Inspiración a pie de calle
Ruta literaria. ·
Del Bilbao de Aresti quedan pocos escenarios reconocibles, pero la ciudad dejó huella en una obra que «rompe el idilio del euskera con el ambiente rural»Secciones
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Ruta literaria. ·
Del Bilbao de Aresti quedan pocos escenarios reconocibles, pero la ciudad dejó huella en una obra que «rompe el idilio del euskera con el ambiente rural»Para asomarse al Bilbao de Gabriel Aresti hay que imaginar el paisaje que veía desde el sexto piso del número 2 de Barroeta Aldamar, pintado ... en distintos tonos de gris y sombreado por el humo. Lo que hoy es un rincón apacible del centro urbano era en su infancia una zona portuaria cercana a la Aduana y el Depósito Franco, con un continuo trasiego de trabajadores que acarreaban mercancías. Este portal, señalado por una placa, es el punto de partida de una ruta literaria que deja dos evidencias: lo mucho que ha cambiado la ciudad y lo profundamente arraigada que está en su obra.
Ya no existen las escuelas de Berástegui donde estudió Gabriel, el mediano de tres hermanos, en los años más oscuros del franquismo. «Tenían que hacer desfiles pseudomilitares», cuenta Xabier Monasterio, escritor, traductor, editor y miembro de la asociación Gabriel Aresti Kultura Elkartea, que organiza visitas guiadas en su memoria. También Karmelo Landa ('Bilbon dabil Gabriel Aresti' y Seve Calleja ('Gabriel Aresti: Una biografía de Bilbao') han publicado libros que siguen sus pasos por la ciudad.
En el solar que ocupaba su colegio se alza el Palacio de Justicia. El café La Concordia donde conoció a Blas de Otero en una tertulia -fue el padrino de su tercera hija, Andere- es ahora un bingo, y Euskaltzaindia se ha trasladado de la calle Ribera a la Plaza Nueva. Pero el Bilbao que sufrió y disfrutó sigue latiendo en poemas como el que dedicó a sus calles, «batzuk artezak, gehienak zeiharrak» (algunas rectas, las más torcidas). Y es parte de la esencia de una obra que «corta el idilio del euskera con el ambiente rural. Rompe con esa estampa, cuando otros autores le habían dado la espalda a la cludad».
Monasterio se detiene en los jardines de Albia, frente a lo que fue su escuela, y recuerda que aquel chaval inteligente, con una facilidad excepcional para los idiomas, «se desconectó» cuanto pudo. «Empezó a leer por su cuenta. Iba con su hermano a la Biblioteca de la Diputación. Sus padres les reprochaban que leían mucho por las noches, y eso era un gasto», cuenta. En su casa no se hablaba euskera, «su padre lo sabía pero no lo transmitió». A los doce años «oyó a una portera hablar en una lengua que no entendía y preguntó, le dijeron que estaba prohibido». Corría el año 1945.
Compró una gramática «purista» de Pablo Zamarripa y se la estudió. Un día de playa en Deba se dio un baño de realidad: «Fue a hablar con un camarero y le contestó: 'lo siento, no sabemos alemán'. Se dio cuenta de que tenía que acercarse al euskera de la gente» y al mismo tiempo se interesó por los clásicos. Cuando hizo el servicio militar en los cuarteles de Garellano, otro escenario que ha desaparecido, «le tocó enseñar inglés a algunos oficiales y castellano a los euskaldunes. Seguro que aprendió mucho de ellos».
Lo que sigue en pie es la Escuela de Altos Estudios Mercantiles de Bilbao, que conserva ese rótulo en la fachada aunque hoy está integrada en la Facultad de Economía y Empresa de la EHU. En el centro de la calle Elcano, donde también estudió Miguel Delibes, sacó el título de Perito Mercantil. Aunque su trabajo estaba en las oficinas, nunca olvidó a los operarios que de niño veía pasar ante su ventana. Como «Anton eta Gilen», protagonistas de 'Zorrotzako portuan aldarrika' (Gritando en el muelle de Zorroza), que termina diciendo «beti paratuko naiz/gizonaren alde» (Siempre me pondré del lado del hombre).
En el muelle de Zorroza encontró su primer trabajo, en la Compañía Vasco-Africana. Cambió varias veces de empresa, buscando ocupaciones que le permitieran mantener a su familia y le dejaran tiempo para escribir. A su mujer, Meli Esteban, la conoció en los bailes del Club Deportivo. Se casaron en la Iglesia de la Inmaculada de Basurto, que se había inaugurado pocos años antes, y vivieron un tiempo en la casa familiar de Barroeta Aldamar. Luego se mudaron a Basurto y a Irala.
Frente al Ayuntamiento, junto a la 'Variante ovoide de la desocupación de la esfera', Monasterio recuerda su amistad con Oteiza, a quien dedicó el largo poema 'Q' de 'Harri eta herri'. «Aresti y él se conocen bien, se analizan el uno al otro y se critican desde el respeto», explica. «Le defendió en la polémica de los apóstoles» de la basílica de Arantzazu. Continúa la ruta por el Casco Viejo y se detiene ante la fachada del frontón, con una placa que advierte que «askaotik sendejara/ bilbaon/ esperanza /oso mehar, ilun eta laburra/ da». (De Askao a Sendeja, en Bilbao la esperanza es muy estrecha, oscura y corta). En el monolito del parque de Doña Casilda instalado en 1985 por la agrupación Mintza Barullo quedaron escritos otros versos que son «un testimonio de vida».
La ciudad de Gabriel Aresti ha ido creciendo con recuerdos y homenajes. Una calle, un instituto, un euskaltegi, un premio literario, una cátedra universitaria. «Escribía en Bilbao y desde Bilbao, pero su obra es una interpretación del mundo», recalca Xabier Monasterio. «Le pasó lo mejor que le puede pasar a un autor, ser un clásico en vida, que la gente cantara sus poesías y llegara a olvidar que eran suyas. Oskorri hizo una labor inmensa en ese sentido». Un día estaba tomando un café en Ea -donde vivió los dos últimos años, ya enfermo- «y vio a un grupo de jóvenes cantando con una guitarra. Ellos no sabían que Gabriel Aresti estaba allí y él no sabía que habían puesto música a esos versos».
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