La ciudad que ya no está
Comic ·
Julia Wertz describe con afecto y humor parajes neoyorquinos que embellece lo ya desusado o a punto de desaparecerjuan manuel díaz de guereñu
Viernes, 19 de junio 2020, 20:28
Julia Wertz (San Francisco, 1982) se define como dibujante profesional, historiadora aficionada y exploradora urbana. Aclara esta profusa tarjeta de presentación su libro 'Barrios, bloques y basura', que edita en español Errata naturae, muy certeramente subtitulado 'Una historia ilustrada y poco convencional de Nueva York'.
Wertz ha firmado historietas recopiladas en media docena de volúmenes, de los que hasta el momento teníamos como única muestra traducida 'Whisky y Nueva York' (2013). Sus cómics, como los de muchos autores no comerciales, tienen contenido autobiográfico. Relatan sus problemas crónicos de salud (cuando tenía veinte años le diagnosticaron lupus), su dependencia del alcohol, sus filias y fobias, con aparente franqueza y un humor despiadado.
'Barrios, bloques y basura' es poco convencional en las formas porque no se ajusta a lo que suele ser un libro de historietas o uno ilustrado. La obra contiene páginas organizadas en viñetas, aunque la mayor parte la ocupan ilustraciones y textos combinados en proporciones variadas. Y es poco convencional en su contenido porque no se atiene a lo que suelen tratar los libros de Historia.
La integran 55 piezas breves, anteriormente publicadas en 'The New Yorker' y otras revistas, aderezadas con prólogos, bibliografía y demás aditamentos usuales. Abordan, cada una a su modo, aspectos de la ciudad seleccionados al antojo personal de la autora, que compone con ellos una visión insólita de la gran urbe norteamericana.
El lector recorre una nómina de asuntos tan inesperada como estimulante. Wertz rememora episodios gloriosos de Nueva York, como sus modos de recoger las basuras o no, la guerra contra las máquinas de 'pinball', la construcción del metro o los envíos del correo por tubos neumáticos; dibuja exteriores de boticas, clubs nocturnos, estancos, librerías y otros comercios, así como bocas del metro singulares o portales con estilo; traza planos de apartamentos más o menos lujosos y del que ella habitó durante diez años en la ciudad; recuerda las vidas y hazañas de neoyorquinas ilustres: una abortista acaudalada, una periodista intrépida, una cocinera que contagiaba el tifus o una asesina en serie.
La lógica que reúne tal selección de temas es la de la curiosidad personal de la autora. Wertz confiesa su afición a dar largos paseos deambulando sin rumbo o con él por calles y callejas. Los completa además con expediciones de exploración urbana, en las que visita edificios y solares abandonados, buscando despojos de la actividad humana que ya no los ocupa. «Dedico mis paseos por la Nueva York de hoy a buscar vestigios de la Nueva York del pasado», explica. Ponerse a la tarea de dibujar dichos vestigios definió su visión de la ciudad y despertó su amor por ella y por la historia de las actividades humanas que la moldean desde siempre.
De Nueva York a California
Wertz concluyó su libro lejos de la ciudad. En 2016 fue desahuciada del apartamento que había alquilado durante diez años y, como tantas otras víctimas de la especulación inmobiliaria, hubo de renunciar y regresó a su California natal. Allá, expulsada a miles de kilómetros de Nueva York, completó la obra, cuya mirada sobre la urbe perdida, salpicada de añoranzas, tinta así la nostalgia.
La mayor parte de 'Barrios, bloques y basura' la constituye el contraste entre imágenes de ayer y de hoy. Wertz dibuja cómo fue una calle hace décadas y cómo es hoy, cuando la contempla. Las ilustraciones, habitualmente a página entera, se enfrentan con el libro abierto. Las acompañan a veces textos explicativos desenfadados, aunque es más frecuente el lacónico rótulo que identifica la calle o cruce de calles y las fechas de los momentos contrastados. Entre las dos ilustraciones media pues la historia de la ciudad, la misma historia que transparentan vehículos, artefactos y comercios de aspecto trasnochado, a los que el abandono actual o la mera pervivencia invisten de belleza.
Las ilustraciones de Wertz son meticulosas descripciones de edificios en su paraje, que prestan atención a detalles arquitectónicos y a los aditamentos fugaces de enseñas, paneles publicitarios, farolas y mobiliario urbano, en calles siempre vacías, sin peatones ni vehículos, con la sola excepción de alguna bicicleta aparcada. Equivalen a primeros planos de la ciudad y de la huella del tiempo en ella. Quienes la habitan asoman en otras piezas; quien la observa y retrata, también.
Las contadas páginas estructuradas en viñetas o que utilizan recursos propios de una historieta por lo general introducen alguno de los asuntos mediante anécdotas o reflexiones personales. Las protagoniza la versión caricaturesca de sí misma que Wertz ha empleado en sus cómics autobiográficos, un monigote de aspecto aniñado y grandes ojos saltones, cuya factura expeditiva contrasta con el cuidado puesto en la pintura de los paisajes urbanos. Es un recurso funcional, aunque su cualidad de tal resulte manifiesta.
Misantropía
En una página colocada como prólogo y titulada 'Mi relación con Nueva York', Wertz se dibuja de paseo entre neoyorquinos, despotricando mentalmente de sus modos y costumbres, aunque de regreso en casa lo resuma todo como «otro maravilloso día en la ciudad». La misma protagonista repasa en otra página los tipos de contacto molesto que puede sufrir en el metro.
La autora no esconde, pues, la misantropía que aviva en su ánimo el convivir con sus vecinos en la urbe. Pero, en definitiva, sus ilustraciones de calles despobladas, comercios deshabitados y vehículos quietos celebran los rastros que contra el tiempo dejan en calles y edificios las actividades humanas, tan fugaces y disparatadas; evocan conmovidas e irónicas a quienes los habitaron.
La Nueva York insólita cuyas historias cuenta Julia Wertz con amor de paseante, minucia de historiadora y humor es la añorada ciudad que ya no está o apenas está, aquella en que ya nunca podrá vivir, pues no hay lejanía tan implacable como la que establece el tiempo que transcurre.