Mi único contacto con la TV se produce cada mañana mientras desayuno. Veo las noticias. El último sábado eran tan descorazonadoras que decidí ir cambiando ... de canal. Lo hacía mecánicamente y con notable mal humor, hasta que de repente algo me subyugó. Un 'ensemble' de dos violines, dos chelos y cuatro clavicordios estaba tocando el concierto para cuatro claves de Bach. Me quedé pasmada escuchando aquella música que era plena armonía, orden y paz. Estuve observando a los intérpretes. Todos de mediana edad, con pintas diferentes y algo en común: el absoluto rapto interno en el que se hallaban. En sus caras se advertía la concentración, el placer, casi me atrevería a decir el éxtasis que les producía la música a la que ellos mismos daban lugar. Cada movimientos de sus cuerpos, cada gesto, cada actitud revelaba que se encontraban dentro de las notas, lejos del escenario donde estaban, lejos de las cámaras que los filmaban, como si hubieran volado hacia un lugar sereno y lleno de luz. No era sin embargo, un paraíso privado.
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Yo estaba igual: paralizada por la belleza, dentro de un total equilibrio casi universal. Había olvidado las guerras, los problemas de la actualidad, las pendencias políticas, la vulgaridad del mundo, hasta mi café se enfrió sin que yo necesitara darle ni un solo sorbo. Me puse a darle vueltas a una boba simplificación: si todos los hombres y las mujeres en la historia de la humanidad se hubieran dedicado a crear belleza, el mal no hubiera tenido cabida en nuestras vidas. Absurdo, bien lo sabemos, pero no es absurdo pensar que el arte en cualquiera de sus formas: pintura, literatura, música, escultura, construye en torno a nosotros una barrera de protección.
Nos salva, nos consuela, nos eleva, nos preserva de la fealdad, del horror, nos introduce en una cámara serena, nos insufla aire puro en el que respirar. Por eso es tan importante, por eso es crucial educar la sensibilidad de los niños, dar cabida a todos los estratos de la sociedad en ese círculo donde es posible la paz. Quien sea inmune al placer de sentir ese intangible maravilloso se verá privado de un refugio esencial y arrastrado por los vientos del desorden, la aceleración, la angustia, la estupidez. Buscamos solución para un mundo que cada vez nos espanta más, pero siempre hemos tenido a mano por lo menos, un paliativo: el gozo artístico. Supongo que el paraíso que preconizan las religiones está ahí. No es eterno, a veces solo momentáneo, pero no hay que esperar a morir para disfrutar de su paz.
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