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Viktor Krávchenko habla con su abogado durante el juicio.
Lecturas

Krávchenko, un traidor de la URSS

Perdedores de la Historia ·

Era uno de los nombres importantes de la llamada Nomenklatura, pero en 1944 escapó a Estados Unidos

andoni unzalu garaigordobil

Viernes, 30 de octubre 2020, 22:25

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El 11 de octubre de 1905 nace Víktor Andréievich Krávchenko, hijo de un revolucionario fanático y nieto de un oficial zarista. Buen estudiante, logra el título de ingeniero y asciende en la Nomenklatura soviética. En 1943 se encuentra en Washington como miembro de la Comisión de Compras de la Unión Soviética. Seis meses después, el 3 de abril de 1944, huye de la Embajada soviética y pone su vida en manos de la sociedad americana.

En el año 1946 publica un libro autobiográfico titulado 'Yo elegí la libertad', que se traduce a 22 idiomas y logra un enorme éxito editorial en todo Occidente. Los comunistas comienzan un ataque furibundo contra el autor del libro. Dos son las acusaciones: todo lo que cuenta es mentira y ese libro no lo ha escrito él, solo ha firmado un texto elaborado por los servicios secretos americanos. Especialmente virulento es un artículo de la revista comunista parisina 'Les lettres françaises' publicado el 13 de noviembre de 1947.

En esta ocasión Krávchenko toma una decisión inesperada: denuncia a la revista francesa por difamación en los juzgados de París y publica anuncios solicitando testigos para defender su causa. Todavía en esa época en las zonas de Europa central hay cientos de miles de desplazados de guerra, (ucranianos, polacos,...) que han huido ante el avance del Ejército rojo. Miles de ellos intentan ponerse en contacto con el autor de todas las formas posibles. Algunas cartas llegan a su destinatario solo con la dirección: 'Krávchenko, Washington'.

El juicio comienza el 24 de enero de 1949. Krávchenko presenta una docena de testigos, casi todos huidos de la guerra, gente anónima, menos Margarete Buber-Neumann, ex-comunista con cierto renombre. El ambiente del juicio es de mucha excitación; la sala está abarrotada de público y las sesiones se realizan en ruso y francés. Krávchenko tiene su traductor personal, la revista el suyo y el tercero es el oficial del juzgado; los tres traductores se controlan entre sí.

Insultos y carcajadas

Hay momentos de mucha violencia verbal, principalmente entre Krávchenko y los jefes soviéticos. Al general Rudenko, le espeta lleno de furia: «Yo me cago en tu amado Stalin. He esperado toda mi vida para poder decirlo». Los testigos soviéticos son bastante zafios y más de una vez provocan carcajadas en el público.

El libro de Krávchenko no es realmente una biografía, asume más bien el rol de una cámara subjetiva para ir mostrando al lector todos los aspectos de la sociedad soviética. Está organizado casi como en escenas de teatro que se suceden en el tiempo. La primera escena, sin duda, es su niñez, su familia y su vida de estudiante. Después va la brutal hambruna del año 1932 en Ucrania. Cuenta su misión al campo para obligar a recolectar el trigo a los campesinos. Suceden hechos espantosos, muertos por las calles, niños con tripas hinchadas y cuerpos esqueléticos, también actos de canibalismo. Krávchenko termina diez días antes del plazo la recogida de su distrito y lo comenta con orgullo ante un jefe comunista: «Tú no entiendes, no se trata de eso, se trata de ganar la batalla socialista sobre los campesinos, de doblegarlos».

El testigo Silienko, un desplazado, declara: «En nuestro pueblo, el 30% de la población murió aquellos años. Los cadáveres quedaban fuera, con el frio, hasta la primavera». Otra desplazada, Olga Márchenko, declara: «Me echaron de mi casa estando embarazada de ocho meses».

Su exmujer

La revista comunista ha hecho venir como testigo a una persona muy especial. Se trata de la primera mujer de Krávchenko, Zidaina Gorlova. Una mujer alta, rubia y de buen parecer. Y se produce la escena más triste y dramática del juicio. Gorlova discute con su exmarido. Lo hace con rabia, con insultos. Krávchenko la contradice. A veces la mira largamente, otras baja los ojos. Al final se dirige al presidente del tribunal: «Ha dejado a su padre y a su hijo en Rusia, son rehenes. No puede decir la verdad».

La siguiente escena del libro son las purgas, la vigilancia permanente, la atmósfera asfixiante e histérica envuelta en miedo, miedo de todos a todos. La primera purga fue únicamente entre miembros del partido. Después siguieron otra, otra y otra, sin distinciones de ser miembro del partido. Millones de personas fueron condenadas en Rusia.

Luzhny manifiesta: el poder soviético prometió al pueblo la libertad y le dio la NKVD (luego KGB). Con sarcasmo el abogado de la revista pregunta: «¿Conoce el testigo casos en que, en Rusia, se detenga a culpables?» «No lo sé. Pero inocentes se detienen muchos», contesta.

La escena que más duele a los comunistas occidentales es en la que narra la existencia de campos de concentración. Todavía Europa estaba conmocionada con el descubrimiento de los campos nazis. Por eso muchos niegan la existencia de los gulags rusos con rabia histérica.

Krávchenko detalla los campos, millones de personas viviendo en condiciones inhumanas, millones de presos alquilados a los trust industriales. Una cadena de esclavitud y muerte que no se paraba nunca. Surgen los nombres de Kolima, Magadan, Arcángel y el canal del mar Blanco.

Nikolái Antonov ha estado en el campo del canal del mar Blanco. El presidente del tribunal le pregunta: «¿Cuántos erais en el campo?». «Unos ochocientos mil.» Y el presidente asombrado por el gran número, le pregunta de nuevo. «¿Cuál era, pues, la extensión de aquél campo?» «El canal tenía doscientos ochenta kilómetros de largo. Eso era el campo.»

Margarete Buber-Neumann, también declara sobre la existencia de los campos. La presentan ante el tribunal como expresa de campos soviéticos y del nazi de Ravensbrück. Al oír el nombre del campo nazi, el abogado comunista dice rápido: «Un campo liberado por el Ejército Rojo». «Yo no me quedé a esperarles, pude escapar justo antes», contesta ella.

A todos los desplazados el presidente del tribunal les hace la siguiente pregunta: «Usted, ¿por qué no volvió a Rusia?» «Y usted, «habría vuelto?», le contesta el testigo Schébet.

Krávchenko gana el juicio, pero le conceden una compensación infamante de tres francos.

La izquierda filocomunista siguió llamándole traidor.

El 25 de febrero de 1966 Krávchenko apareció en su apartamento de Manhattan con un tiro en la cabeza. Su hijo sigue manteniendo que fue cosa del KGB.

· Más imágenes y bibliografía en: www.perdedoresdelahistoria.com

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