Borrar
Melia McEnery y Eric Clapton.
Lecturas

El mar de la alegría de Eric Clapton

Reportaje ·

El legendario guitarrista encontró la estabilidad definitiva con Melia McEnery, treinta años más joven que él, madre de sus tres hijas y con quien vive un plácido matrimonio sin escándalos desde 2002

eduardo laporte

Sábado, 7 de agosto 2021, 00:15

Comenta

Esperando en nuestros barcos para zarpar/ mar de alegría». 'Sea of joy' fue uno de los grandes éxitos de Blind Faith, la banda en la que Eric Clapton (Ripley, Reino Unido, 1945) quiso encontrar la calma tras la tormenta de su grupo anterior, Cream. No sabía el ya encumbrado músico que le esperaba aún un largo recorrido hasta llegar a ese mar de alegría que supuso la entrada de Melia McEnery en su vida. Más de treinta años más joven que él, se conocieron en 1998 en un evento solidario y se casarían cuatro años más tarde.

No tardó en llegar la descendencia, con tres hijas nacidas entre los años 2001 y 2005, que volvieron a convertir a Clapton en padre a una edad en la que muchos apuntan a abuelos, demostrando que la paternidad tardía puede ser también un buen puerto en el que recalar. «Los últimos diez años han sido los mejores de mi vida», dirá el propio Clapton en su autobiografía, refiriéndose al primer decenio en compañía de su mujer.

Porque antes hubo mar revuelta, quizá demasiada. Como la muerte más dura, la del hijo, el pequeño Conor, con una biografía tan corta como la de su fecha de nacimiento y muerte: 1986-1991. Sucedió en Nueva York, una mañana de marzo en la que el niño, de cuatro años, quedó desatendido unos segundos y corrió demasiado hacia una ventana sin la protección debida, en el rascacielos en que se alojaban. «Cayó 49 pisos antes de aterrizar en la azotea de un edificio adyacente de cuatro plantas». Clapton no elude el hecho en sus memorias ('Clapton, la autobiografía', 2007), ni que los meses posteriores fueron una «pesadilla» que solo la música puedo mitigar. 'Tears in Heaven' no solo fue un hermoso homenaje, sino la resurrección musical de un Clapton que llevaba veinte años en segundo plano.

Le gustó Hurtwood

Ella con 23 y él con 54, el autor de 'Layla' reconocía que al principio le chocaba la diferencia de edad, sobre todo por lo que la gente pudiera decir. A pesar de lo que se pueda pensar, dice en sus memorias, la opinión de los demás le afecta notablemente. «Soy un bienqueda crónico», confiesa. Porque, si bien se conocieron en Nueva York, en una megafiesta de Christie's en apoyo a su fundación contras las adicciones, Clapton quería hacer vida hogareña. El test de Hurtwood era fundamental, pues esa casa, en la campiña inglesa, supone para él lo que su 'quinto' Battiato (nacido también en marzo de 1945) definía como centro de gravedad permanente.

Una casa vetusta, en la que Clapton había atravesado sus años más oscuros, sumido en la heroína y el alcohol, salpicados con algunos brillos. Allí lo visitó una mañana de la primavera de 1969 su amigo George Harrison. Se pusieron a trastear con las guitarras y de pronto brotó una canción emblemática de la historia del pop: 'Here Comes The Sun'.

Se casaron en una ceremonia que habían anunciado como el bautizo de su primera hija

Porque Melia había aceptado vivir con él en Inglaterra, pero tenía que ser en Hurtwood, la mansión de estilo italiano que compró en los sesenta y que podría recordar, salvando las distancias, a la Villa Grazia de Battiato en Milo, Sicilia. «El gran obstáculo para muchas mujeres con las que empecé a salir era Hurtwood». Porque muchas de ellas se sintieron intimidadas, cuenta, por su atmósfera, por sus recuerdos, quizá algo desalentadores. Pero Melia asumió ese 'legado' y, en cuanto empezaron a convivir, Clapton sintió al instante que un pesado fardo se le quitaba de encima.

Los inicios fueron felices, porque presagiaban ese mar de calma, de alegría, en el horizonte. Mujeriego y drogadicto, Clapton era entonces alguien rehabilitado, que no había probado una gota de alcohol desde hacía casi veinte años, proeza que él mismo ha puesto por encima incluso de sus éxitos artísticos. Y monógamo. Con ella siente que se ha roto «el molde», una tendencia a relaciones tempestuosas que, desde Pattie Boid a Carla Bruni, no le proporcionaron la paz que perseguía.

Clapton subraya en su autobiografía que, por primera vez en mucho tiempo, era simplemente feliz, sin ningún plan a la vista, más allá que «vivir cada momento durante una temporada sin mayores propósitos». Melia McEnery apareció en una época en que el músico parecía haberse acomodado a una soledad trufada de relaciones más o menos ligeras. Pero Melia quería saber cuáles eran sus intenciones, la dirección que tomaría lo suyo. ¿Quería involucrarse en un noviazgo exclusivo, con la cantidad de terreno propio que supondría ceder? De modo intuitivo, confiesa en sus memorias, Clapton sintió que aquello era bueno en sí mismo, y que estaba entrando en una nueva fase de plenitud. Había encontrado una persona con la que compartía sus más profundos intereses y con la que se sentía de igual a igual. «Sería totalmente insano escapar de esto».

Hombre de familia

No hay dudas ni 'regrets', que cantaba Edith Piaf, en la decisión de apostar todo a una carta. Eric y Melia se casarían en enero de 2002 en una ceremonia anunciada como el bautizo de su hija Julie Rose, nacida el año anterior. Pero, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, como ya hicieron Madonna y Guy Ritchie, se marcaron un 2x1 sacramental y la pequeña Julie Rose quedó bautizaba y la pareja casada, en la iglesia Santa María Magdalena de Ripley, la localidad natal del músico.

No tardarían en llegar hermanas para Julie Rose: Ella May nació en 2003 y Sophie Belle en 2005. Clapton no renegaba de su condición de 'Family man', como demuestra el título de uno de los capítulos de su autobiografía. Con la llegada de la tercera hija, se propuso una de sus metas más ambiciosas: lograr ser un buen padre. Se sentía por fin preparado para esa responsabilidad. Pero le había costado, reconoce, 22 años de sobriedad ininterrumpida adquirir la madurez suficiente.

Aprendió a quedarse también en un segundo plano y aceptar que su mujer tenía más mano en los asuntos familiares que él, hijo único y criado en una familia peculiar (creció creyendo que sus abuelos eran sus padres). «Los conocimientos de Melia (en cuestiones familiares) a menudo me asombran; en los casos en que se ha producido alguna dificultad, he aprendido que estar ahí, permanecer ahí, era lo único que se pedía de mí y eso, en sí mismo, es algo grande», reconocía un Clapton alejado de los peligros del ego, la vanidad y el temperamento autodestructivo. Como asumía también la suave determinación con que su mujer se propuso reconducir ese barco un tanto desnortado que es todo bluesman. Ya lo cantaba el propio Slowhand en 'Drifting': «Voy a la deriva, igual que un barco sobre el mar. Soy un vagabundo, porque le importo a nadie en este mundo».

Llegó a decir, antes de conocer a Melia, que si no se había suicidado era porque muerto no podría beber

Quien hubiera conocido a Clapton en sus años perdidos quizá no lo reconocería hoy. Como el propio Pete Townshend, alma de The Who, que le ayudó a salir del pozo cuando estaba más hundido, promoviendo un festival en torno a su persona, el Eric Clapton's Rainbow Concert, que tuvo lugar en enero de 1973, en Londres, con la consiguiente grabación en vivo. El autor de 'Layla' venía de dos años largos de fumar heroína -su rechazo a las jeringuillas le salvó de una sobredosis segura- y beber sin medida, en parte por el despecho de Pattie Boid, entonces mujer de Harrison y con la que se casaría finalmente (y que le inspiró la famosa canción citada). Aquel vicio se acabó entonces, pero el alcohol seguiría bien presente durante toda la década de los setenta, al extremo de que le cancelaran actuaciones por aparecer demasiado ebrio como para actuar. Si no llegó a suicidarse, llegó a decir, fue porque estando muerto no tendría posibilidad de empinar el codo. Un centro de desintoxicación le salvó. Y sus ganas, claro, de salvarse.

Clapton se refiere a ese periodo de principios de los setenta, recluido en Hurtwood, su villorrio-refugio, como un autoexilio. Lo contrario a la vida abierta, entregada, que ha demostrado llevar junto a Melia. Involucrada en la gestión de Crossroads, el centro que Clapton abrió en Antigua para las rehabilitaciones (o 'rehabs', que cantaba Amy Winehouse) ajenas, el tiempo ha demostrado que el último amor puede ser el más pleno, el más sanador.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

elcorreo El mar de la alegría de Eric Clapton

El mar de la alegría de Eric Clapton