El latido cultural

Patrimonio visual

Cultura destina 10 millones de euros a la digitalización de fondos de la Filmoteca Nacional, en buena parte del Nodo

Sábado, 26 de noviembre 2022, 00:03

El Nodo (acrónimo de Noticiario y Documentales) estuvo presente en la pantalla de los cines españoles entre 1942 y 1981. Se proyectaba obligatoriamente antes de la película. La selección de noticias, el sentido del montaje y sobre todo los guiones de la voz en 'off' que las narraban constituyen una auténtica historia del franquismo a través de la manipulación informativa por parte de un régimen totalitario. Pero Nodo es también, y por encima de lo tendencioso, el mayor archivo de imágenes documentales del siglo XX que existe en España. Evitar la destrucción de ese valioso patrimonio y preservarlo es una labor necesaria.

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La pérdida, en todo el mundo, de películas de ficción o de cualquier tipo ha sido inmensa a lo largo de la Historia, sobre todo de las más antiguas. El soporte de celuloide tenía mala vejez, tanto los fotogramas como la banda sonora (desde que la hubo), y la única manera de hacer pervivir una película era sacando sucesivas copias. Además, se inflamaba con facilidad. Queda en la memoria la secuencia en que el celuloide se prende en el proyector y quema los ojos de Philippe Noiret en 'Cinema Paradiso'. La tecnología digital ha servido para librarse de las limitaciones del celuloide y para la restauración de películas en una laboriosa labor puntillista hasta dejarlas con una calidad asombrosa, superior a veces a la copia original. Por ejemplo, la copia disponible en plataformas en calidad 4K, con los fotogramas tintados con los colores originales, de 'Nosferatu' (1922), de Murnau. Con 'M, el vampiro de Düsseldorf' (1931), de Fritz Lang, se ha llegado más lejos: a la copia restaurada se han podido añadir secuencias que se daban por perdidas. Están sin banda sonora, lo cual les confiere una extraña presencia fantasmagórica, y algunas son importantes en el guion. Y hace poco volví a ver 'Roma, ciudad abierta' (1945), la obra maestra de Rossellini, con una calidad visual de la que nunca había podido disfrutar, ya que cuando la vi en pantalla grande, en un cine club, fue en una vieja copia tan llena de marcas que parecía que la película transcurría en medio de una constante nevada .

De lo que se puede conseguir con las técnicas de restauración digital da espectacular testimonio '¡Lumière! Comienza la aventura' (2016). Dirigido por Thierry Frémaux y narrado con su voz (Frémaux es director del Festival de Cannes y del Instituto Lumière de Lyon), el documental consta de una espléndida selección de 108 películas filmadas por los hermanos Lumière y por su equipo de operadores de cámara (hasta 1905 rodaron 1.422). Son películas de 50 segundos cada una, lo que duraba un rollo, que muestran cómo era el mundo entre 1895 y 1905, hace más de un siglo. La calidad conseguida con las vetustas imágenes resulta increíble y ayuda a apreciar mejor la riqueza de composición, el talento de aquellos hombres para saber dónde había que colocar el trípode en cada localización. Sorprende la profundidad de campo con plena nitidez que permitían aquellas cámaras accionadas con manivela. Uno de los cortos es un plano general de los Campos Elíseos en que se alcanza a ver el bullicio del paseo hasta una distancia pasmosa. Los lioneses Auguste y Louis Lumière no solo inventaron la imagen en movimiento, sino todo el lenguaje cinematográfico. En sus planos secuencia resuelven (inventan) los 'travelling' sirviéndose de un barco desde el que se muestra la sucesión de Venecia o se avanza por una calle de París en un tranvía. Pero lo más fascinante es poder ver con esa calidad, que resulta mágica, un mundo de otra época poblado por fantasmas que han quedado perpetuados. Ya que tras rodar en Francia, los Lumière mandaron a sus operadores a filmar por toda Europa y el resto de continentes. Es puro Tintín ver a unos samuráis cruzando sus espadas en Osaka o a una caravana egipcia que pasa por delante de una pirámide. Y es los viajes de Julio Verne y es ver a los personajes de Marcel Proust sentados en la terraza de un café. Una de las primeras películas recoge la llegada de unos fotógrafos que acuden a un congreso. Miran divertidos a la cámara que los filma, saludan y no saben que son partícipes del comienzo de una aventura que cambió la percepción del mundo.

Es de aplaudir la iniciativa del Ministerio de Cultura con la Filmoteca y la de todos los profesionales que salvan los valiosos patrimonios visuales de su condena al deterioro y al olvido.

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