El tránsito entre la vida y la muerte
Caspar David Friedrich ·
Con una vida marcada por la tragedia, dedicó 24 cuadros a camposantos. Pensaba que el artista «debe pintar lo que descubre de sí mismo»La muerte siempre acechaba a los románticos. Suponía el cruel destino o la redención, dolía o era requerida. Caspar David Friedrich (Greifswald, 1774- Dresde, 1840) ... es el mejor exponente de esta corriente en Alemania, a su vez la versión más intensa de una tendencia entregada sin cortapisas a las emociones. El artista dedicó veinticuatro obras a camposantos. «El pintor debe pintar lo que descubre de sí mismo», aseguraba. En las rejas, cruces, lápidas y árboles sombríos, en la bruma que los envuelve, se proyecta un alma torturada transida por intensas convicciones religiosas, dramas personales y convicciones políticas.
Cierta dualidad recorre la obra del maestro alemán. Hay vida y muerte y ambas realidades alientan sentimientos abrumadores que plasma en la pintura, sobre todo en las últimas décadas de su trayectoria, entre 1810 y 1840. La primera se exhibe en grandes escenarios no hollados por la presencia humana y la segunda tiene lugar en aquellos más recoletos en los que desemboca nuestra peripecia en la Tierra.
El arte vinculado a la naturaleza y la creación ligada a lo fúnebre adquieren en su mano una expresividad tan poderosa que son un hito en sí mismas. Pero no se pueden interpretar desde un mero esteticismo, tal y como sucede en otros casos de la historia de la plástica. Su turbulencia emocional no tiene parangón. No es el paisaje, somos nosotros. No se trata tan sólo de homenajear la magnificencia de la naturaleza, sino de revelar las pasiones internas reflejadas en un medio que actúa como espejo del espíritu humano..
La exaltación de la experiencia vital resplandece en 'El caminante sobre un mar de nubes', quizás su creación más conocida. El observador, el propio autor, se encuentra de espaldas al espectador contemplando una soberbia cordillera envuelta en la bruma. El sujeto se encuentra en el centro en posición dominante, como si el autor sugiriera una comunicación individual con la naturaleza y la visión escarpada, de enormes dimensiones, se hallara en consonancia con la intensidad de esa comunión.
'La abadía en el bosque de robles' proporciona la cara opuesta al canto a la vida que esconde la anterior obra. Una procesión de monjes, portando un féretro, se dirige hacia cierta sepultura abierta atravesando el arco del arruinado monasterio de Eldena. Como en el anterior lienzo, usa la escala arquitectónica para aportar una dimensión trascendente. Destaca la vulnerabilidad del individuo y el carácter perecedero de su obra frente a la muerte. El leve resplandor en torno a la luna creciente parece anunciar la presencia divina.
La abadía, ubicada cerca de la costa báltica, fue destruida durante la Guerra de los Treinta años por las tropas suecas, lo que provocó la larga ocupación del territorio por la Corona escandinava. Friedich, que nació cerca de aquel lugar y era un nacionalista alemán, también recurre a la metáfora fúnebre para referirse al derrumbe de su patria.
«Abrid la tumba. Al fondo de esta tumba se ve el mar»
Vicente Huidobro
(1893-1948)
Un cuadro para Hitler
El aspecto más personal e íntimo, aquel que expone su dolor, se refleja en 'La entrada al cementerio', una de sus obras más conocidas. El aspecto alegórico queda manifiesto en esa perspectiva del camposanto desde el exterior, con su disposición anárquica y envuelto en una atmósfera particular. Como en el lienzo anterior, subyace la idea del tránsito entre la vida y la muerte materializado en las sepulturas abiertas y el sufrimiento generado por la pérdida.
La vida del pintor estuvo marcada por la tragedia y, posiblemente, esto incidió en su interés por el arte de tintes fúnebres. Perdió a su madre a edad temprana, a dos hermanas y a un hermano que se precipitó al agua helada para salvarlo. También sufrió la pérdida de su amigo y colega Gerhard Von Kügelgen, asesinado en un camino, al que dedicó un retrato y una obra fúnebre ambientada en el cementerio católico de Dresde.
La vertiente más simbólica se halla reflejada en 'Paisaje de una tumba, ataúd y un búho', otra de sus últimas entregas creativas. En ella, el artista sacrifica su gusto por el realismo y la gran escenografía paisajista y se centra en una serie de elementos exhibidos en primer plano para profundizar en el sentido alegórico.
El sentido trágico de la vida de Friedrich y su percepción de la existencia como tránsito no morirán con él. 'La isla de los muertos' del suizo Arnold Böcklin participa de ese dramatismo existencial. Su famosa obra muestra, presuntamente, a Caronte atravesando la laguna Estigia en dirección a la última posada. El autor elaboró varias versiones y una de ellas fue a parar, curiosamente, a Adolf Hitler, el hombre que, a mediados del pasado siglo, nutrió profusamente los cementerios de toda Europa.
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