Una vida en el cuarto de atrás
Premiada biografía. ·
José Teruel ha seguido las huellas de Carmen Martín Gaite «en los umbrales de sus libros» y en las cartas que no fueron destruidasIñigo Linaje
Sábado, 6 de diciembre 2025, 00:11
Si la herencia literaria de un escritor es fundamental para vertebrar su mundo, no lo es menos -en ocasiones- su herencia familiar. Este es el ... caso de la escritora Carmen Martín Gaite (Salamanca, 1925- Madrid, 2000), de la que el próximo lunes se cumple el centenario de su nacimiento. Si la autora de la Generación del 50 encontró un espejo en los libros de Elena Fortún en su adolescencia, tuvo la suerte de tener en sus progenitores a dos maestros no menos relevantes. Mientras su padre le inculcó tempranamente el placer de la lectura, su madre le instruyó en el arte de la costura, una profesión en la que la paciencia, el estilo y la destreza son tan importantes como en el oficio de escribir.
El centenario de la salmantina se suma este año a los aniversarios de Ana María Matute e Ignacio Aldecoa. Los tres han gozado en 2025 de una reivindicación de sus legados en forma de exposiciones y homenajes. En el caso de Gaite destaca la muestra que tuvo lugar en la Biblioteca Nacional en Madrid que, organizada por la Junta de Castilla y León, recaló después en ciudades como Burgos y Salamanca. La exposición fue comisariada por José Teruel, el mayor conocedor de su figura, encargado de editar -entre 2008 y 2019- los siete tomos de su 'Obra completa'. Además, Teruel ha ganado el Premio Comillas con una biografía de la autora, un trabajo excelente y primorosamente documentado.
Sin embargo, ya en el prólogo de 'Carmen Martín Gaite. Una biografía' (Tusquets), advierte al lector de la empresa a la que se enfrenta, ya que la escritora apenas dejó -en vida- un par de textos estrictamente autobiográficos, por lo que seguir sus huellas no es una tarea fácil. Así, Teruel concluye que Gaite dice más «en los umbrales de sus libros y en su producción ensayística que en sus cuentos y novelas». De esta manera, la fuente de información de su biografía es su correspondencia, que él mismo seleccionó y antologó en 2019. Asimismo, destaca un dato revelador: sus cartas más personales -las dirigidas a su hija y a su exmarido- fueron destruidas por la hermana de la autora.
Nacida en Salamanca en 1925, el origen gallego de su madre marcó sus gustos literarios desde la infancia. Así, las leyendas gallegas alimentaron su querencia por lo fantástico hasta el punto de escribir: «La única manera de aguantar la realidad es no mirarla a la cara, sino construirse inventos para vivir en una realidad ficticia». Por otro lado, su padre -notario de profesión- se ocupó de reglar la educación de sus hijas, que no fueron a la escuela hasta los diez años. De carácter liberal, él fue quien aficionó a Carmiña a la historia y la literatura, y nunca opuso resistencia ni a sus deseos de irse a Madrid a terminar sus estudios ni a su decisión de dedicarse «profesionalmente» a la escritura.
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La amistad con Aldecoa
La huella familiar es tan determinante en su formación que, cuando publicó su primer libro, lo tituló 'El balneario' para homenajear a su padre, que era un asiduo visitante del de Alzola, en Gipuzkoa. Casualmente, allí conocería a su futuro marido, el también escritor Rafael Sánchez Ferlosio. Aunque no menos importante para ella fue su encuentro con Ignacio Aldecoa en la Universidad de Salamanca, «el primer joven moderno al que yo conocí». Informal y rompedor, el carácter del vitoriano cautivó a la joven, que quedó muy afectada tras la muerte prematura de su amigo en 1969. Nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde llegó su amistad, pero Teruel anota en su biografía la dedicatoria que encontró en un volumen firmado en la biblioteca personal de la escritora: «Para ti, Carmiña, que me trajiste este invierno los dos mejores años de mi vida».
Al igual que algunos compañeros de facultad, Martín Gaite empezó escribiendo y publicando poesía, aunque su trabajo en este campo será tangencial en el contexto de su obra. Sus inicios en la escritura coincidieron en el tiempo con dos viajes al extranjero -Cannes y Coimbra- que le permitieron abrir los ojos a otras culturas y tradiciones (años después viajará a Roma y traducirá a Natalia Ginzburg). Pero será su traslado a Madrid en 1943 lo que constituirá todo un acontecimiento. Allí se encontró de nuevo con Aldecoa y con su legión de amigos: Juan Benet, Luis Martín Santos, Alfonso Sastre y el omnipresente Ferlosio. Y allí se gestó el grupo nuclear de la llamada generación de posguerra.
Su relación con Ferlosio nunca fue fácil. Los cuentos de Gaite pocas veces eran de su agrado, aunque ella siempre reconoció el valor de la disciplina y el rigor estético que le trasmitió. Se casaron en 1953 y, desde su viaje de novios, la escritora comenzó a experimentar una sensación de soledad que se agravaría con el tiempo. Si 1956 es una fecha clave en su vida por el nacimiento de su hija, no lo es menos porque acababa de ganar el Premio Café Gijón con 'El balneario'. Y, un año después, se hará con el Nadal por 'Entre visillos'. Unas notas de sus cuadernos hablan de cómo eran sus días en aquel momento: «Desde las 8 de la mañana hasta las 8 de la noche me dedico a la casa, a mi marido y a la niña. A las 8 me pongo a escribir. A veces me paso todo el día esperando esa hora».
La pareja se separó en 1970. Las excentricidades del ensayista y el aislamiento voluntario al que se sometía (trabajaba de noche, estimulado por anfetaminas, y dormía de día), dieron al traste con la relación y llevaron a la escritora a habituarse a los fármacos. «Carmen es como una viuda que tuviera el muerto en casa», escribirá de ellos su amigo Miguel Delibes. La siguiente relación de Gaite será con el guionista Gonzalo Torrente Malvido, una historia «tormentosa y desafiante» que deja entrever en sus dos siguientes novelas: 'Retahílas' y 'Fragmentos de interior'. Sin embargo, el auténtico amor de su vida a partir de entonces es su hija Marta. «Desde el otoño de 1970 vivo sola con mi hija», escribe en sus cuadernos, haciendo una doble declaración de independencia y fortaleza interior. Ella será su interlocutora más fiel y la única persona que leerá sus 'Cuadernos de todo', el diario que la escritora llevó desde 1961 hasta 1997.
Marta, que como su madre no tuvo una educación convencional, trabajó para una editorial y tradujo del inglés a autores como Flaubert o Capote. Y como joven de carácter liberal y rebelde y, quizás también por eso, propensa a la inadaptación social, se dejó seducir por la heroína. Paradojas del destino: mientras Martín Gaite llevaba una actividad frenética en los primeros 80 -escribía crítica literaria, era invitada a dar conferencias en EEUU, donde concibió 'Caperucita en Manhattan'-, su hija se iba hundiendo en la adicción junto a su pareja, el hijo de Carlos Castilla del Pino.
Si el primer lustro de los 80 fue una época prolífica y de numerosos reconocimientos públicos para la escritora, en abril de 1985 la vida se le rompe de golpe con la muerte de su hija a causa del sida. Ese zarpazo fatal (había perdido un primer hijo con ocho meses en 1954) la encerró más en la soledad y marcó tanto su ánimo como sus proyectos futuros. Seis meses después del adiós de Marta, acepta viajar a EEUU para dar una conferencia en el Vassar College y escribe uno de sus textos más hermosos e inclasificables, 'El otoño en Poughkeepsie', guiado por Simone Weil y su libro 'La gravedad y la gracia', que es como un amuleto para ella. Esa lectura le servirá de consigna para salir adelante y, a partir de ese momento, la ficción y la confesión personal se hibridarán en todo lo que escriba.
Sus últimos años transcurrirán entre el trabajo y las visitas a la Feria del Libro de Madrid, donde tenía una legión de admiradores, y la concesión de los galardones más prestigiosos del país: el Príncipe de Asturias en 1988 y el Nacional de las Letras en 1994. Independiente y firme en sus convicciones, en los 90 rompió con Planeta y publicó sus últimas novelas en Anagrama. Nunca quiso entrar en la Real Academia. Falleció en Madrid en julio de 2000, a los 74 años.
Una posteridad luminosa
Al contrario que sucede con otros escritores, la posteridad ha sido generosa con Carmen Martín Gaite. Si sus obras más conocidas se siguen reeditando, otras de carácter misceláneo (que mezclan ensayo, memoria e historia) han alcanzado la categoría de clásicos, como 'El cuarto de atrás' -llevada al teatro con Emma Suárez en el papel de la escritora- y 'El cuento de nunca acabar' Además, póstumamente han parecido brillantes inéditos de corte autobiográfico como 'De hija a madre, de madre a hija' (2025) y, especialmente, 'Cuadernos de todo' (2002), un monumental tomo de 700 páginas que es a la vez diario íntimo y cuaderno de lecturas, espacio para la reflexión y glosario filosófico. Un hallazgo que está entre lo mejor de su trayectoria y que da cuenta de su versatilidad como creadora. El 17 de junio de 1967 anotó en ellos: «Mi enfermedad consiste en mi silencio». Por eso no dejó de escribir hasta que el cáncer se la llevó hace veinticinco años. Y por eso sus libros, en su amplia variedad genérica, no han dejado nunca de hablar.
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