
Un Juan Manuel de Prada dostoyevskiano
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En esta segunda parte de su bilogía, el escritor baracaldés vuelve al París ocupado donde reinan la escasez y la represiónDesde hace un tiempo el tema de la Guerra Civil española y el de su inmediata consecuencia, la posguerra, están recibiendo un nuevo enfoque por ... parte de varios novelistas de nuestro país. Éste consiste en presentarnos a un tipo de protagonista amoral y aideológico que carece de convicciones políticas o está dispuesto a saltárselas si alguna vez las tuvo. No es muy difícil ver en esa coincidencia de planteamiento, en la que convergen -como digo- varios de nuestros narradores, la sana reacción contra el adoctrinamiento ideológico del que adoleció de forma masiva el tratamiento de ese tema en nuestra novela.
Como ilustrativos ejemplos de esa reacción pueden citarse dos genuinos personajes de Arturo Pérez-Reverte: el espía sin escrúpulos de la serie Falcó, que trabajaba en plena contienda del 36 para el bando franquista, y el marino mercante marcado por un nihilismo más ético que el de aquél y al que ese mismo bando le encargaba una misión secreta en 'La isla de la mujer dormida'. Nada distante de ese patrón de héroe antiheroico y carente de ideología lo tenemos en Benjamín Buenaventura, el prófugo que nos presenta Andrés Trapiello en 'Me piden que regrese' y que se convierte en Benjamin Smith para, en efecto, regresar a España en 1945 con una misión de la inteligencia norteamericana. Y, en esta particular nómina, no podía faltar, naturalmente, Fernando Navales, el infame periodista y pícaro que Juan Manuel de Prada rescató de la España bohemia de 'Las máscaras del héroe' para trasladarlo al escenario del París ocupado por los nazis en 'La ciudad sin luz', primera entrega de 'Mil ojos esconde la noche', y que ahora reaparece en la segunda con nuevos bríos de narrador si bien con el ánimo un tanto alicaído por la prolongación de la II Guerra Mundial.
'Cárcel de tinieblas' es un texto que, en su desmesura de páginas (848 exactamente), personajes, historias y situaciones cimentadas sobre un amplio trabajo de documentación, posee un aspecto troncal que lo hace en apariencia contradictorio. Pese al perfil falto de ética de Navales y a la abyección que rige en cualquier escenario de guerra, estamos ante una novela profundamente moral, lo cual no sorprende tratándose de un escritor declaradamente cristiano en su sentido más militante.
Si de Navales solo había conocido el lector un discurso rabioso que lo emparentaba con el 'subsuelo' dostoyevskiano, ahora va a encontrarse con una nueva versión del personaje: el hombre que busca, aunque de manera oscura y zigzagueante una senda de redención, que curiosamente nos vuelve a remitir a Dostoyevski. No al del resentimiento sino al del remordimiento y al de la célebre cita: «Dios y el diablo están luchando y el campo de batalla es el corazón del hombre». De este modo, no hay contradicción en el texto, sino una 'dialéctica moralista', que lo pauta de manera recurrente, sistemática, a través de un abundante simbolismo religioso, y que queda explicitada en las dos líneas con las que se abre la primera página: «¿Tú crees que se puede dejar de ser malo, si uno se lo propone?, pregunté a Ana María Sagi».
La relación entre esos dos personajes, que ya era efectiva en la primera entrega de la bilogía, adquiere en esta segunda una mayor intensidad no exenta de tensión por las diferencias que los separan y a la vez los unen actuando como acicates. Ana María Sagi es una mujer comprometida con un alto sentido de la Justicia y con la causa feminista. Ella y César González Ruano, a quien su incorregible temeridad le lleva a protagonizar un dramático episodio de arresto, constituyen en el libro las referencias más sólidas con las que cuenta Navales en esa aventura interior hacia la propia conciencia que le creará verdaderos momentos de crisis rayanas en el desvarío.
Como en 'La ciudad sin luz', desfila por estas páginas una inmensa galería de personajes que hacen acuse de recibo del deterioro al que los somete la escasez y la represión que dictan la vida cotidiana durante esas fechas en la ciudad del Sena (la persecución a los judíos, a los exiliados, a los resistentes….) hasta convertirla en la prisión física y psicológica a la que hace alusión el título de la obra. Mención especial merecen el caso del psicópata Marcel Peitot, un médico que estafaba y asesinaba a quienes se ponían en sus manos para huir de la ciudad tomada o el palacete de la avenida Marceau que hoy es sede del Instituto Cervantes, pero que en aquellas fechas sirvió de cuartel general a la Delegación de Falange y que ha cobrado una inesperada actualidad en la prensa de nuestros días.
Miguel Aizpuru
En la escuela flamenca eran habituales los retratos combinados de matrimonios que buscaban dejar testimonio de su prevalente posición social a través de encargos dobles a los maestros de la época, muchos de los cuales se han desparejado con el paso de los siglos y se exhiben en pinacotecas sin su contraparte. He aquí los retratos desparejados que Gonzalo Núñez elige como premisa de su novela debut (Sr. Scott, 2025), en la que este periodista sevillano muestra una rara lucidez en su análisis de la condición humana, los recovecos del pensamiento y las formas de actuar de las personas. Con vocación de retratista de palabras, el autor esparce pinceladas precisas por un lienzo literario en el que encadena reflexiones sobre las relaciones, las dinámicas de pareja, el enamoramiento y las convenciones sociales que lo rodean.
'Los retratos desparejados' es también un canto a la cultura salpicado de referencias filosóficas, artísticas o cinéfilas. Todo ello con Madrid como telón de fondo y el Thyssen como escenario del drama que protagonizan a dos voces chico y chica en la treintena. «Son los finales precipitados e innaturales los que acongojan: la muerte de un adolescente más que la de un anciano, la lesión de un deportista prometedor al inicio de su carrera», diserta Núñez sobre las rupturas en el culmen de un romance, antes de concluir unas páginas más tarde que «el daño inapelable y definitivo es el que nos hacemos a través de los demás».
Iñaki Ezkerra
'Animales pequeños' es la primera novela de Mercedes Duque Espiau (Sevilla, 1996) y cuenta, en una directa primera persona, las andanzas de Rita, una joven que, tras graduarse en una universidad, decide irse a vivir a Londres con Lis, su mejor amiga, a quien conoce desde que ambas eran niñas. La experiencia de instalarse en una gran metrópoli de la que no se conoce nada, ni a la gente ni las calles ni los hábitos, no va a resultar fácil para ninguna de las dos y no tarda en poner a prueba ese microclima afectivo en el que ambas se sentían seguras, lleno de sobrentendidos y complicidades. La novela viene a ser en realidad el relato y la descripción de un proceso de voladura de los sueños: el londinense, el de la amistad eterna, el de las relaciones sexuales plenas, el del éxito vital y profesional que Rita identifica con el de una hermana que ha triunfado en el mundillo de la edición…
La clave generacional es definitiva en la novela, como lo es también la del costumbrismo urbano, la de las frustraciones, la de la amistad con el otro sexo, que encarna el personaje de Marek, un muchacho que trabaja en el mismo bar que Rita, o la de una hermandad femenina que queda rota por las dependencias enfermizas o los celos. Y, sin ninguna duda, el gran acierto del libro es la desbordante 'sinceridad milenial' para abordar temas que podrían ser más incómodos y la naturalidad y la desinhibición del estilo literario que hacen de éste un debut más que digno en el género.
César Coca
El catálogo BWV, que sistematiza las obras de Johann Sebastian Bach, recoge más de 1.100 obras y continuará pues siguen descubriéndose partituras que se le atribuyen. Lógico si se piensa que en algún momento han llegado a darse por perdidas más de 200 de cuya creación existen testimonios más o menos fiables. El musicólogo Christoph Wolff, gran conocedor de la obra del compositor de Eisenach, bucea en algunas de sus colecciones más importantes, explica las obras y las relaciona con aspectos de la biografía de Bach. No con la parte vital (rutinaria más allá de la muerte de su primera esposa y la de algunos de sus hijos) sino con la profesional: con sus obligaciones en Santo Tomás de Leipzig igual que antes en Cöthen y en Weimar.
Wolff comienza por el momento de su muerte, cuando el legado musical se divide en diez partes: nueve para los hijos y una para la viuda. Como quiera que de muchas obras no había más que los manuscritos, su pervivencia a lo largo del tiempo dependió de lo que hicieron esos descendientes con ellos. A partir de ahí, el autor de este descomunal trabajo (por la profundidad del mismo, por sus dimensiones, por su ambición) se detiene en las Pasiones, las obras para teclado, los corales, los conciertos, así hasta completar un examen exhaustivo de sus obras principales. Con una conclusión seguramente sabida pero no por ello menos necesaria: Bach cambió el rumbo de la música.
J. Ernesto Ayala-Dip
La ficción policiaca ha creado protagonistas de tal entidad que difícilmente se escapan de nuestra vida real. (Mario Vargas Llosa tenía una teoría sobre esta cuestión, la de la realidad, que dividía entre realidad real y ficticia, insinuando que la ficción no está tan alejada de la realidad). Cómo no va a estar incorporado a nuestra propia existencia el comisario Maigret, por citar solo un ejemplo universal. Hoy reseño 'Los muertos de Jericó', de ese escritor que un día confundí con el otro Dexter, Pete.
Gracias a Colin Dexter yo incorporé a mi vida a su ínclito inspector Morse, como ese amigo que ves poco pero siempre necesitas ver. Lo incluí porque envidio su intuición, pero también es fiel a los autores que he leído y algunas veces también releo. Morse trabaja en la policía metropolitana de Londres y como era de esperar tiene un ayudante, Lewis, en sus antípodas, pero muy eficaz. (El origen de las parejas de policías, en la novela y en el cine, tan opuestos en sus maneras y caracteres, está inspirado en la célebre y universal pareja que conformaron el Quijote y Sancho Panza).
Es importante consignar que este autor inglés es el creador de una escuela de novela de misterio: el 'whodunit', donde el lector «investiga» junto a los héroes del relato. Lo que saben los detectives de Dexter también lo saben los lectores, aunque a veces los lectores saben más. Por ejemplo, en esta novela hay un momento en el que sabemos algo muy importante que ignoran Morse y su ayudante.
Todo comienza en una fiesta muy selecta a la que ha sido invitado nuestro Morse. Allí conoce a Anne Scott, una guapa mujer de la que Morse queda prendado, como a veces suele sucederle. Toda esta historia ocurre en Jericó, no el de Jerusalén sino el barrio de Londres con ese nombre. A las pocas horas, se encuentra el cuerpo de la señorita Scott. Todo apunta a un suicidio. En realidad se llega a esa conclusión, que comparten Morse y Lewis. En los siguientes días aparece muerto otro integrante de la trama. La diferencia con otros títulos del mismo autor estriba que en este Morse podría aparecer como sospechoso de algo turbio. Los lectores sabemos que no es cierto, pero los otros personajes, incluidos algunos policías, llegan a sospecharlo.
Al final todo tiene una explicación. Pero por encima de esta circunstancia, nos quedamos con el Morse de siempre: además de piadoso, en la línea del comisario Maigret, melómano (en esta novela escucha el Concierto número 21 para piano de Mozart, en la antológica versión de Daniel Barenboim), empecinado lector de Rudyard Kipling y los relatos de Franz Kafka. Otro ejemplo de la cultura literaria de Colin Dexter es que cada capítulo de 'Los muertos de Jericó' está precedido de una cita literaria, como anticipándonos el tono o la naturaleza de lo que nos contará. Entretenimiento y calidad literaria asegurados.
Pablo Martínez Zarracina
Estados Unidos es el país más rico del mundo y el que tiene un mayor índice de pobreza entre las democracias avanzadas. Solo la economía de California es mayor que la de todo Canadá y, sin embargo, en Canadá la proporción de pobres es muy inferior a la de Estados Unidos. Escenas de miseria que se dirían propias del Tercer Mundo forman parte de la cotidianidad americana. Sobre esta paradoja construye Matthew Desmond este ensayo directo, documentado y veloz que comienza apuntalando una sólida base fáctica para avanzar de un modo llamativo hacia el manifiesto. En su prólogo, Desmond advierte de que no va a escribir otro libro sobre la pobreza describiendo las vidas de quienes la sufren sino intentando entender por qué un país rico tiene tantos ciudadanos pobres para buscar a continuación el modo de solucionarlo. El autor asume que este paso es infrecuente en un ensayo de esta naturaleza, pero su libro aspira a la intervención. «Enrocarse en la complejidad es con frecuencia un reflejo de nuestra posición social más que una muestra de inteligencia crítica», escribe Desmond. No es infrecuente que su prosa sobria, tensa y al servicio de las ideas recuerde a la de Orwell.
La mezcla de complejidad y dispendio que caracteriza al sistema de ayudas públicas, la trampa financiera de los descubiertos en cuenta y los créditos rápidos, la imposibilidad de acceder a la vivienda y la segregación como forma de explotación son algunos de los asuntos que Desmond describe en la primera parte del libro. Lo hace combinando los datos con historias personales que resultan de una gran viveza pero están muy dosificadas. Se diría que no se trata de que el libro incurra en la inercia de los casos particulares ni tenga en el fondo otro rostro que el del propio lector. El autor avanza así hacia su propuesta, que apunta hacia lo que podría parecer un elemento colateral del problema: son los ciudadanos que no son pobres, aunque se sientan cada vez más inseguros en su prosperidad, los que deben derribar el muro. Eso implica cosas como terminar con la «exasperante paradoja» de que quienes disfrutan de las exenciones fiscales que suponen el principal «gasto invisible» del Estado piensen que el Estado no hace nada por ellos y quieran reducir su tamaño. O que el ciudadano que accede a la vivienda en propiedad deje de sentirse amenazado cuando se intentan proyectar viviendas sociales en su vecindario. «La prosperidad sin pobreza sería algo diferente», escribe Desmond en las páginas directamente de combate que completan un ensayo inteligente, sólido y vibrante. «Una nación empeñada en acabar con la pobreza es una nación verdadera y obsesivamente comprometida con la libertad».
Gerardo Elorriaga
No es necesario sumergirse en aguas tropicales para descubrir restos de pecios rebosantes de riquezas. En algún lugar de la ría de Vigo y alrededores reposa un galeón llegado de América. El sorprendente y real punto de partida anima la última novela de María Oruña, una historia que se desarrolla entre el siglo XVIII y la actualidad, el género de aventuras y el 'thriller' contemporáneo. 'El albatros negro' es una rareza dentro de la avalancha de títulos del género policíaco. Su ambición y complejidad lo conducen hasta otro nivel.
Las playas de España están repletas de cadáveres que deposita la marea y los buscadores de setas suelen descubrir víctimas de asesinatos rituales en la espesura del bosque. El 'domestic noir' ha convertido nuestro territorio en un mapa del crimen. La autora se aparta de este rígido esquema para urdir un misterio que recuerda obras de los grandes del 'best seller' internacional o trabajos más cercanos como 'La tabla de Flandes' de Arturo Pérez Reverte. El libro es una invitación a jugar, tanto a descubrir un tesoro como, sobre todo, a adivinar la manera en la que las dos tramas convergerán. Hay solvencia en el ritmo, complejo ante la concurrencia de numerosos personajes, y apariencia de verosimilitud. Oruña no se deja seducir por la tentación documental, que a veces lastra las narraciones de la novela histórica, ni la artificiosidad 'high tech'. El resultado es literatura escapista, sí, pero de una factura muy notable.
Elena Sierra
Lo que comienza como una noche de fiesta en la Gernika de abril de 1987 -en conmemoración por el 50º aniversario del bombardeo- acaba convertido en drama, al menos para el personaje de Iñaki, a raíz de ese cadáver que se encuentra junto a su coche y que le va a dar muchos problemas. Y con ese muerto, la trama tendrá que desdoblarse en dos. Porque desde 1987 el autor de 'Gernika, día de mercado' viaja hasta 1937 y al relato de todo lo que ocurrió antes, durante y después del primer bombardeo masivo sobre población civil de la Historia; y de una trama de investigación -no policial, que los personajes no tienen mucha fe en la Ertzaintza- pasa a una histórica. Mantzizidor intenta ser fiel a la documentación, reunir distintos casos en una sola familia, seguir paso a paso el avance y el retroceso de las tropas y las tragedias personales, al tiempo que, de vuelta en 1987, tiene que resolver un asesinato que hunde sus raíces en ese pasado.
Los personajes de 1987 son herederos de todo aquello aun sin saberlo. Y ese desconocimiento, esa ignorancia, están muy bien contadas en una novela que se empapa del ambiente de las épocas que narra. Los lectores han de hacer el recorrido con ellos y sorprenderse por cómo se toman las decisiones, cómo se construyen las mentiras colectivas -durante mucho tiempo se dijo que los vencidos habían quemado la localidad al tener que abandonarla- cuánto dolor se genera en unas horas.
Borja Crespo
Dentro de la oleada creativa de autoras de cómic destacan artistas emergentes como la dibujante catalana Nadia Hafid, responsable de 'Chacales', que presenta 'Mal olor' en una edición en castellano apadrinada por Apa Apa Cómics. La obra ganó el III Premio Finestres de cómic en catalán el año pasado. Visualmente arrebatadora, esta sugestiva propuesta apenas aporta diálogos; la imagen es lo importante, mostrando una narrativa que se apoya en los silencios y genera una curiosa atmósfera. La protagonista trabaja en una empresa tan aparentemente moderna como alienante. El tiempo pasa insondable en una oficina fría y aséptica donde la relación con sus compañeras es igualmente heladora. El signo de los tiempos.
'Mal olor' habla de vivir para trabajar o trabajar para vivir, uno de los grandes dilemas de nuestra existencia. Hafid firma un cómic que arremete contra la idea extendida de que una buena compañía es aquella que trata a sus colaboradores como una familia, generando un ambiente de equilibrio y cortesía que es pura fachada. El objetivo es que el personal trabaje más de la cuenta, que su entrega sea máxima y el nivel de producción no cese. Los problemas irrumpen en escena cuando un extraño y pestilente olor se va adueñando del centro de trabajo, un lugar de ensueño que esconde algo oscuro. El aparente entorno idílico no deja de ser un espejismo. Un cómic con buen fondo y una forma personal y rupturista.
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