Libertad, igualdad y ambición
iratxe bernal
Viernes, 23 de abril 2021, 22:05
Dicen algunos historiadores que Napoleón Bonaparte era francés... pero no lo sabía. Él se creía un patriota corso y, como tal, tenía por ídolo a ... Pasquale Paoli, el líder independentista exiliado tras la invasión francesa, tres meses antes de su nacimiento. Detestaba, por tanto, el arribismo de su padre, quien tardó un suspiro en vestirse como un petimetre y sacar brillo a los empobrecidos blasones familiares para servir a los intereses colonialistas del enemigo desde la corte de Luis XVI.
Él hubiera preferido quedarse en Córcega, donde los rebeldes aún organizaban heroicas escaramuzas contra los invasores. Pero el progenitor ha quedado deslumbrado por el esplendor de Versalles pese a verlo solo de refilón y tiene en mente algo muy distinto; introducir a sus hijos en los más altos círculos sociales de la metrópoli educándoles con las elites. El mayor, José, haría carrera en la Iglesia y el segundo, Napoleone, en el Ejercito. Rojo y negro, que diría Stendhal.
Primer viaje a Francia
Sin cumplir los nueve, le llevan por primera vez a Francia y le dejan en la escuela militar de Brienne-le-Château, donde lo más granado de la nobleza manda a sus retoños para que se conviertan en refinados caballeros. Él, en cambio, llega con una beca y un francés aun más paupérrimo que su bolsa o sus modales. Para colmo, es introvertido, huraño y no oculta su desdén hacia tanto esnobismo. Ah, y bajito. Un blanco fácil para las chanzas de los compañeros. Pero también es orgulloso, brillante, tenaz y, sobre todo, muy práctico; si tiene que estar allí, aprovechará el tiempo. Ya veremos después al servicio de quién pone lo aprendido.
Cuando tiene 20 años la Revolución le libera de tanto resentimiento. En la Real Academia Militar de París no solo ha leído sobre Alejandro Magno, Aníbal y Julio César. También conoce a Montesquieu, Rousseau y Voltaire y comparte unos ideales que dan a los corsos los mismos derechos y libertades que a cualquier otro ciudadano de la República. De modo que aplaude que el regreso a Córcega de Paoli e incluso se plantea dar el salto a la política junto al ahora gobernador de la isla.
Pero el ídolo de su infancia prefiere la independencia a la igualdad o la fraternidad y se alza contra la guardia de la Convención, de la que él es capitán. Declarado enemigo del pueblo, rumbo al destierro de Marsella, por primera vez es consciente de que si sus ideales son franceses él también lo es. Allí queda Napoleone di Bounaparte.
Toulon, París, Italia...
Por suerte para él, la mayoría de sus nobles compañeros de promoción han huido o han presentado sus respetos a 'madame guillotine'. El gobierno revolucionario, sobrado de enemigos dentro y fuera, no tiene muchos militares de rango y de, entre los que quedan, él es quien tiene más hambre y mejor aprovecha las oportunidades de lucirse que le dan. Entre 1793 y 1798, Toulon, París y, sobre todo, Italia le hacen tan popular que el débil Directorio le prefiere bien lejos de cualquier más que probable conspiración. Él, que no es de corrillos, propone dar a los ingleses donde más les duele; en sus rutas comerciales del Mediterráneo.
La campaña de Egipto lo convierte en el héroe absoluto. Ahora sí que es tentador proponerle participar en un golpe de estado y valerse de su reputación para aunar a los republicanos, acabar con los realistas y plantar cara a las monarquías extranjeras. Y todo a la vez. Lo que nadie espera es que, por primera vez, muestre ambición política. Y menos tanta. Se adelante a todos preparando una reforma constitucional que permite su nombramiento como primer cónsul en 1799 y como emperador en 1804.
A partir de ahí se sumerge en lo que Metternich llamará «la peor de las tiranías», la que «toma la máscara de la lucha por la libertad». Con sus tropas viajan el Código Civil, el fin del vasallaje y la tolerancia religiosa, pero él no quiere ser un libertador; es un conquistador que quiere crear el mayor imperio visto en Europa. La ambición deja paso a la megalomanía.
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