De Villar del Río a Tombuctú
Contexto ·
Satiriza el país y la época que le tocó vivir enfrentando al individuo indefenso con la sociedad que lo aplastaluisa idoate
Sábado, 12 de junio 2021, 00:14
Contradictorio, misógino, hedonista, supersticioso, erotómano, fetichista, frenético y caótico. Así se describía Luis García Berlanga. Y así es su cine, que disecciona la España de ... la segunda mitad del siglo XX con mirada lúcida, afilada, cáustica y cómica; con ironía, ternura, sarcasmo, ingenio y mala baba. Decía ser el feliz resultado de un matrimonio de 'capuletos' y 'montescos', de un diputado republicano y una madre católica y conservadora, y por tanto heredero de las dos Españas machadianas. No militó en ningún partido político y los parodió a todos. Criticó la precariedad y represión de la Dictadura, la pena de muerte, el desarrollismo y el estallido turístico; y lo hizo con buenismo edulcorado y humor negro, con protagonistas débiles e indefensos que acababan anulados por el sistema. Satirizó a la derecha arribista del franquismo. Esperpentizó a la izquierda de los ochenta, con su enriquecimiento rápido y a toda costa. Desdramatizó la guerra, confrontando a nacionales y republicanos en unas surrealistas trincheras. Y, como buen valenciano, lo mezcló todo y lo hizo estallar en su última película, 'París-Tombuctú'. Su traca final. Su 'mascletá'.
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En 1950, Berlanga rueda historias de gente afable, bondadosa y entrañable, que miserabiliza y contrapone a una sociedad de clases que la pulveriza. Las basa en hechos reales, muy deformados y lejanos, pero reconocibles en medio de la astracanada. Los vecinos de Villar del Río, de 'Bienvenido Mr. Marshall' (1953), ven esfumarse la ansiada ayuda económica de EE UU que los sacará de la penuria. Es un guion ingenuo, pero traerá cola. El embajador estadounidense protesta, al sentirse aludido por la publicidad de la cinta en las calles cuando llega para jurar el cargo; y además acusan a Berlanga de falsificar dinero por unos dólares publicitarios que imprime para el Festival de Cannes. Una minucia comparada con los problemas de 'Los jueves, milagro' (1959), una parodia de la fracasada aparición de San Dimas, inventada por las fuerzas vivas de Fontecilla para reavivar el turismo. El sainete indigna a la productora, vinculada al Opus Dei, «porque el milagro tendría que salir bien». Le imponen un censor -un sacerdote- y lo retocan.
Su humor negro choca de lleno con la Dictadura. Le obligan a cambiar el título de 'Plácido' (1961). Lo había llamado 'Siente un pobre a su mesa', como la campaña de caridad navideña de la película; la corona una cabalgata donde desfila Plácido con su motocarro, que perderá por no pagar una letra. Su largometraje más polémico fue 'El verdugo' (1964), cuyo protagonista se ve arrastrado a ejecutar a un reo a cambio de un piso de protección oficial. Se estrena tras las ejecuciones del comunista Julián Grimau y de los anarquistas Francisco Granado y Joaquín Delgado. Gana el premio de la Crítica Internacional en el Festival de Venecia. Al ser una coproducción con Italia, no se puede impedir su proyección, que retrata un país donde se obliga a matar y a morir. Franco sentencia: «Berlanga no es un comunista, es un mal español». No podrá hacer cine hasta 1967. Pero vuelve y arremete contra el turismo masivo con '¡Vivan los novios!' (1970). «Es un contraste entre la España medieval y la del turismo, y yo traté de miserabilizar las dos, porque la España del turismo es un enmerdamiento».
Como buen valenciano, lo mezcló todo y lo hizo estallar en su último filme
Ricos sin identidad
Caricaturiza el tardofranquismo con tres títulos que ridiculizan al Estado, la Iglesia, la banca, los constructores… Inspira 'La escopeta nacional' (1978) en el perdigonazo que el ministro Fraga Iribarne pega a la hija de Franco en el culo durante una cacería, suceso que esperpentifica la película. En ella pululan empresarios en busca de negocio, ministrables debidamente comulgados, curas ultramontanos que casan «lo que no separa ni Dios», discretas queridas… La continúan 'Patrimonio Nacional' y 'Nacional III', de 1981 y 1982, donde se mofa de la aristocracia arruinada que vive de los sablazos, las herencias, las expropiaciones y la evasión fiscal. Se burla de la corrupción de la izquierda en 'Todos a la cárcel' (1993): el ascenso al poder del socialismo y la instauración de la cultura del pelotazo, apoyada en la Exposición Universal de Sevilla, los Juegos Olímpicos de Barcelona y el 'boom' del ladrillo. Para entonces, ha estrenado la historia sobre la Guerra Civil que tuvo en el cajón treinta años por la censura: 'La vaquilla' (1985), por la que pelean los nacionales y republicanos desde unas enloquecidas y cómicas trincheras ante las que se mantiene equidistante. Le critican por ello.
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En 'París-Tombuctú' (1999), desata toda su pirotecnia. Es su 'plantà' y 'cremà'. Su testamento. El viaje de un cirujano plástico, su alter ego, que pierde la libido y recala en Calabuch, el pueblo de otra de sus películas. Es la metáfora de una sociedad obsesionada por la apariencia y el dinero, que pierde su identidad y se aferra a las fantasías. Como el país en el que vive: enriquecido a contrarreloj y desnortado. Usa su munición al completo, no deja bala en la recámara. Es una cinta desquiciada, soez, surrealista, farragosa, libertaria, coral, barroca, exacerbada y anárquica. Como en toda su filmografía, la sobrevuela el poder invisible y destructor del individuo que nunca consigue lo que ansía. Pero, a diferencia de él, Berlanga entra en el diccionario de la RAE: «Berlanguiano, que tiene rasgos característicos de la obra de Luis García Berlanga».
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