Antonio Machado contra los tópicos
Claves de su obra ·
Habló de lo que quiso sin temer que le encasillaran y lo dijo todo sobre EspañaProbablemente no exista un autor sobre el que no pesen las simplificaciones, los clichés, los tópicos a la hora de invocarlo, pero sobre Antonio Machado ... estos se han cernido de un modo especial. Uno de ellos es el del 'hombre bueno', del que tiene la culpa un sobeteado verso de su famoso 'Retrato', que acabó haciendo de él una suerte de santón laico y que desmienten sus años de vida bohemia, su juventud «harta de coplas y vino» o su enamoramiento, a los treinta y dos años, de una niña de trece con la que se terminó casando.
Otro de esos tópicos es el de un izquierdismo estereotipado al que han contribuido los últimos años de su biografía. Su identificación con la República y con el Frente Popular, así como su muerte en el exilio, han servido para trazar de él un retrato-robot de 'rojo de manual' que no es en absoluto exacto. Machado era un republicano moderado, educado en el humanismo krausista de la Institución Libre de Enseñanza, que acepta el homenaje que en 1929 le rinden a él y a su hermano Manuel el dictador Primo de Rivera y su hijo, el fundador de la Falange. Con sus propias palabras, hay en su venas «gotas de sangre jacobina», pero su verso «brota de manantial sereno».
Por otra parte, toda su poesía se halla plagada de invocaciones a Dios. Si bien ese hecho no responde a que abrazara ninguna confesión religiosa, nos indica que dicha cuestión ocupaba su conciencia de una forma obsesiva y nunca resuelta, que algunos estudiosos se han empeñado en liquidar como una prueba de declarado ateísmo. Lo cierto es que es difícil sacar esa conclusión atendiendo a las fuentes ideológicas de un poeta que fue, además, un gran pensador y que nos ha dejado muchas páginas de prosa de contenido filosófico. Ni el krausismo en el que se formó ni la masonería a la que se pudo acercar excluyen la existencia de la divinidad. El primero predicaba el panenteísmo y la segunda, la supervisión cósmica de un Gran Arquitecto del Universo.
El poeta que hablaba de Dios
Las invocaciones a la Suma Deidad en la obra de Machado son innumerables y reflejan de forma invariable una misma actitud problemática de búsqueda insatisfecha. Así ocurre en el conocido alejandrino del citado 'Retrato' -«quien habla solo espera hablar a Dios un día»- o en la cuarteta que cierra una de sus composiciones más célebres: «Anoche cuando dormía/ soñé, ¡bendita ilusión!,/que era Dios lo que tenía/ dentro de mi corazón». En esos versos, que pertenecen a la edición de 'Soledades, Galerías. Otros Poemas' de 1907, algunos críticos han visto un desarrollo de las tres vías místicas que exponía Teresa de Ávila en 'Las Moradas', lo cual no sería nada extraño dada la simpatía que el poeta mostró en repetidas ocasiones por la santa castellana. La propia guerra del 14 le llevó a experimentar un patético sentimiento de orfandad metafísica cuando, en el poema 'Los olivos', recorre en un carricoche el campo de Jaén y se topa con un convento: «Esta piedad erguida/ sobre este burgo sólido, sobre este basurero,/ esta casa de Dios, decid, ¡oh santos/ cañones de von Kluck, ¿qué guarda dentro?».
Pero quizá el poema que más deja traslucir la búsqueda de Dios, porque a esta se suma la querencia expresa, lo tenemos en la composición de 'Galerías' que se cierra con unos tintes inusualmente melodramáticos: «…así voy yo, borracho, melancólico,/ guitarrista lunático, poeta,/ y pobre hombre en sueños,/ siempre buscando a Dios entre la niebla».
El poeta que hablaba de España
Junto a la búsqueda de un Dios que nunca comparece, la otra referencia constante en la poesía de Machado es la de España. No hay un poeta que haya sabido invocar esa palabra con la emoción, el pudor, la sencillez, la hondura y el sentido civil con los que él supo hacerlo en sus versos. Y siempre con una mirada puesta en el futuro colectivo aunque conocedora de los vicios nacionales de su presente y su pasado. El poema titulado 'El mañana efímero' es quizá el más ilustrativo de esa doble mirada. Frente a «La España de charanga y pandereta,/ cerrado y sacristía,/ devota de Frascuelo y de María,/ de espíritu burlón y de alma quieta», él sueña con otra España que «nace, la España del cincel y de la maza, con esa eterna juventud que se hace/ del pasado macizo de la raza». El ideario político de Machado no era radical en absoluto y aparece en buena parte expuesto en la prosa filosófica, socrática, irónica y dialogante de su 'Juan de Mairena', ese libro impagable que reúne las clases de un apócrifo maestro de Retórica y Sofística.
Fue con un tono y un talante muy parecidos a los que usaba Mairena para dirigirse a sus imaginarios alumnos con los que Machado, su creador, se desmarcó del marxismo en su Discurso a las Juventudes Socialistas Unificadas en plena Guerra Civil: «Desde un punto de vista teórico, yo no soy marxista, no lo he sido nunca, es muy posible que no lo sea jamás. Mi pensamiento no ha seguido la ruta que desciende de Hegel a Carlos Marx. Tal vez porque soy demasiado romántico, por el influjo, acaso, de una educación demasiado idealista, me falta simpatía por la idea central del marxismo; me resisto a creer que el factor económico, cuya enorme importancia no desconozco, sea el más esencial de la vida humana y el gran motor de la historia».
El de Machado es un discurso de un humanismo liberal, social y pedagógico, popular e ilustrado, que tiene su maestro en Francisco Giner de los Ríos. El poema que escribe a la muerte de este, fechado en febrero de 1915, está impregnado de esa ideología profundamente cívica y de un amor a la Naturaleza que no era ni el del montañismo solipsista ni el del ecologismo deshumanizado sino el de la conversación y el paseo: «¡Oh, sí!, llevad, amigos/ su cuerpo a la montaña,/ a los azules montes/ del ancho Guadarrama. (…) Su corazón repose/ bajo una encina casta,/ en tierra de tomillos, donde juegan/ mariposas doradas…/ Allí el maestro un día/ soñaba un nuevo florecer de España».
Sentido musical
Otro de los lugares comunes que han circulado en torno a Machado es que sus versos son los de un poeta del siglo XIX por su carácter narrativo y figurativo, por su uso de la rima o de las demás convenciones formales y, en definitiva, por la distancia estética y semántica que le separa de las vanguardias. Sin embargo, es en su concepción de la poesía como «palabra en el tiempo» donde reside la paradoja de que sus poemas resulten tan susceptibles de ser memorizados mientras es difícil encontrar a quien recuerde solo unos versos de la mayoría de los autores del 27. La excepción la representaría García Lorca, que precisamente acusó la influencia machadiana en su primer 'Libro de poemas' y que usó esas reglas tradicionales en su 'Romancero gitano', en el 'Poema del cante jondo' y en los 'Sonetos del amor oscuro'.
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Antonio Machado y su hermano Manuel poseyeron un sentido musical del verso que no hallamos en otros poetas, lo cual tiene su explicación en que su padre fue el gran folclorista andaluz conocido como Demófilo. Los dos interiorizaron desde la edad más temprana las rimas, los ritmos, las medidas, los acentos, las cadencias de la poesía popular. Dicho de otro modo, mamaron el octosílabo desde la cuna. A eso se añade el genio arrollador y la gran personalidad que tuvieron ambos. A Antonio Machado no le preocupó ser clásico o romántico. Habló de lo que quiso -de lo divino y de lo humano- sin temer que le encasillaran. Lo dijo todo de nuestro país. Y sus versos nos sigue viniendo a la memoria como si estuvieran tallados en piedra.
Poema dedicado a Miguel de Unamuno
Este donquijotesco
don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,
lleva el arnés grotesco
y el irrisorio casco del buen manchego. Don Miguel camina,
jinete de quimérica montura,
metiendo espuela de oro a su locura,
sin miedo de la lengua que malsina.
A un pueblo de arrieros,
lechuzos y tahúres y logreros
dicta lecciones de caballería.
Y el alma desalmada de su raza,
que bajo el golpe de su férrea maza
aun duerme, puede que despierte un día.
Quiere enseñar el ceño de la duda,
antes de que cabalgue, al caballero;
cual nuevo Hamlet, a mirar desnuda
cerca del corazón la hoja de acero.
Tiene el aliento de una estirpe fuerte
que soñó más allá de sus hogares,
y que el oro buscó tras de los mares.
Él señala la gloria tras la muerte.
Quiere ser fundador y dice: Creo;
Dios y adelante el ánima española...
Y es tan bueno y mejor que fue Loyola:
sabe a Jesús y escupe al fariseo
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