 años irá a sus octavas Olimpiadas
La uzbeca Oksana Chusovitina ha conseguido la plaza en el Mundial de Stuttgart, en el que ha competido contra rivales que ni siquiera habían nacido cuando ella ya hacía virguerías sobre el tapiz
Después de los Juegos Olímpicos de Londres en 2012 declaró que lo dejaba, que ahí terminaba su carrera. Pero tan solo estuvo fuera del tapiz una noche ya que a la mañana siguiente Oksana Chusovitina se despertó anunciando que iba a continuar, que aún no había logrado todo lo que se había planteado. «Todavía puedo hacer más». Siete años después aún sigue con esa frase muy presente.
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Un ambición interminable que la llevará directamente a Tokio, donde en 2020 disputará sus octavas Olimpiadas. Lo hará a sus 45 años, lo nunca visto, y más en un deporte tan castigado mental y físicamente, en el que la perfección está tan presente y en el que la férrea disciplina y el arranque prematuro de las gimnastas hace que antes de llegar a los 30 la gran mayoría de ellas ya lo hayan dejado. De hecho, la propia Simone Biles, la estrella mundial de este deporte en la actualidad, ya ha declarado en alguna ocasión que no piensa estar muchos años más compitiendo, y eso que aún tiene solo 22.
Con gimnastas de mucha menos edad se vio las caras la uzbeca Chusovitina en Stuttgard, su Mundial número 17, donde ha logrado el preciado botín compitiendo sin equipo. Gran parte de sus rivales ni siquiera habían nacido cuando ella ya asombraba con sus movimientos a finales de la década de los 80. Ella vino al mundo el 19 de junio de 1975 en Bukhara, una de las ciudades más pobladas de Uzbekistán, que por aquel entonces pertenecía a la URSS. Con apenas 14 años participó en su primera competición internacional, en el Torneo de Cottbus. Dos años más tarde se estrenó en un mundial, en Indianápolis, colgándose tres medallas, dos de oro y una de plata. Desde ese momento es una fija en esta cita.
30 años en las alturas
Tres décadas en las que su cuerpo (1,50 metros de altura y unos 45 kilos), más allá de las arrugas y los cambios en facciones, apenas ha variado. Tampoco su técnica, siendo cuarta en el salto del potro en 2018, una de sus especialidades. Poseedora de once medallas mundiales y dos olímpicas, el pasado año se colgó la de plata en los Juegos Asiáticos, quedándose a tan solo una décima del oro, logrado por la surcoreana Yeo Seo-jeong, a quien la sacaba 27 años.
En todo este tiempo ha competido defendiendo la bandera de la Unión Soviética, de la Comunidad de Estados Independientes (en Barcelona'92, donde logró la victoria por equipos), de Uzbekistán y también de Alemana. Al país germano se trasladó en 2002, cuando a su hijo Alisher, que había nacido tres años antes, le fue diagnosticada una leucemia. Allí se instaló con su marido, el luchador de grecorromana Bakhodir Kurbanov, debido a la falta de unas instalaciones médicas adecuadas en su país natal. Pese a la delicada situación familiar, Chusovitina no dejó de entrenar y competir. «Si no sigo, mi hijo no vivirá», afirmaba, ya que lo que ganaba era gracias a los premios que conseguía en los distintos torneos.
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Defendió durante años la bandera de Alemania, país en el que se instaló en busca de una buena atención médica para su hijo, diagnosticado de leucemia
Hoy en día su hijo está sano y es mayor que muchas de las gimnastas a las que se enfrenta habitualmente su madre. Con Alemania siguió compitiendo hasta los Juegos de Londres, a modo de gratitud por la ayuda prestada por parte de la federación a su familia. En la cita olímpica posterior, en la de Río de Janeiro, se atrevió a realizar una de las maniobras más difíciles de la gimnasia femenina, 'el salto de la muerte'. Su caída no fue perfecta pero siguió dando muestras de que su ambición y su pasión por este deporte están intactas. En Brasil hizo historia al convertirse en la primera gimnasta en participar en siete citas olímpicas, récord que se encargará de ampliar en Tokio.
Chusovitina posee además cinco movimientos que llevan su nombre en el reglamento de la Federación Internacional, y es la única que ha ingresado en el Salón de la Fama sin estar retirada. ¿Su secreto? Su pasión por la gimnasia, como ya ha declarado en muchas ocasiones. «Entrenar me hace feliz. Tengo memoria muscular y antes de cada salto lo visualizo y lo hago. Ya no tengo que ensayar las cosas diez veces, me basta con dos por toda la experiencia acumulada«.
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