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Fernando Arrabal pasará seguramente a la historia popular por un fragmento del programa de TVE 'El mundo por montera' emitido la madrugada del 5 de ... octubre de 1989. En este archiconocido corte, un Arrabal en evidente estado de embriaguez divagaba sobre el milenarismo, que «va a llegar», e interrumpía constantemente a los demás tertulianos, entre ellos, Álvaro Pombo, Antonio López Campillo –que tenía que sujetar la mesa para que el dramaturgo no se diera un golpetazo en su apasionada e incoherente disertación– o un desesperado Fernando Sánchez Dragó, que conducía el programa y no sabía cómo meter en cintura a Arrabal, que concluyó su reflexión con un elocuente «¡cojones ya!».
Seguramente, poco le importará al autor –o incluso le agradará– dejar un legado de 'showman' en su país natal, pero, más allá de sus excentricidades, el hecho es que estamos ante un escritor brillante y singular, un maestro de las letras y del surrealismo en activo desde los años 50 del siglo pasado y muy reconocido en Francia, donde lleva residiendo desde 1955, y que vive ahora en España una suerte de segunda juventud a sus 92 años, impulsada por sus apariciones en el programa de David Broncano y por homenajes como el Premio Zenda que recibió en Madrid el pasado diciembre.
Nacido en Melilla en 1932 e hijo de un teniente republicano que se fugó del penal en Burgos bajo una fuerte nevada y del que nunca se volvió a saber, Arrabal fue niño prodigio y ya desde su juventud escribía obras teatrales, que compaginaba con su empleo en Papelera Española.
No fue hasta que se mudó a París cuando empezó a dedicarse de pleno a las letras y es precisamente en Francia donde ha cosechado éxitos teatrales como 'Picnic', 'El cementerio de automóviles' o 'El jardín de las delicias', y un sinfín de reconocimientos entre los que figuran la Legión de Honor, el Gran Premio de Teatro de la Academia Francesa o el World's Theater Prize. También ha destacado en narrativa con novelas como 'La torre herida por el rayo', que ganó el Nadal en 1982, e incluso hay quien le ha situado entre los aspirantes al Nobel de Literatura.
Su obra entronca con el teatro del absurdo, el surrealismo y el dadaísmo, movimiento del cual se le puede considerar como único superviviente. Fue también una figura molesta para el franquismo, que le situó como enemigo del régimen, junto a nombres como Dolores Ibarruri o Santiago Carrillo, por su libro-manifiesto 'Carta al general Franco'.
Pocos autores vivos pueden alardear además de haber frecuentado y mantenido amistad con personalidades como los dadaístas André Breton y Tristan Tzara –de quienes fue discípulo–, Milan Kundera, Pablo Picasso o como contó ayer en La Revuelta, Jim Morrison, el carismático líder de The Doors, que vivió en París, donde perdió la vida a los 27 años en 1971 por una sobredosis.
Aseguró anoche Arrabal en el programa –para el que Broncano se desplazó al domicilio del autor en París, en lo que fue la primera vez que hizo una entrevista fuera del Teatro Príncipe– que frecuentó al mito del rock psicodélico y que incluso Morrison viajó a México para conocerle e imbuirse del surrealismo. «Pero él sabía más que yo. Hay muy poca gente que haya leído todos los manifiestos del surrealismo. Él los había leído todos y me hacía muchas preguntas», contó.
Tal vez sea una exageración o fábula del artista, igual que su afirmación de que el papa Francisco leía sus artículos con asiduidad. Exageraciones o no, son historias que alimentan el mito de un dramaturgo nonagenario que vuelve a la palestra cuando menos se le esperaba.
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