Jazz en Laponia

El trabajo de este dúo de artistas huye del paisajismo al uso. Ella reconoce que la naturaleza es tan poderosa que resulta difícil sustraerse a sus constantes cambios, pero su propósito es trasmitir una experiencia que no se reduce al plano simplemente visual. «No se trata de una pintura naturalista, sino emocional, no queremos ser literales», aduce su compañero. «Pintamos de una manera que no es convencional».

Cierta fantasmagoría recorre su políptico, pieza central de la muestra. La obra desarrolla una narrativa no lineal en la que converge el ámbito real, formado por la vegetación, y elementos de la vida cotidiana, con referencia a otra dimensión. La composición recurre a formas que se densifican progresivamente hasta estallar en último término. «Los individuos somos seres complejos y, en función del contexto en el que nos situemos, aparecen diferentes partes de nosotros y siempre que nos analizamos llegamos un plano de misterio. En Laponia, las grandes superficies, las distancias y el silencio, te vuelven más sensible, te abren el alma».

Hay ecos estéticos aparentemente 'naif' y otros de carácter expresionista en sus lienzos. «No somos Gauguin en tierra exótica, tenemos raíces urbanas, un bagaje académico, y la historia del arte está muy presente». La mutua confianza explica una trayectoria conjunta, tan sólida que impide distinguir la mano de uno y de otro. «No sabemos hacia dónde vamos», confiesan. «Somos como músicos de jazz improvisando y la canción va surgiendo».