El hambre de los fantasmas
El latido cultural ·
'Un lugar soleado para gente sombría' es el nuevo libro de relatos de terror de la inquietante escritora Mariana EnríquezDescubrí a Mariana Enriquez por dos volúmenes de cuentos que publicó Anagrama en 2016. Se titulan 'Las cosas que perdimos en el fuego' y 'Los ... peligros de fumar en la cama'. De un autor que todavía no he leído, me gusta la señal previa, antes de recorrer sus páginas, de que los títulos que ha escogido sean sugerentes o enigmáticos, y mejor aún si además son hermosos, como sucede con 'Un lugar soleado para gente sombría'.
'El desentierro de la angelita', que fue el primer cuento que leí de Enriquez, el que abre 'Los peligros de fumar en la cama', me reveló que me encontraba ante una escritora con una mirada de reojo muy personal, que combinaba ese cóctel tan peligroso que es aunar horror (más bien terror) con humor, que según el también argentino Guillermo Saccomano son hermanos incestuosos. Cuando sale bien, ese maridaje resulta perturbador y de una malsana (lo digo como elogio) comicidad negra. Y cuando se va de las manos, lo cual es fácil que suceda, arde en el fuego grotesco del gran guiñol y se convierte en algo ridículo. A Mariana Enriquez le salía muy bien la historia de ese diminuto fantasma medio pútrido que convive con la narradora y la acompaña a todas partes. Es un tema que se repite en más de un cuento de Enriquez, el de los fantasmas que nos acompañan en la vida cotidiana hasta convertirse en costumbre admitida. De la angelita dice: «Se había muerto a los pocos meses de nacida, entre fiebres y diarrea. Como era angelita, la sentaron sobre una mesa adornada con flores, […] Le hicieron alitas de cartón para que subiera al cielo más rápido».
De los registros de terror con que juega a darnos miedo Mariana, y lo consigue (eso es algo que siempre me ha parecido muy difícil: causar miedo por escrito), el que más me gusta y empavorece es el de fantasmas. Sin menospreciar un cuento como 'El cementerio de heladeras', cuya espléndida idea literaria se apoya en lo que se esconde dentro de los frigoríficos abandonados, sin baldas interiores para que quepa un cuerpo o lo que sea, también de 'Un lugar soleado' los cuentos que prefiero son los de fantasmas, por encima de los de abominaciones a veces más cercanas a lo monstruoso casquero, aunque siempre enriquecido con un rasgo de originalidad aberrante. En ese sentido, 'Mis muertos tristes', un relato de fantasmas intranquilos que se aparecen en un barrio deprimido y dominado por la delincuencia del desarbolado Buenos Aires actual, es muy bueno. La protagonista tiene la facultad de ver a los fantasmas del barrio y de calmarlos cuando se angustian por su condición de vagabundos de ultratumba condenados a las repeticiones. Entre ellos su propia madre, que viene con frecuencia a su casa. Es formidable el retrato de las tres fantasmas adolescentes. Son tres chicas de quince años a las que acribillan a balazos, por venganza vicaria entre bandas de narcos, cuando vuelven de fiesta. Ya degeneradas en fantasmas, las chicas siguen andando por el barrio, vocingleras, alborotadas y las tres muy juntas para hacerse selfis. Por esas fotos descubren que están llenas de balazos (una con la cara destrozada) y que su joven carne comienza a mostrar signos de corrupción. Se horrorizan, se ponen histéricas y lloran desesperadas por los descubrimientos de estar muertas y de su fantasmagoría.
«Los fantasmas siempre tienen hambre.» Qué inquietante me resulta esa cita de P.D. Jameson que utiliza Peter Straub como epígrafe de su novela 'Fantasmas', de 1981. Esa frase transmite la idea de un castigo de ultratumba: una especie de constante voracidad insatisfecha que padece el espectro mientras deambula perdido entre los vivos. Quizá Jameson se refiere al hambre como alegoría de una pretensión ominosa del fantasma, pero a mí me da más miedo si la entiendo como hambre real por inanición que el fantasma está condenado a sentir porque no la puede saciar.
Me gustan los buenos (en el sentido de conseguidos) fantasmas en literatura. Nunca he olvidado el fascinador vaho de aire enrarecido que me insufló esa obra maestra, cuya sutileza incrementa las sugerencias de lo aterrador, que es 'La vuelta de tuerca', de Henry James. El canon ortodoxo de lo fantástico establece que el fantasma se aparece a los vivos para darles miedo. Me gusta más lo contrapuesto, el otro lado del espejo, de que es el fantasma quien padece el miedo por su entidad de espectro y la condena a una insondable soledad.
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