Joven de provincias busca
el personaje ·
Emma Bovary es una ambivalente heroína moderna lanzada contra la moral del Segundo ImperioNo es habitual que sepamos el día en el que una obra maestra comenzó a escribirse. Sin embargo, Flaubert dejó en su correspondencia un diario ... paralelo sobre 'Madame Bovary'. «Empecé ayer por la noche. Entreveo ahora dificultades de estilo que me espantan», leemos en una carta a Louise Colet del 20 de septiembre de 1851. Casi un año después, Flaubert ya parecía intuir que avanzaba en la dirección adecuada, que tenía que ver con la revelación de una verdad oculta: «Si mi libro es bueno, acariciará dulcemente muchas llagas femeninas. Más de una sonreirá al reconocerse. Habré conocido vuestros dolores, pobres almas oscuras, húmedas de oculta melancolía, como vuestros patios traseros de provincia con sus tapias llenas de musgo».
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La dueña de esa pobre alma oscura es Emma Bovary, de soltera Roualt, encantadora joven de provincias educada con las ursulinas y casada con un médico rural, Charles Bovary, cuya conversación Flaubert compara con la acera de una calle por la que subiesen y bajasen las ideas más comunes vestidas, además, de diario. Dueña de un espíritu apasionado, Emma se siente atrapada en una vida burguesa y respetable. Al final de la primera parte de la novela, se describe una comida en el hogar de los Bovary en la que las puertas chirrían, las paredes rezuman y a la joven esposa, con los vapores de la sopa, le suben desde el alma «bocanadas de hastío». Es curioso, la sopa funciona en 'Madame Bovary' como la antimagdalena proustiana: transmite la esencia del desencanto.
Como apunta Mario Vargas Llosa en 'La orgía perpetua', la clave de la personalidad de Emma Bovary no está tanto en la confusión entre el deseo y la realidad como en la energía que la empuja hacia el deseo. La protagonista no solo considera una desgracia que en su vida no haya grandes bailes, hombres sofisticados y pasiones huracanadas, sino que lo considera una injusticia. La audacia de Flaubert tiene que ver con afrontar el escándalo y desvelar lo que la época, el Segundo Imperio napoléonico, se oculta a sí misma: la insatisfacción de una mujer que encuentra insuficiente y falso lo que la sociedad considera intachable.
Pero hay en la novela un paso más allá que redobla su modernidad. Consiste en detallar fríamente la potencia destructiva del ideal. Tras mantener dos relacionas adúlteras que comienzan siendo la concreción del sueño y terminan siendo una pesadilla distinta pero igualmente vulgar, Emma Bovary se suicida e incluso a esa muerte le aplica Flaubert una exactitud forense. La muerte nunca es romántica. En el entierro de la heroína, hasta su marido, siempre un perfecto idiota pero ahora uno roto de dolor, experimenta «la vaga satisfacción de haber terminado».
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El tamaño de Emma Bovary como personaje literario es tan grande que interpela directamente a Don Quijote. Flaubert reconoció que su idea inicial era llevar el quijotismo sentimental «hasta los últimos estados del misticismo y la pasión soñada». Como el hidalgo, Emma tiene la cabeza llena de fantasías. El capítulo sexto de la novela describe sus lecturas (bastante más serias de lo que suele recordarse) y son los libros los que la unen en principio con Leon, uno de sus amantes. En sus clases sobre Flaubert, Nabokov subrayaba el dato con intención: «Lo importante es que ella es una mala lectora. Lee los libros emocionalmente, a la manera superficial de los jóvenes, poniéndose en lugar de esta o aquella heroína». La gran diferencia entre Emma y Alonso Quijano es que, estando ambos sometidos a la mirada de un narrador irónico, ella no está hecha con materiales nobles, sino con contradictorio material humano. Por eso el lector de 'Madame Bovary' no solo la entiende, la admira, la acompaña o la compadece, sino que también, constantemente, la cuestiona.
«Si mi libro es bueno, acariciará dulcemente muchas llagas femeninas», escribió Flaubert en su diario
Huella en Tolstoi y Clarín
Con esa ambivalencia moderna y su innegable fuerza trágica, Emma Bovary anticipa a otros dos grandes personajes femeninos de la novela del XIX: Anna Karenina y Ana Ozores, la protagonista de 'La Regenta'. No termina de saberse a ciencia cierta si Tolstoi leyó a Flaubert, pero no parece probable que no lo hiciese. Ambos tenían un amigo común que era un lector entregado de los dos: Turguénev. Y Tolstoi viajó a París en febrero de 1857, cuando 'Madame Bovary' ya había aparecido por entregas en 'La Revue de Paris' y había sido juzgada por ultraje a la moral pública y las buenas costumbres. En cuanto a Clarín, escribió numerosos artículos sobre Flaubert. 'Madame Bovary' le parecía «la obra maestra de la novela en que se estudia un carácter, no en análisis abstracto, (…) sino en sus relaciones con el mundo que solicita sus pasiones».
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En cuanto a la inspiración real de Emma Bovary, cansado de hipótesis e identificaciones Flaubert terminó asegurando que su personaje no tenía «nada de real». A ese respecto, hay que recordar que la frase inmortal, «Madame Bovary soy yo», es tan solo una atribución de una amiga del escritor que recogió René Descharnes, uno de los primeros estudiosos de la obra del francés. Dispuesto a ser nuestro contemporáneo hasta el final, Flaubert terminó bastante harto de su personaje más exitoso. A partir de 1858, los comentarios que le dedica en sus cartas a su heroína son cada vez más exasperados. «Ya se ha hablado bastante de la Bovary, empieza a hartarme». «La Bovary me aburre. Me tienen harto con ese libro. Todo lo que he escrito después no existe». «Ya no puedo oír que me la mencionen. Su solo nombre me exaspera. Como si yo no hubiera escrito otra cosa».
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