Doce notas, cien años
Revolución estética ·
Se cumple un siglo desde que Arnold Schoenberg hiciera público un nuevo lenguaje musical, el dodecafonismoEl año 1923 fue el más importante en la vida del compositor vienés Arnold Schoenberg (todavía Arnold Schönberg, adoptaría la nueva grafía de su nombre ... en 1934, tras instalarse en EE UU): ese año murió su primera esposa, la hermana de su gran amigo Zemlinsky, y haría público su método para componer con doce notas: el dodecafonismo. Ese nuevo lenguaje musical estaba llamado a ser una de las grandes revoluciones estéticas del siglo aunque la rigidez de la propuesta, su dificultad y las resistencias de no pocos intérpretes y compositores haya limitado mucho su impacto cien años después. Pero la propuesta de Schoenberg es, en cualquier caso, un hito, una página muy notable en la Historia de la Cultura.
Simplificando, el dodecafonismo consiste en utilizar los doce sonidos de la escala cromática completa sin que ninguno pueda repetirse mientras no hayan sonado los demás. Todos aparecen con la misma frecuencia y no existe ninguna nota dominante. Es decir, desaparece la nota en torno a la cual se estructura una pieza en el lenguaje de la tonalidad que se había utilizado hasta ese momento de forma mayoritaria en la música occidental.
Ningún avance, ninguna innovación, surge de la nada. Ya algunos compositores se habían movido con soltura desde finales del siglo XIX en los límites mismos de la tonalidad: Scriabin, Bartók, incluso Stravinski, estaban ahí. Un oscuro compositor y teórico austriaco llamado Josef Matthias Hauer ya había lanzado una propuesta para componer dejando a un lado la tonalidad. Pero fue Schoenberg quien perfeccionó y desarrolló el nuevo lenguaje. Y en 1923 lo fue presentando a la sociedad musical vienesa con la ayuda de sus dos principales discípulos: Alban Berg y Anton Webern. El año siguiente publicó la 'Suite para piano' op. 25, considerada la primera obra completamente dodecafónica.
A partir de ahí llegó la resistencia de muchos, que o bien no entendían el nuevo lenguaje o lo tachaban de frío e intelectual, incapaz de transmitir emociones con la misma intensidad que la música tonal. Llegaron también los seguidores, seducidos por la renovación de una disciplina que con el postromanticismo había llegado a unos extremos en los que cualquier evolución parecía imposible. Estos seguidores forman una cadena cuyos eslabones más reconocibles son Messiaen, Boulez, Krenek, Nono, Berio y Stockhausen.
Rechazo del público
¿Qué balance puede hacerse de su influencia un siglo después de su presentación en público? «El dodecafonismo planteó el fin de la tonalidad para siempre. Cien años después sabemos que no pudieron con ella. Lo que pareció el futuro de la composición, hoy permanece como una técnica compositiva de la Historia de la Música propia de las vanguardias artísticas rompedoras de aquellos años», sostiene la musicóloga Patricia Sojo. «Era una forma de ordenar la música atonal que luego cada uno aplicó a su manera», añade el compositor y profesor Gabriel Erkoreka. Para él, el callejón sin salida en el que parecía perdida la música tonal fue también el destino de la atonal cuando «en los años cincuenta se serializaron otros aspectos y se llegó casi a un camino sin retorno».
Desde hace décadas, los compositores se dividen entre quienes continúan la ruta abierta por las vanguardias y quienes han vuelto sus ojos a la tradición, convenientemente renovada, para no alejarse del público. Porque un efecto indiscutible del dodecafonismoha sido el rechazo de una parte no menor de los aficionados, que no entienden esas obras o ,aun reconociendo su valor artístico, sienten que no les toca el alma.
«Ha quedado como una técnica más», explica Erkoreka. «Ahora se compone con herramientas nuevas y se echa mano de ese lenguaje, pero de una forma mucho menos rígida. Y desde luego no se componen grandes obras dodecafónicas». Sojo coincide plenamente. Cuando se hace es de forma mucho más flexible que la definida por Schoenberg. «Sin embargo, la música serial todavía parece 'atrangantarse' más en las gargantas del público. Quizá sea porque escuchar música requiere de unos minutos de concentración, de interés, de paciencia… algo que sigue resultando tan arduo como hace cien años».
Es la razón por la que fuera de la música escrita para salas de conciertos y de cámara y teatros líricos no hay apenas la menor huella de este lenguaje. En la música popular hay que buscar con lupa alguna influencia. «Salvo en un cierto jazz experimental, no ha tenido impacto alguno», dice Erkoreka. Encuentra pasajes asimilables en ciertos fragmentos de música para el cine, como «cuando se usan disonancias para preparar una escena de terror».
El lenguaje de las doce notas sigue ahí, pero a sus cien años se le notan y mucho los surcos en el rostro, mientras la tonalidad ha renacido y mira al futuro con vitalidad. Eso sí, nadie podrá negar a la creación de Schoenberg que fue un extraordinario revulsivo que además dio lugar a uno de los debates más interesantes de la vida musical del siglo XX.
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