El poeta que pinta
Edu López muestra un trabajo muy influido por el peso de las vanguardias históricas, la literatura y las emociones más básicas
Edu López ha sido escritor antes que artista plástico y esa vocación literaria ha permeado un trabajo muy personal. «Yo veo el mundo con la ... visión de un poeta emocionado con el acto de pintar», asegura. Quien se acerque a contemplar la exposición 'Un muerto normal', abierta en Espacio Marzana, se encontrará con una narrativa que no es lineal y permite muchas derivas. El imaginario del creador donostiarra es vasto y ejerce una fascinación en la que resulta fácil y gozoso el extravío.
Esa capacidad de seducción proviene del dibujo y la pintura, omnipresentes en su labor. «Tiene que ver con el lenguaje simbólico», aduce para explicar la permanencia de esa atracción. «El artista transforma la realidad, la transforma o deforma, y construye un símbolo. Es una herramienta básica que funciona en cualquier individuo, no importa el idioma, cultura o bagaje, por una razón obvia y es que provoca las emociones».
Pero hay algo más. Los estímulos de la obra de López son muy diversos y se disponen a la manera de un caleidoscopio que parece multiplicar las imágenes. «Como un río, como un relato que se va expandiendo», arguye y reconoce que el montaje, siempre a su cargo, constituye la última obra que culmina la propuesta en su heterogeneidad.
'Un muerto normal'. Edu López
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Dónde: Espacio Marzana (Muelle Marzana, 5, Bilbao).
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Fecha: Hasta el 13 de junio.
La muestra actual, compuesta por lienzos de pequeño y mediano formato, es, según propia confesión, «un Edu López puro y limpio, sin interferencias», la consecuencia de esa imperiosa necesidad de expresarse. «Yo diría que se trata del poso de lo que veo». La vida y la muerte, el deseo y la pasión, nutren este requerimiento siempre acuciante. «Son las cuestiones que vienen de serie», alega con cierta humildad.
Esa pulsión se traduce en la realización de obras de mediano y pequeño formato. «Podría llevar a cabo un proyecto con tan sólo varios cuadros y muy grandes, pero me he acostumbrado a esta manera porque resulta práctico», explica y admite la imposibilidad de permanecer tres meses enfrascado en la realización de una sola obra. «Porque mi proceso de trabajo me conduce de una a otra, estoy pintando una y pienso en la siguiente», responde «Al principio, en los ochenta, recurría al gran formato pero llenaba el lienzo de pequeñas cosas que adquirían independencia, los extraía y convertía en elementos externos».
La concatenación nos habla de un continuum orgánico que se nutre de todo tipo de influencias. «Absorbo la intensidad de aquello que me rodea», indica y apela al peso de aquellos lugares con carga emocional. El trasfondo de esa facultad vampírica nos remite una y otra vez a las vanguardias históricas, a la múltiple personalidad estética de Francis Picabia y los juegos verbales de Raymond Roussel y Ramón Gómez de la Serna, a greguerías y aforismos, a dadá y el surrealismo.
La figuración y la importancia de lo textual, la carga referencial y el humor se convierten en coordenadas en este universo abigarrado que conduce, en última instancia, a la modernidad. «Pero porque tengo esa identidad, la de quienes se valen de la aportación procedente de todas las épocas, desde la prehistoria a la actualidad», señala y proporciona la última y efectiva razón para mantener este discurso que no cesa: «Crear es muy adictivo».
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